Abraham Kuyper (1837 – 1920), el genio versátil del calvinismo holandés, ha hecho más que cualquier otro hombre para definir el concepto calvinista de la cultura. Kuyper no solamente buscó dar contenido a la definición de cultura sobre un fundamento calvinista, sino que su vida total fue una gran demostración de la idea. Entró con celo en la contienda por afirmar los derechos reales de Cristo como Señor. Él fue no solamente un dogmático sino también un hombre de Estado; era profesor de teología y primer ministro de la reina; impartió conferencias eruditas pero también despertó a los hombres para que asumieran sus obligaciones políticas y sociales; Kuyper fue educador, periodista, autor de muchos libros, orador de gran estatura, amante del arte y viajero por el mundo.
Es totalmente imposible tratar adecuadamente con la teología de Kuyper en un capítulo. Por lo tanto se omite excepto que se necesite una declaración resumida de ciertos elementos para entender su concepto de cultura, sobre lo cual se han escrito numerosos volúmenes separados. Kuyper, según su propia convicción, era simplemente un copista de Calvino. Tenía la intención de seguir a Calvino con total fidelidad a la Palabra y en la confesión de la Soberanía de Dios como es expresada en el reinado del Cristo glorificado. En su conferencia inaugural del establecimiento de la Universidad Libre de Ámsterdam en 1880, Kuyper lanzó este desafío al mundo: “No existe una pulgada en toda el área de la existencia humana sobre la cual Cristo, el Soberano de todos, no clame diciendo: “Es mía”. El que las opiniones de Kuyper hayan sido llamadas Neo-calvinismo, a pesar de su propia afirmación de fidelidad al maestro, se debe al hecho de que Kuyper no era un copista servil sino que trabajaba basándose en el espíritu de Calvino.
Por tanto no debemos buscar una copia total pura y simple, ni una admiración por Calvino carente de crítica por parte de su gran discípulo. Kuyper trabajó en el espíritu de Calvino. Cuando estaba dispuesto a hacer a un lado cualquier parte de la herencia calvinista, como en el caso de un cambio que propuso con respecto al artículo treinta y seis de la Confesión Belga, era porque estaba convencido de que este artículo era en realidad contrario al espíritu del calvinismo. Si Kuyper añadió algo a Calvino, fue con el entendimiento de que estaba haciendo patente lo que había estado latente, o exponiendo explícitamente lo que ya estaba implicado. Esto no significa que uno está obligado a tomar a Kuyper sin críticas. No hay duda que fue uno de los más grandes exponentes modernos del calvinismo, pero esto no implica que uno deba aceptar los remanentes de una síntesis filosófica o el dualismo polar que yace en el corazón de su visión de la gracia. Pero esto lo veremos más adelante.
Por el momento baste decir que Kuyper colocó la auto-glorificación de Dios en el centro de su teología, igual que hizo Calvino. Pero mientras Calvino luchó contra la teología de los católicos, anabaptistas y humanistas, Kuyper, como apologista del calvinismo, estuvo principalmente ocupado en establecer las demandas de Cristo para el campo total de la cultura y en mantener a su parentela espiritual libre de su aislamiento anabaptista. Con esto en mente, examinemos, en este capítulo, la concepción teológica de Kuyper de la cultura y tomemos nota de sus principales contribuciones a la cultura calvinista de su propio país, los Países Bajos.
Kuyper establece que la cultura incluye todo el trabajo del hombre para el desarrollo y mantenimiento del cosmos, y los resultados de ese trabajo, tanto en la naturaleza como en el hombre. Pero, sin la gracia común de Dios, no hubiese surgido ninguna cultura. El mundo, debido al pecado, hubiese sido destruido si la gracia común de Dios no hubiera intervenido. Como tal, la gracia común es el fundamento de la cultura, puesto que el gran plan de Dios para la creación es alcanzado por medio de la gracia común. La gracia común no es espiritual ni recreativa, sino temporal y material. Está basada y fluye de la confesión de la Soberanía absoluta de Dios, pues, dice Kuyper, no solamente la iglesia sino el mundo entero debe honrar a Dios; por tanto el mundo recibió la gracia común con el propósito de honrarle por medio de ella.
De esta manera Kuyper sostiene la afirmación católica [en el sentido de universal, no de la religión romana] del cristianismo y urge su validez para todos los hombres. La gracia común, aunque es no-salvadora y está restringida a esta vida, tiene su fuente en Cristo como el Mediador de la creación puesto que todas las cosas existen por medio de la Palabra eterna. Por tanto, el punto de partida para la gracia común es la creación y la esfera de lo natural. Pero puede también ser llamada sobrenatural, porque es la longanimidad y misericordia de Dios a las cuales el hombre como tal no tiene derecho. Como tal es una luz tenue en medio de la oscuridad.
