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Los pensamientos de Dios son inseparables de Su Ser; por consiguiente, Su vida debió entrar al mundo antes de que lo hicieran Sus pensamientos, al menos al comienzo; luego, los pensamientos se volvieron el vehículo de la vida.

Esto aparece en la creación de Adán. El primer hombre es creado; después de él los hombres nacen. Al comienzo, la vida humana apareció, inmediatamente, de plena estatura; de esa vida introducida, nueva vida nacerá. Primero, la nueva vida se originó formando a Eva de una costilla de Adán; luego, por la unión del hombre y la mujer. También aquí. Al comienzo Dios introdujo la vida espiritual al mundo, completa, perfecta, por medio de un milagro; y después de manera diferente, ya que el pensamiento introducido como vida a este mundo es representado para nuestra visión. De ahí en adelante el Espíritu Santo usará el producto de esta vida para despertar nueva vida. Así es que la Redención no puede comenzar con el obsequio de la Sagrada Escritura a la Iglesia del Antiguo Pacto. Tal Escritura no pudo ser producida hasta que su contenido fuese forjado en la vida, y la redención sea objetivamente lograda.

Pero ambas no deben ser separadas. La redención no fue primero completada y luego registrada en la Escritura. Tal concepción sería mecánica y no espiritual, directamente contradicha por la naturaleza de la Escritura, la cual está viva y da vida. La Escritura se produjo espontáneamente y gradualmente por la Redención y desde ella. La promesa en el Paraíso ya lo anunciaba. Porque aunque la redención precede a la Escritura, en la regeneración del primer hombre la Palabra no estaba ociosa; el Espíritu Santo comenzó hablando al hombre, actuando sobre su conciencia. Aun en el Paraíso, y posteriormente cuando la corriente de la revelación procede, una Palabra divina siempre precede la vida y es el instrumento de la vida, y un pensamiento divino introduce el trabajo redentor. Y cuando la redención se completa en Cristo, Él aparece primero como Orador y luego como Obrero. El Verbo que fue desde el principio se revela a Sí mismo a Israel como el Sello de la Profecía, diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21).

Por consiguiente, la obra del Espíritu Santo nunca es puramente mágica o mecánica. Aun en el período preparatorio Él siempre actuó a través del Verbo en la traslación de un alma desde la muerte hacia la vida. No obstante, entre entonces y ahora, hay una clara diferencia:

Primero, en ese entonces, el Verbo vino al alma directamente por inspiración o por la palabra de un profeta. Ahora, ambos han cesado, y en su lugar viene el Verbo sellado en la Sagrada Escritura, interpretada por el Espíritu Santo en las predicaciones de la Iglesia.

Segundo, en ese entonces, la introducción de la vida estaba confinada a Israel, se expresaba en palabras y originaba relaciones que separaban estrictamente a los sirvientes del único verdadero Dios de la vida del mundo. Ahora, esta dispensación extraordinaria, preparatoria, está cerrada; el Israel de Dios ya no constituye la descendencia natural de Abraham, sino la espiritual; la corriente de la Iglesia fluye por todas las naciones y pueblos; ya no se encuentra en las afueras de la vida y desarrollo del mundo sino, más bien, los gobierna.

Tercero, aunque en la antigua dispensación la redención ya existía parcialmente en la Escritura, y el Salmista muestra en todas partes su devoción a ella, la Escritura sólo tenía un pequeño alcance, y necesitaba constantes suplementos vía revelaciones y profecías directas. Pero ahora, la Escritura revela el completo consejo de Dios, y nada se le puede añadir. ¡Ay del que se atreva a añadirle o quitarle al Libro de Vida que revela el mundo del divino pensamiento!

No obstante, permanece el hecho de que el Espíritu Santo resolvió el problema de traer al hombre perdido en el pecado al mundo de los divinos pensamientos, mediante lenguaje humano entendible a todas las naciones y a todos los tiempos, de manera que Él los usa como el instrumento para el avivamiento del hombre.  Esto no altera el caso de que la Sagrada Escritura muestre tantas costuras y lugares disparejos y sea diferente a lo que deberíamos esperar. La principal virtud de esta Obra maestra fue envolver los pensamientos de Dios en nuestra vida pecaminosa para que, desde nuestro lenguaje, se pudiera formar un discurso con el cual proclamar a través de los tiempos, a todas las naciones, la poderosa Palabra de Dios.

Esta obra maestra está terminada y yace ante nosotros en la Sagrada Escritura. Y en vez de perderse en criticar estos defectos aparentes, la Iglesia de todos los tiempos la ha recibido con reverencia y acción de gracias; la ha preservado, degustado, disfrutado, y siempre la ha creído al encontrar la vida eterna en ella. Esto no significa que esté prohibido el examen crítico e histórico. Tal emprendimiento para la gloria de Dios es altamente encomiable. Pero tal como la búsqueda de la génesis de la vida humana por parte del fisiólogo se vuelve pecaminosa e inmodesta o peligrosa para la vida nonata, así también toda crítica a la Sagrada Escritura se vuelve pecaminosa y culpable si es irreverente o busca destruir la vida del Verbo de Dios en la conciencia de la Iglesia.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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