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La armadura: sus componentes

Observa que el equipo del cristiano es totalmente suficiente: “Toda la armadura de Dios” (Ef. 6:11). Cuando se viste correctamente, la armadura cristiana es completa en estos aspectos.

  1. Todos los componentes juntos cubren al cristiano entero: alma y cuerpo.

Así, pues, los poderes del uno y los sentidos de la otra están bajo protección divina. No queda expuesta ninguna parte. De otro modo, los dardos de Satanás podrían colarse por una rendija, como el que penetró por las junturas de la armadura de Acab (1 Reyes. 22:34). Si todo va protegido menos el ojo, Satanás puede dirigir sus flechas de lujuria allí y prender fuego a toda la casa. Eva solo miró el árbol, y un dardo envenenado le atravesó el corazón. Supongamos que el ojo está cerrado, pero el oído abierto a las conversaciones corruptas. Entonces Satanás se colará por ese resquicio. O si los sentidos físicos se guardan con diligencia, pero el corazón no, los pensamientos mismos del hombre pronto lo traicionarán entregándolo en manos de Satanás.

Los enemigos nos rodean, de forma que debemos estar armados a derecha y a izquierda (2 Cor. 6:7). El apóstol dijo que el pecado es un enemigo que nos asedia (Heb. 12:1).

Satanás divide sus tentaciones en varios escuadrones. Emplea uno para asaltarte aquí, otro allá. Leemos acerca de la maldad carnal y espiritual. Mientras repeles la tentación enemiga de la maldad carnal, puede entrar por tus puertas la maldad espiritual. Pero tú dices: “Todos mis actos son irreprochables”. Entonces, ¿qué armadura tienes para defender tu cabeza, tu juicio? Si te sorprende en esta área y planta allí semillas de herejía, estas pronto arraigarán y ahogarán tu fe. Así vemos la falta que nos hace esa armadura universal que cubra todo el cuerpo.

2. Cada pieza tiene una función especial

Dios prepara cada pieza de la armadura para un fin específico; por tanto, el cristiano debe vestirse correctamente. Es decir, que de nada sirve cubrir el corazón con el yelmo, ni sujetar el escudo donde debería ir la coraza. De hecho, hay una serie de virtudes, cada una con su función, para llevar vida y salud al alma; igual que la red de venas y arterias que lleva la sangre por el cuerpo. Si pinchas una vena, la sangre de todo el cuerpo puede escapar por la herida; si abandonas un deber, la fuerza de todas las virtudes se puede perder.

Pedro alentó a los creyentes a aumentar todo el conjunto de la gracia. La verdadera salud, ¿no es cuando prospera todo el cuerpo? La fe es la gracia que encabeza la procesión. Si tienes fe, añade la virtud: “Añadid a vuestra fe, virtud”, dice Pedro (2 Ped. 1:5). Estas virtudes se benefician mutuamente. Las buenas obras y los actos de misericordia reciben vida de la fe; la fe, a su vez, aumenta y se fortalece con las obras. Eso dice Martín Lutero.

Tus obras pueden llevar un fruto de aspecto delicioso, pero no estarás a salvo de la corrupción diabólica sin añadir a la virtud el conocimiento. Este es para la fe como el sol para el agricultor. Sin el conocimiento, la fe no ve para poder obrar. Ni la obra terminada se inspecciona adecuadamente a la pobre luz de las medias verdades. Si no te instruyes en la verdad del evangelio, Satanás utilizará tu ignorancia para estorbar tu crecimiento espiritual. Él tiene una idea ingeniosa para cada ocasión. En un caso, puede intentar persuadirte de que no eres lo suficientemente humilde, y hacer que los abrojos de la auto condenación ahoguen la seguridad de tu salvación. En otra, te halagará con un sentido falso de orgullo por tu humildad, y la plaga de la justicia propia destrozará la cosecha de fruto espiritual en tu vida. A Satanás le da igual la mentira que utiliza: una vale tanto como otra si puede hacértela creer.

Pero el conocimiento no es el final de la obra de la gracia. Hay que añadir el dominio propio. Sin él, tanto la fe como la razón pronto pueden ceder su lugar a los placeres temporales. El dominio propio es un excelente mayordomo: inspecciona regularmente al alma y ordena los deseos del creyente para que no pase por alto los deberes cristianos para dedicarse a la diversión. Si permites que tu amor a la comodidad —o hasta a los familiares y amigos— sobrepuje el amor al Señor, no podrás ser soldado victorioso de Cristo. Por tanto, pide el dominio propio que mantiene seguro el nivel espiritual del corazón y toca la alarma cuando este se calienta demasiado en los afectos temporales, o se enfría para con Cristo.

Imagínate ahora bien equipado y marchando hacia el Cielo, pero solazándote mientras tanto con la prosperidad. ¿No deberías también prepararte para el mal tiempo, para una época de percances? Satanás llenará la maleza de mil tentaciones cuando llegues a los caminos estrechos de la adversidad, donde no puedes correr como en el día de la bonanza. Tal vez escapes del mundo atractivo solo para verte aplastado por un problema, a no ser que sepas perseverar. Por tanto, el apóstol nos manda añadir, al dominio propio, paciencia (2 Ped. 1:6).

¿Tienes paciencia? Una excelente virtud, pero no suficiente. Has de ser piadoso también. Según Pedro, hay que añadir a la paciencia, piedad. La devoción o piedad engloba toda la adoración a Dios, interna y externa. Tu vida moral puede ser impecable, pero si no adoras a Dios, eres ateo. Si lo adoras devotamente, pero no según la Biblia, entonces eres un idólatra. Si sigues la letra pero no el espíritu del evangelio, eres un hipócrita. La única adoración que nos lleva a la cámara interior de la verdadera piedad es aquella que se ofrece “en espíritu y en verdad” (Jn. 4:24).

Hemos examinado una buena colección de virtudes, y tal vez te gustaría probártelas. Pero espera, aún no te has revestido del todo. Tienes hermanos espirituales, herederos de la misma promesa contigo; por tanto, a la piedad has de añadir afecto fraternal (2 Ped. 1:7). Este es uno de los grandes mandamientos de Dios. Nuestro amor mutuo es señal de nuestra lealtad a él. Si Satanás puede sembrar cizaña entre los hermanos, hiere profundamente nuestra piedad y toda la causa de Cristo. Él sabe que difícilmente uniremos nuestras manos en la obra si no podemos unir nuestros corazones en amor.

No solo tienes una responsabilidad dada por Dios hacia la familia de los creyentes, sino que tu Padre también te pide que andes impecablemente con los que están fuera de su familia. De forma que “al afecto fraternal, [añade] amor” (2 P. 1:7). Esta virtud te da poder para hacer el bien a los peores hombres. Mientras más te maldigan, más debes orar por ellos. Jesús oró:

“Padre, perdónalos”, mientras sus verdugos le traspasaban el costado en busca de su sangre.

¿Dónde está hoy la compasión de Cristo por la Iglesia? Es evidente que la falta de esta pieza de la armadura le da mucha ventaja a Satanás actualmente. Nos hemos hecho avaros de la misericordia de Dios por temor a ser demasiado dispendiosos en la caridad; mientras que en el sentido bíblico, si esta no es tan amplia como el mundo, es demasiado estrecha para el mandamiento que dice: “Hacer bien a todos” (Gá. 6:10).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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