​En el Nuevo Testamento el Espíritu Santo se nos muestra como un miembro de la Trinidad, semejante en todo al Padre y al Hijo y, sin embargo, siendo algo distinto a ellos. Esto no significa, de ningún modo, que hay tres dioses … Sin embargo, de una forma que trasciende y escapa a nuestro entendimiento, estas tres personas son también una sola.

Se define una persona como alguien que posee conocimiento, sentimientos y voluntad, y esto es lo que se afirma sobre el Espíritu. En Juan 14:16-18, Jesús dice con respecto al Espíritu Santo: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará con vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros». Si el Espíritu fuese sólo un poder, esta promesa en realidad sería similar a algún tipo de compensación: «Yo me voy a alejar de vosotros, pero os voy a dar algo para compensar mi partida». Pero no es simplemente un poder. No es algo que es otorgado, sino otra de las personalidades divinas, una personalidad que tiene conocimiento, porque conocerá las necesidades de los discípulos; que tiene sentimientos, porque se identificará con ellos en la tribulación; y que tiene una voluntad, porque se ha propuesto consolarlos para cumplir la comisión de Dios.

Podemos agrupar la evidencia presente en el Nuevo Testamento sobre la personalidad diferenciada del Espíritu Santo en seis categorías:

1. Las acciones personales del Espíritu Santo. Un ejemplo lo tenemos en el texto que acabamos de citar. Allí se nos dice que el Espíritu consuela a los cristianos. Otro ejemplo lo encontramos en Juan 16:8-11 que nos habla de la obra desarrollada por el Espíritu en el convencimiento de los no creyentes. «Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio».

2. La misión del Espíritu Santo, diferente a las misiones del Padre y del Hijo. El Señor señala esto claramente en su declaración final: «Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí» (Jn. 15:26).

3. La posición y el poder del Espíritu Santo, igual a la del Padre y del Hijo. Las variadas fórmulas trinitarias del Nuevo Testamento expresan esto con claridad. En Mateo 28:19, a los discípulos se les encarga que bauticen «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». En 2 Corintios 13:14, Pablo ora para que «la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con» todos sus lectores. Pedro habla sobre aquellos que han sido «elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (1 P 1:2). Judas habla de nuestro ser que crece en la fe cristiana mientras permanecemos «orando en el Espíritu Santo», y nos mantenemos «en el amor de Dios esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna» (vs. 20-21).

4. Las apariciones del Espíritu Santo de forma visible. Cuando Jesús fue bautizado, «descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Le. 3:22). Y durante Pentecostés, «se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hch. 2:3).

5. El pecado contra el Espíritu Santo. Este implica una ofensa contra una personalidad (Mt. 12:31-32).

6. Los dones del Espíritu Santo. En 1 Corintios 12:11, después de haber enumerado los dones de sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas, Pablo escribe: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere».  Los dones del Espíritu Santo son distintos al Espíritu Santo mismo, lo que nos está indicando que Él no es meramente una fuerza detrás de estas manifestaciones asombrosas.

Tenemos aquí seis argumentos por separado que nos muestran que el Espíritu Santo es una Persona. Sin embargo, el problema para muchos de nosotros bien puede no ser tanto la doctrina sobre el Espíritu Santo sino nuestra actitud hacia Él. En teoría, muchos de nosotros creemos que el Espíritu Santo es una Persona, la tercera Persona de la Divinidad. ¿Pero lo concebimos en realidad así? ¿Pensamos alguna vez en Él como persona? …. Hay otro tema preliminar que debemos estudiar. Hemos insistido en que el Espíritu Santo es una persona en sí misma, pero también lo hemos llamado una Persona divina. ¿Es divino? ¿O se trata de un ser algo menor, quizá un ángel? ¿El Espíritu Santo es Dios?

A esto responderemos en nuestro próximo artículo…

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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