​    En la obra de creación y de redención, el Espíritu Santo funciona como el Iluminador divino. Aquel que ilumina los cielos inspira también la Escritura, revela la Palabra de Dios e ilumina la Palabra para nuestro entendimiento.  Hay un paralelo entre la obra del Espíritu en la creación y su obra en la redención. Así como Él es el poder generador de la vida biológica, del mismo modo es la fuente y el poder generador de la vida espiritual. Su obra en la redención refleja y complementa su obra en la creación.

​EL ESPÍRITU COMO ILUMINADOR

El Espíritu no suspende su actividad tras formar lo deforme y llenar lo que estaba vacío. Cuando su obra está acabada, la oscuridad primordial es derrotada. Al moverse el Espíritu, Dios emite su primer imperativo: “Sea la luz”. Y la luz se enciende.
    La imagen de la luz en la Escritura es crucial. Encierra un marcado contraste con las formas de dualismo religioso. En algunas religiones, la metáfora expresa las imágenes de luz y oscuridad como fuerzas iguales y opuestas encerradas en una lucha eterna por la supremacía. No hay esperanza de redención final donde las fuerzas opuestas están igualadas. Lo mejor que puede suceder es un empate. En un esquema como ése, la redención es una ilusión vana.
    En la Biblia, el poder de la oscuridad no es un rival digno para el poder de la luz. No hay un solo indicio de llegar a un punto muerto dualístico. La oscuridad debe ceder ante la luz.

    Juan lo dijo de esta manera:

    Jua 1:4  En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Jua 1:5  La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.

    En la obra de creación y de redención, el Espíritu Santo funciona como el Iluminador divino. Aquel que ilumina los cielos inspira también la Escritura, revela la Palabra de Dios e ilumina la Palabra para nuestro entendimiento.

EL ESPÍRITU SANTO COMO FUENTE DE PODER

Cuando Dios crea vida, obra a través del Espíritu Santo. En el Concilio ecuménico de Constantinopla en el año 381,  la iglesia confesó y declaró que el Espíritu Santo es el “Dador de la vida” (zoapoion). El Espíritu es la fuente inmediata de toda vida.
    Estamos acostumbrados a pensar que las únicas personas que “tienen” al Espíritu Santo son los creyentes regenerados. El Espíritu Santo mora en el creyente y, por lo tanto, éste tiene al Espíritu Santo en un sentido redentor.
    Sin embargo, hay otro sentido en el cual toda la humanidad, creyentes y no creyentes por igual, “tienen” al Espíritu Santo. En el sentido de la creación (distinguida de la redención), todo el mundo participa del Espíritu Santo. Puesto que el Espíritu Santo es la fuente y el suministro de poder de la vida misma, nadie puede vivir completamente separado del Espíritu Santo. Pablo les declaró a los atenienses:

    (…) para que buscaran a Dios, si de alguna manera, palpando, le hallen, aunque no está lejos de ninguno de nosotros; porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de vuestros mismos poetas han dicho: “Porque también nosotros somos linaje suyo”. (Hechos 17:27-28)

    Es en Dios, a través de su Espíritu, que “vivimos, nos movemos y existimos”. Sin el Espíritu Santo no hay vida, ni movimiento, ni existencia. El Espíritu es la fuente de poder para todas estas cosas.
    En el relato original de la creación de la vida humana leemos:

    Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7)

    En este pasaje vemos que el hombre recibe la vida como un resultado de que Dios “sopla” en él. Hay un juego que se produce con la palabra hebrea ruach. Esta palabra puede traducirse como “aliento” o “espíritu”. El aliento de vida está inseparablemente unido al Espíritu Santo. Es por medio del Espíritu Santo que los hombres llegan a ser seres vivientes.
    El Espíritu Santo es también la fuente de vida para las plantas y los animales. La hierba crece gracias al Espíritu.

    Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Tú les das, ellos recogen; abres tu mano, se sacian de bienes. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento, expiran, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra. (Salmo 104:27-30)

    Fíjate en la actividad del Espíritu Santo en la profecía de Isaías con respecto al florecimiento de la tierra.

    (…) hasta que se derrame sobre nosotros el Espíritu desde lo alto, el desierto se convierta en campo fértil y el campo fértil sea considerado como bosque. (Isaías 32:15)

    Job mira al Espíritu Santo como el Autor de su vida:

    El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida. (Job 33:4)

    El Espíritu Santo es el poder de la vida misma. En el Nuevo Testamento, el concepto de poder está estrechamente vinculado con el Espíritu Santo. La palabra griega que se usa frecuentemente con referencia al poder del Espíritu Santo es dunamis, poder. Tenemos dos importantes palabras derivadas del griego dunamis. La primera es la palabra dinamita. La segunda es más importante para la consideración que estamos haciendo aquí. Es la palabra dinámico. Cuando usamos la palabra dinámico, habitualmente nos referimos a lo que es “animado” y “activo”.  
 
    Es el Espíritu Santo el que suministra la dinámica del mundo creado. Gracias a su poder, el universo tiene vida y movimiento.
    
Como hemos visto anteriormente, hay un paralelo entre la obra del Espíritu en la creación y su obra en la redención. Así como Él es el poder generador de la vida biológica, del mismo modo es la fuente y el poder generador de la vida espiritual. Su obra en la redención refleja y complementa su obra en la creación. Él obra tanto en la creación como en la re-creación de un mundo caído.

Extracto del libro «El misterio del Espíritu Santo» de R.C. Sproul

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