En BOLETÍN SEMANAL

1Cor 15:10  Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

Cuando Pablo dijo: «Por la gracia de Dios soy lo que soy», expresó algo más que una gran verdad concerniente a su propia vida. Estaba expresando un gran principio de la fe cristiana, ya que cada uno de nosotros tiene que decir, como Pablo: «Por la gracia de Dios, soy lo que soy».

Para algunos, aquellos que claramente comprenden la fe cristiana y el lenguaje de la Palabra de Dios, esto no es más que un mero principio de la fe fácilmente comprendido. Pero para otros, estas palabras surgidas de los labios de Pablo, pueden ser algo tan carente de significado, como si hubieran sido dichas en un idioma extranjero.

Un día, tras el servicio de culto de la tarde, uno de los jóvenes de la congregación, vino con la pregunta: «¿Qué es la gracia? Nunca pasa un servicio –continuó–, sin que la gracia de Dios sea mencionada, bien sea en el sermón, en las oraciones o en los himnos que cantamos. Pero cuanto más oigo utilizar esa palabra, menos seguro estoy de saber lo que significa».

Una de las mejores definiciones que yo había oído de la palabra «gracia» fue proferida en el Senado de los Estados Unidos. Durante los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, el Estado de New Hampshire estuvo representado en el Senado de los Estados Unidos por el honorable Charles Tobey. El senador Tobey era mucha más que un abogado prestigioso, era un cristiano bien conocido que hablaba con el lenguaje utilizado en la Sagrada Escritura.

En tal ocasión, de acuerdo con su biógrafo, el senador Tobey estaba hablando sobre un proyecto de ley para conceder a la Gran Bretaña ayuda económica, que se cifraba en miles de millones de dólares. Charles Tobey recordó a algunos de los otros senadores que el Imperio Británico continuaba llevando adelante un comercio internacional con la China comunista, supliendo sus necesidades, precisamente en un tiempo cuando jóvenes americanos morían a mano de los comunistas chinos en el conflicto de Corea. Tenía mucho más que decir, pero concluyó su discurso con estas palabras: «Esta es gracia, que nosotros les hayamos dado tanto cuando ellos no se merecen nada».

Las palabras del senador Tobey encajan perfectamente con el concepto bíblico de la gracia, ya que la gracia es el libre e inmerecido don de Dios.

El joven que vino con su pregunta estaba confuso, creo yo, porque el término gracia se emplea para describir tantas y tan diferentes situaciones. Pablo dijo, por ejemplo: «Por gracia sois salvos, por medio de la fe y esto no es de vosotros, mas es un don de Dios, y no por obras, para que nadie se gloríe». Lo que queremos expresar cuando decimos que somos salvos por gracia, es que nuestra salvación es el don de Dios, el libre e inmerecido regalo de Dios.

Pero la Palabra gracia se usa de otra forma. Cuando Dwight L. Moody vio a un borracho haciendo eses calle abajo por la West Madison, en Chicago, dijo: «Si no fuera por la gracia de Dios éste hombre sería yo», ¿qué quería decir? Quiso decir que su capacidad para renunciar al alcohol y a la borrachera era el regalo de Dios, el libre e inmerecido don de Dios.

Tras del accidente en que mi automóvil quedó destrozado hace años, supe que había escapado ileso librándome de graves heridas o de la muerte por la gracia de Dios. ¿Qué es lo que uno quiere decir cuando usa ese término en circunstancias parecidas? Yo quiero decir que mi seguridad corporal fue un don de Dios, ese libre e inmerecido don de Dios.

Pablo lo empleó posteriormente y de forma especial mejor que en cualquiera de otros ejemplos, cuando dijo: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». Estaba diciendo que toda cosa buena en su vida, era un regalo de Dios: su salvación, su conversión en el camino de Damasco, su voluntad para sacrificar todas las cosas al servicio de Dios, el espíritu misionero arraigado en su corazón, y todo cuanto de justicia, verdad y paz había en su vida, eran la consecuencia de este don de Dios, libre e inmerecido, que es la gracia.

No es suficiente decir que la gracia es el don de Dios. Esto sería una definición incompleta. Para definir claramente el significado del término gracia como se utiliza en la Escritura, tenemos que añadir tres adjetivos descriptivos y asimismo definitivos. Es gratuita, es inmerecida y es irresistible.