Kuyper le da a la gracia común el rol independiente de desarrollar la creación y hacer posible la historia y la cultura. Esta no es una negación de la depravación total sino que asume su realidad como un poder nefasto en la vida del hombre, el cual está, sin embargo, bajo el gobierno de Dios. A través de la acción de la gracia común de Dios el poder del pecado y sus venenosos resultados son frenados y restringidos. Esta es la acción constante de la gracia común, la cual es siempre la misma y opera sin tener en cuenta la acción y la reacción humana. Por ella la maldición es pospuesta; sin embargo, la prolongación de la historia también la prepara para el infierno.
Debe observarse que Kuyper no fue siempre consistente en mantenerse asido al propósito independiente y auto-suficiente de la gracia común. Aunque Kuyper sostiene que sin la continuación de la raza, la gracia especial hubiese sido imposible, también dice que sin la gracia especial la gracia común no hubiese tenido propósito. Fue sobre la base de esta discrepancia que Van Ruler dice que Kuyper nunca puede realmente introducir a la gracia especial en el cuadro. Debe concederse que Kuyper dio ocasión para esta crítica por su distinción filosófica entre la base esencial de la gracia especial, presentada como sobrenatural y perteneciendo al ámbito de la gloria mientras que la gracia común está restringida al ámbito de la criatura.
Esto fue interpretado por Van Ruler como una concepción dualista, espiritualista y escatológica en la que la unidad de la vida cristiana sería rota, de manera que su salvación sobrenatural en realidad nunca se hizo efectiva en el mundo de las cosas creadas.
Sin embargo, esta no es la única opinión presentada por Kuyper. Aunque su nostalgia por el cielo puede a veces haberle delatado a hablar de la gracia particular como algo fuera de esta vida, por otro lado, se mantiene recordándole al peregrino que debe viajar a través de este mundo, y que debe vivir una vida de gratitud por su salvación, sujeto a las ordenanzas de la creación establecidas por Dios. Y aunque se dice que la gracia común reduce el pecado al mínimo, y Kuyper cae en este punto en el optimismo cultural, oscureciendo así su anticipación escatológica, no obstante sostiene que la creación original triunfa en la recreación y que la gracia común no tendría propósito fuera de la gracia particular. De esta manera nuestra vida en este mundo no es algo que va paralelo a nuestra religión, pues todo en este mundo pertenece a Cristo y es reclamado por Él. Además, Van Ruler no dio el crédito apropiado a la solución de Kuyper de la tensión polar entre la gracia común y la gracia particular, que se resuelve en la doctrina de esta última. En su doctrina de la gracia especial, la regeneración no es un cambio del ser sino un cambio profundamente religioso de la mente, o corazón, que es el pivote interior sobre el cual gira todo el ser del hombre. Así la recreación restaura a la creación en su raíz.
Así pues la gracia común tiene una influencia constante y negativa en restringir el pecado y tiene sus efectos tanto en el hombre como en el universo; pero también tiene una acción positiva que es progresiva. Funciona como un poder activador y formador de cultura en la historia, en la que el hombre es tanto el instrumento como un colaborador con Dios. Mientras el primer volumen del trabajo épico de Kuyper sobre la gracia común presenta la esencia de la gracia común como la contención del pecado, el segundo volumen presenta los aspectos progresivos de la gracia común. Fue en su gracia común para toda la humanidad que Dios, como el Supremo Arquitecto del mundo, produjo el progreso cultural en su providencia, la cual es la fuente de la historia humana. La historia humana, según el decreto eterno de Dios, iba a seguir su curso para la auto-glorificación de Dios; por tanto la gracia común también debe haber sido incluida en ese decreto eterno. Sin esto, el curso de la historia sería totalmente ininteligible. En cuanto a la gracia particular, que nos salva para vida eterna, esta debe tener una base de operaciones. No puede funcionar en el vacío. El mundo debe continuar, los hombres deben nacer, el curso de la historia debe mostrar progreso; para que todas estas cosas ocurran es necesaria la gracia común, mediante la cual los poderes originales latentes en la creación pueden llegar a fructificar y encontrar su más alto desarrollo para la gloria de Dios. La civilización, el desarrollo y el progreso no pueden ser atribuidos a Satanás sino que proceden de Dios, de manera que podemos hablar de un desarrollo continuo de la raza humana por el cual ésta muestra colectivamente la imagen de Dios.
