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Esta analogía guerrera revela la razón de que haya tantos que profesan a Cristo y tan pocos que son cristianos de verdad; tantos que salen a la batalla contra Satanás y tan pocos que vuelven airosos. Todos pueden tener deseos de ser soldados de éxito, pero pocos tienen el valor y la determinación de luchar con las dificultades que los acosan en el camino a la victoria. Todo Israel siguió a Moisés con alegría al salir de Egipto. Pero cuando apretó un poco el hambre, y se aplacaron sus deseos inmediatos, estuvieron dispuestos a abandonar enseguida. Preferían la esclavitud del faraón a las bendiciones prometidas por el Señor.

Hoy en día nada es distinto. ¡Cuántos rompen con Cristo en la encrucijada del sufrimiento! Como Orfa, solo le acompañan parte del camino (Rt. 1:14). Profesan creer en el evangelio y se hacen llamar herederos de las bendiciones de los santos. Pero al llegar la prueba, pronto se cansan del viaje y se niegan a soportarla por Cristo. A la primera señal de dificultad, besan al Salvador y se alejan, reacios a perder el Cielo, pero aún más reacios a comprarlo a tan alto precio. Si tienen que resistirse a tantos enemigos en el camino, se contentan con sus propias cisternas estancadas y dejan el Agua de Vida para otros que se aventuran más allá. ¿Quién entre nosotros no ha aprendido por experiencia que hace falta un espíritu diferente del mundano para seguir a Cristo plenamente?

Por tanto, creyente, que esto te incite a pedirle a Dios la determinación y el valor santo que hacen falta para seguir a Cristo. Sin ellos no podrás ser lo que profesas. Los cobardes marchan hacia el Infierno (Ap. 21:8) y los valientes toman el Cielo por la fuerza (Mt. 11:12). Los cobardes nunca han ganado el Cielo. No pretendas que has nacido de Dios, con su sangre real en tus venas, a no ser que puedas probar tus antecedentes con este espíritu heroico: atreverte a ser santo a pesar del hombre y del diablo.

Encontrarás gran fuerza y ánimo al saber que tu comisión es divina. Dios mismo te apoya en la batalla y ha nombrado a su Hijo como Guía de tu salvación (Heb. 2:10). Él te llevará al campo de batalla con valor, y saldrás de allí con honor. Él vivió y murió por ti; y vivirá y morirá contigo. Su misericordia y amor para con sus soldados no tiene comparación. Los historiadores dicen que Trajano rasgó sus propias vestiduras para vendar las heridas de sus soldados. La Biblia afirma que Cristo derramó su propia sangre como ungüento para sanar las heridas de sus santos, y su carne fue desgarrada para vendarles.

En cuanto al valor, nuestro Señor no tiene igual. Nunca volvió la espalda ante el peligro, ni aun cuando el odio infernal y la justicia divina parecían estar en su contra: “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? (Jn. 18:4). Satanás no podía derrotarle; nuestro Salvador nunca perdió batalla, ni cuando perdió la vida. Ganó la victoria, llevando el botín al Cielo en el carro triunfal de su ascensión. Allí lo exhibe abiertamente, para el gozo inefable de santos y ángeles.

Como parte del ejército de Cristo, tú marchas entre los espíritus honrados. Cada uno de tus amigos soldados es hijo del Rey. Algunos, como tú, están en medio de la batalla, asediados por todas partes por la aflicción y la tentación. Otros, después de muchos asaltos, repulsas y recuperaciones de fe, ya están sobre la muralla del Cielo como vencedores. Desde allí observan y animan a sus camaradas en la tierra a marchar cuesta arriba tras ellos. Claman diciendo: “¡Lucha a muerte y la Ciudad será tuya, como ahora es nuestra! Por unos días de conflicto tendrás el galardón de la gloria celestial. Un momento de este gozo divino secará todas tus lagrimas, sanará tus heridas y borrará la dureza de la guerra con el gozo de tu victoria permanente”.

Es decir: Dios, los ángeles y los santos que están con el Señor son espectadores de tu manera de desenvolverte como hijo del Altísimo. Esta nube de testigos (Heb. 12:1) grita gozosamente desde la muralla celestial cada vez que vences una tentación, superas una dificultad, o recuperas terreno perdido al enemigo. Y si la lucha es superior a tus fuerzas, tu amado Salvador está listo con sus reservas para aliviarte en cualquier momento. Su corazón salta al ver tu amor y celo por Él en tus conflictos. No olvidará tu fidelidad. Y cuando salgas del campo de batalla, te recibirá con el mismo gozo que tuvo el Padre cuando Él volvió al Cielo.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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