En BOLETÍN SEMANAL

Ya que la felicidad y bienaventuranza consiste en conocer a Dios, Él, a fin de que ninguno errase en el camino por donde debe ir hacia esta felicidad, no solamente plantó la semilla de la religión de la que hemos hablado en el corazón de los hombres, sino que de tal manera se ha manifestado en esta admirable obra del mundo y cada día se manifiesta y declara, que no se pueden abrir los ojos sin verse forzado a verlo.

Es verdad que su esencia es incomprensible, de tal manera que su deidad transciende todo razonamiento humano: pero Él ha inscrito en cada una de sus obras ciertas notas y señales de su gloria tan claras y tan excelsas, que ninguno, por ignorante y, rudo que sea, puede pretender ignorarlas. Por eso el Profeta con gran razón exclama (Sal. 104, 1-2): «Te has revestido de gloria y de magnificencia; el que se cubre de luz como de vestidura», como si dijera que, desde que en la creación del mundo mostró su poder, comenzó a mostrarse con un ornamento tan visible que destaca su eterno poder y su excelsa hermosura donde quiera que miremos. Y en el mismo lugar el Profeta compara admirablemente los cielos extendidos con un pabellón real y dice que Él es el que “establece sus aposentos sobre las aguas; el que pone las nubes por su carroza; el que anda sobre las alas del viento; el que hace a los vientos sus mensajeros, y a las flamas de fuego sus ministros», y como la gloria de su poder y sabiduría aparece más abudantemente en lo alto, muchas veces el cielo es llamado su palacio. En cuanto a lo primero, a cualquier parte que miremos, no hay cosa en el mundo, por pequeña que sea en la que no se vea brillar ciertos destellos de su gloria. Y no podríamos contemplar de una vez esta grandísima y hermosísima obra del mundo sin quedar confusos y atónitos por la intensidad de su resplandor. Por ello, el autor de la epístola a los Hebreos (11:3) llama al mundo, elegantemente, una visión y espectáculo de las cosas invisibles; porque su disposición, orden y concierto tan admirables, nos sirven como de espejo donde poder ver a Dios, quien de otro modo es invisible.

Por eso el Profeta (Sal. 19:1) presenta a las criaturas celestiales hablando un lenguaje que todos entienden, porque ellas dan testimonio tan clarísimo de que existe un Dios, que no hay gente, por ruda e inculta que sea, que no lo pueda entender. Exponiendo lo cual el Apóstol más llanamente (Rom. 1:19), dice que lo que se puede conocer de Dios les ha sido manifestado a los hombres, porque todos desde el primero hasta el último contemplan sus atributos invisibles, aun su virtud y divinidad, entendiéndolas por medio de la creación del mundo.

 

Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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