Así, la cultura es un don de la gracia común, enraizada en la naturaleza. Esta gracia es común al creyente y al no creyente, y su abuso no cambia su carácter de gracia, a saber, una misericordia inmerecida y sin derecho por parte de Dios. Es debido a esta gracia común que el sujeto cultural ha retenido un sentido de Dios y de la moralidad. Sin embargo, Kuyper cree sobre la base de Romanos 1 que el conocimiento natural de Dios y el sentido moral por parte del hombre disminuirán más y más debido a la retirada de la gracia común. Pero, aunque el hombre natural es incapaz de hacer algún bien espiritual, no obstante es capaz, debido a la gracia común, de realizar justicia civil. El hombre natural puede hacer bien moral. Estos a su vez son los medios por los cuales Dios muestra su gracia al hombre caído. Pues, a través de las ciencias de la medicina y la jurisprudencia, ha sido alcanzado el bien moral y natural. Aquí el hombre aparece como el colaborador con Dios lo mismo que como instrumento de Dios. Debido a la caída del hombre, la simiente de Adán perdió su reinado sobre la naturaleza sobre la cual la cultura es depositada, dice Kuyper; pero a través de la gracia común este poder sobre la naturaleza es restaurado en los avances de la ciencia, mediante el cual son disminuidos los efectos de la maldición. De esta manera se muestra la gloria de la imagen de Dios en la humanidad, cuyos frutos entrarán al Reino eterno.
Kuyper no dice que los objetos culturales verdaderos o que los productos de la cultura vayan a sobrevivir y a expresarse a sí mismos en formas culturales más elevadas de lo que lo hicieron en la tierra, pues la forma de esta tierra pasa. Sobre la base de Apocalipsis 21:26, “Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella”, a saber, a la nueva Jerusalén, Kuyper cree que el desarrollo humano universal en cada campo de la cultura seguramente sobrevivirá y entrará a la eternidad, menos las funestas influencias del pecado, claro, ya que los mansos heredarán la tierra, pero esto seguramente no significa la tierra desnuda, trasquilada de todos los logros de la cultura humana.
El tal no sería un patrimonio respetable, pero la tierra, con todo el botín de riquezas de siglos de cultura, pertenecerá al pobre de espíritu, pues “todo es vuestro” (I Cor. 3:21).
Además, cualquier cosa que hayamos alcanzado personalmente en la forma de desarrollo cultural será nuestro y no se pierde en la nueva tierra pues está escrito, “porque sus obras con ellos siguen” (Apoc. 14:13). Nuestras obras son el resultado de nuestras labores, tanto de la gracia común como de la gracia particular. La parábola de los talentos nos enseña que lo que ganemos aquí será una ganancia para la eternidad.
Todo esto está además fundamentado en la suposición de que la creación entera no será destruida sino que será glorificada. La forma de este mundo puede pasar, pero la sustancia permanece. La conclusión general de Kuyper es que la cultura tiene un futuro eterno, con la restricción de que todo lo que estuvo entrelazado con el pecado perecerá, pero que el germen, la sustancia y el significado básico, continuarán en la nueva tierra.
Uno de los servicios de la gracia común es que le da a la gracia particular una base de operaciones. Esto es evidente en la restricción del pecado en el individuo y en la sociedad y en la detención de la maldición sobre la naturaleza. Pero también aparece en el sentido positivo de producir la cultura de la plenitud del tiempo para la encarnación del Hijo de Dios. Fue mediante la gracia común que el mundo permaneció, pero había gente en él que iba a ser renacida por el Espíritu. Pero la gracia común también produjo las condiciones necesarias para que el Espíritu pudiera ser derramado sobre toda carne y la iglesia pudiera emprender su desafío misionero. De esta forma el mundo pagano y el mundo no creyente en general rinden un servicio indirecto a la iglesia en su esfuerzo cultural. De hecho, la iglesia necesita una forma de gobierno y gobernantes que le permitan morar en paz y sin desorden para realizar su tarea de llevar a cabo la predicación. La misma posibilidad de antítesis entre el reino de Cristo y el de Satanás como se expresa en este mundo es debida a la gracia común de Dios.
Aunque en general la gracia común debe hacer avanzar la causa de la gracia particular, Kuyper tiene demasiado de realista como para no saber que la cultura puede ser, y a menudo es, una desventaja y un enemigo de la fe. Pues no solo puede la cultura volverse un obstáculo a la fe, sino que también hace avanzar la impiedad. Pero esto es esencialmente un abuso de la cultura. Por lo tanto, a medida que la historia progresa, aparecerá una oposición más y más consciente al reino de Cristo, que constituye un abuso de la gracia común por parte de quienes aborrecen a Dios.
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Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)