En BOLETÍN SEMANAL

Aunque Isaías con toda razón echa en cara a los idólatras su negligencia porque no habían aprendido de los fundamentos de la tierra y del grandioso circuito de los cielos a conocer al verdadero Dios (Is 40:21), sin embargo, como quiera que nuestro entendimiento es muy lento y torpe, ha sido necesario, para que los fieles no se dejasen llevar por la vanidad de los gentiles, pintarles más a lo vivo al verdadero Dios. Pues, dado que la manera más aceptable usada por los filósofos para explicar lo que es Dios, a saber: que es el alma del mundo, esto no es más que una sombra vana, por lo que es muy conveniente que nosotros le conozcamos mucho más íntimamente, a fin de que no andemos siempre vacilando entre dudas. Por eso ha querido Dios que se escribiese la historia de la Creación, para que apoyándose en ella la Iglesia, no buscase más Dios que el que en ella Moisés describió como autor y creador del mundo.

Lo primero que en ello se señaló fue el tiempo, para que los fieles, por la sucesión continua de los años, llegasen al origen primero del género humano y de todas las cosas. Este conocimiento es muy necesario, no solamente para destruir las fábulas fantásticas que antiguamente en Egipto y en otros países se inventaron, sino también para que, conociendo el principio del mundo conozcamos además más claramente la eternidad de Dios y ella nos lleve a la admiración por Él.

Y no hemos de turbarnos por las burlas de los maliciosos, que se maravillan de que Dios no haya creado antes el cielo y la tierra, sino que haya dejado pasar ocioso un espacio tan grande de tiempo, en el cual pudieran haber existido una infinidad de generaciones; pues no han pasado más que seis mil años, y no completos, desde la creación del mundo, y ya está declinando hacia su fin y nos deja ver lo poco que durará. Porque no nos es lícito, ni siquiera conveniente, investigar la causa por la cual Dios lo ha diferido tanto, pues si el entendimiento humano se empeña en subir tan alto desfallecerá cien veces en el camino; ni tampoco nos servirá de provecho conocer lo que Dios, no sin razón sino a propósito, quiso que nos quedase oculto, para probar la modestia de nuestra fe. Por lo cual un buen anciano respondió muy atinadamente a uno de esos burlones, el cual le preguntaba con sorna de qué se ocupaba Dios antes de crear el mundo: en hacer los infiernos para los curiosos. Esta observación, no menos grave que severa, debe refrenar nuestro inmoderado apetito, que incita a muchos a especulaciones nocivas y perjudiciales.

Finalmente, tengamos presente que aquel Dios invisible, cuya sabiduría, virtud y justicia son incomprensibles, pone ante nuestros ojos, como en un espejo, la historia de Moisés, en la cual se refleja claramente Su imagen. Porque así como los ojos, sea agravados por la vejez, sea entorpecidos con otro obstáculo o enfermedad cualquiera, no son capaces de ver clara y nítidamente las cosas sin ayuda de gafas, de la misma manera nuestra debilidad es tanta, que si la Escritura no nos pone en el recto camino del conocimiento de Dios, al momento nos extraviamos. Mas los que se toman la licencia de hablar sin pudor ni reparo alguno, por el hecho de que en este mundo no son amonestados, sentirán demasiado tarde, en su horrible castigo, cuánto mejor les hubiera sido adorar con toda reverencia los secretos designios de Dios, que andar profiriendo blasfemias para oscurecer el cielo.

Con mucha razón se queja san Agustín de que se hace gran ofensa a Dios, cuando se busca la causa de las cosas contra su voluntad’. Y en otro lugar amonesta prudentemente que no es menor error suscitar cuestiones sobre la infinitud del tiempo, que preguntar por qué la magnitud de los lugares no es también infinito. Ciertamente que por muy grande que sea el circuito de los cielos no son infinitos, sino que tienen una medida. Y si alguno se quejase de Dios porque el espacio vacío es cien veces mayor, ¿no parecería detestable a los fieles tan desvergonzado atrevimiento?

En la misma locura y desvarío caen los que murmuran y hablan mal de Dios por haber estado ocioso y no haber creado el mundo, según el deseo de ellos, una infinidad de siglos antes. Y para satisfacer su curiosidad se salen fuera del mundo en sus elucubraciones. ¡Como si en el inmenso espacio del cielo y de la tierra no se nos ofreciesen infinidad de cosas, que en su inestimable resplandor cautivan todos nuestros sentidos! ¡Como si después de seis mil años no hubiera mostrado Dios suficientes testimonios, en cuya consideración nuestro entendimiento puede ejercitarse sin fin!

Por lo tanto, permanezcamos dentro de los límites en que Dios nos quiso encerrar y mantener nuestro entendimiento, para que no se extraviase con la excesiva licencia de andar errando de continuo.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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