Consideramos que la gracia, es el gratuito don de Dios. Podríamos preguntar: ¿pero no son libres o gratuitos todos los dones? De ningún modo. Por ejemplo, hubo una muchacha rica que pagó la carrera médica de un joven con quien planeaba casarse. Después de que el joven se hubo graduado en la Facultad de Medicina, le volvió la espalda y se casó con una enfermera a quien había conocido durante su internado. La joven mujer que pagó su carrera médica llevó el caso a los tribunales. Le demandó para que él la reembolsase el importe recibido para su carrera.

En este caso el tribunal dispuso que ella le había dado el dinero «como anticipo del matrimonio» y puesto que el matrimonio no había tenido lugar, el dinero tenía que ser devuelto. Como se puede ver, éste no fue un regalo libre o gratuito, exigía una condición. El joven médico tenía que casarse con su benefactora, o devolver el don.

Cuando decimos que la gracia de Dios es un don gratuito, queremos decir que no existen condiciones para el mismo. Esta verdad puede ser fácilmente discernida en conexión con nuestra redención. Nunca podremos pagar a Dios por nuestra salvación. Esto es lo que Jesús quiso expresar cuando dijo: «Cuando hayáis hecho todas las cosas, diréis todavía: “Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer hicimos.”» Se espera que sirvamos a Dios, por supuesto; pero si le servimos muy bien, la capacidad para hacerlo así es un regalo adicional del Señor. Se espera que actuemos como buenos mayordomos, por supuesto; pero si somos capacitados para actuar como tales en las cosas que Dios nos ha ordenado, esta facultad para hacerlo es un regalo adicional que procede de Dios. Y aunque tengamos el fervor misionero de un Pablo, aunque poseamos la consagración intrépida de un Pedro, o que aceptemos la muerte del martirio como Esteban, aunque hayamos hecho todas esas cosas, con todo sabemos y declaramos que somos siervos inútiles o desprovistos de mérito.

Dios sabe que nosotros nunca le pagaremos por el don de nuestra salvación. Nuestra salvación es un don libre; todos los dones de Dios son dones libres y gratuitos. No existe el pensamiento de recobro. Cuando decimos que somos salvos por gracia, declaramos que nuestra salvación es el libre don de Dios.

Por añadidura, nuestra salvación y todas las otras bendiciones que recibimos de Dios, son dones inmerecidos. Con esto queremos decir que no merecemos ser salvos, ni merecemos tampoco ningún otro de los dones de Dios. No podemos apreciar en su amplitud nuestra salvación, hasta que seamos totalmente conscientes de que se trata de un don inmerecido. Esto es precisamente lo opuesto de lo que muchos están enseñando en nuestro tiempo. ¿Cuántas veces has oído a un predicador o a un evangelista decir: «Si creéis, Dios os salvará; o si creéis, seréis nacidos de nuevo; o si creéis, recibiréis el Espíritu Santo»? Esto hace de la fe una obra meritoria. Significa que el hombre tiene que ofrecer a Dios el don de la fe, antes de que Dios conceda al hombre el don de la salvación.

Esto tiene como consecuencia hacer una parodia de la totalidad del concepto de la salvación como don de Dios. Significaría que Dios y el hombre se conducen según un tipo de intercambio comercial. Dios da la salvación al hombre, mediante la fe cuando el hombre se entrega a Dios. Esto reduce la salvación a un bajo nivel comercial. El tendero te entregará  un tubo de dentífrico, si le entregas a él cincuenta céntimos. En la tienda de comestibles te darán un kilo de mantequilla, si le entregas setenta y cinco céntimos. Dios te dará la salvación, si le entregas a Él tu fe.

Este error vicioso surge de la negación de una explícita verdad de Dios, ya que se nos dice que nuestra fe es el don de Dios. Por supuesto que la fe es necesaria para la salvación, pero es el propio Dios quien suple la fe necesaria.

«La fe, en consecuencia, ha de ser considerada como don de Dios y no como un intercambio de algo que ha sido ofrecido por Dios al hombre, para ser aceptada o rechazada a su placer, sino porque está en realidad conferida, insuflada e infusa en el hombre.

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Extracto del libro: “La fe más profunda” escrito por  Gordon Girod

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