​​Junto con la iglesia Cristiana Apostólica, Calvino confiesa la divina inspiración de las Sagradas Escrituras. La considera como una verdad universal que se halla más allá de toda disputa. Calvino no presenta una exposición especial de esta doctrina: ni en las Instituciones, ni en los Comentarios, ni en ningún otro trabajo suyo. Simplemente se atiene a lo que siempre ha sido profesado por la Iglesia Cristiana.

 De acuerdo con esto, procederíamos directamente a hablar del único y nuevo uso que él y otros reformadores hicieron de esta verdad, si no fuese por el hecho de que repetidamente se ha alegado que Calvino tuvo una visión más libre y más liberal de la inspiración de la Escritura. Emile Doumergue, el gran biógrafo de Calvino, en el cuarto libro de su voluminoso estudio examina y manifiesta la estructura religiosa del pensamiento de Calvino. En este contexto discute la visión que Calvino tuvo de la Escritura y niega que éste enseñase la inspiración mecánica, verbal y literal. Se dice que Calvino enseñó que la doctrina espiritual está inspirada por el Espíritu Santo, en aquello que pertenece a materia de fe. Hay, además, muchos que conocen la antigua Teología reformada sólo por el Compendio de Heinrich Heppe, una nueva edición de la cual fue preparada por Ernst Biser en 1938.

De acuerdo con este Compendio, Calvino hace una clara distinción entre la Palabra de Dios, hablada a los Padres en muchas revelaciones y finalmente proclamada por el Hijo, y la Sagrada Escritura, que es el registro que la contiene. En Calvino —se dice—, la divina inspiración se refiere a la Palabra de Dios, pero no al registro escrito de la revelación de Dios. La autoridad de la Escritura —alega Heppe— está basada, no sobre la forma del registro escrito, sino solamente a su contenido, su doctrina, sus actos-revelaciones, y de estas cosas es un fidedigno aunque falible testigo. Similarmente, el difundido y conciso sumario de la teología de Calvino por Wilhelm Niesel afirma que Calvino se inclinó por la doctrina de la inspiración gráfica ni creyó en inspiración literal de la Escritura. Se supone que esto se hace evidente por sus Comentarios. En vista de esta situación, nos incumbe bosquejar brevemente el punto de vista de Calvino de la inspiración de la Escritura. La disertación del Dr. D. J. de Groot en donde se discute el asunto (Zutphen, 1931), presenta una abundancia de pruebas que irrefutablemente demuestran que Calvino enseñó, de hecho, la inspiración verbal de la Sagrada Escritura. En consecuencia, bastará con que citemos varios pasajes concluyentes en los que Calvino se expresa explícitamente.

En la introducción de su comentario al Pentateuco, Calvino hace notar que Moisés no expresó adivinaciones propias, sino que es el instrumento del Espíritu Santo para la publicación de esas cosas que era importante fueran conocidas de todos los hombres (XXIII, 5). Estos cinco libros —leemos en el comentario al Éxodo 31:18— fueron escritos no sólo bajo la guía del Espíritu de Dios, sino que Dios mismo los ha sugerido, expresándolos con palabras de su propia boca (XXV, 79; III, 328). En Deuteronomio 32:22, 24 se nos dice que Moisés registró un canto que había cantado, y escribió la ley en un libro. En esta declaración Calvino encuentra una clara indicación de que Moisés no fue el autor de ellos, sino que simplemente el registrador o escriba de la boca de Dios. Compara a Moisés con un secretario que sólo escribe lo que se le ordena. Así, Moisés registró lo que había recibido de Dios, no lo inventado por su imaginación. Fue, ciertamente, un profeta que sobrepasó a todos los demás en excelencia; sin embargo, Dios le emplea en esta forma, es decir, escribiendo sólo lo que había recibido de la boca de Dios (XXVIII, 647). No todas las cosas que están registradas en el Éxodo, el Levítico y el Deuteronomio estaban escritos en las dos tablas de piedra por Dios mismo. Dios sólo escribió la parte principal. Pero de esta forma quiso indicar que todos los escritos que Moisés dejara a la posteridad son Suyos (XXVI, 673-75). Así, la voz de los profetas es la voz de Dios, cuyos instrumentos son. Por tanto, debemos prestar la misma atención reverente a las palabras de los profetas como si las oyésemos del propio Dios entre el trueno del cielo. Ciertamente, los profetas sólo dicen lo que han recibido de Dios, y, como intermediarios suyos, son sólo voceros de lo que Dios ha puesto en sus mentes (XXXVI, 27). Cuando Jeremías dicta a Baruch las profecías que ha expresado antes, Calvino comenta: «pero no hay duda de que Dios sugería al profeta lo que ya se habría borrado de su memoria; ya que todas las cosas que hemos dicho hace tiempo, no siempre se nos ocurren». Por tanto, la mayor parte de tantas palabras tenían que haberse escapado del profeta, de no haber sido dictadas nuevamente por Dios. Jeremías, por tanto, está entre Dios y Baruch, ya que Dios, por su Espíritu, preside y conduce la mente y la lengua del profeta. Entonces el profeta, con el Espíritu Santo actuando de guía y de maestro, dicta lo que Dios le ha ordenado, y Baruch lo pone por escrito y así proclama la totalidad de lo que el profeta había enseñado (XXXIX, 18). En este comentario sobre los Salmos leemos repetidamente que el Espíritu ha dictado esos cantos (XXXI, 357, 756). Incluso aplica esto de un modo absoluto en los llamados salmos imprecatorios. Cuando David exclama en el Salmo 69:22: «Sea su mesa delante de ellos por lazo, y lo que es para bien por tropiezo», Calvino resalta que David no da rienda suelta a sus sentimientos, sino que, bajo la dirección del Espíritu Santo, invoca el juicio de Dios sobre los réprobos: el espíritu de sabiduría, de entereza y moderación puso esas imprecaciones en la boca de David (XXXI, 647). En el último versículo del Salmo 137, donde leemos: «Bienaventurados los que tomen y estrellen a los pequeños contra las rocas.» Calvino comenta: «Puede parecer un sabor de crueldad el que se quisiera que tiernos e inocentes niños fuesen estrellados y destrozados sobre las rocas; pero no habla bajo el impulso de sentimientos personales y sólo emplea palabras que Dios le ha autorizado (XXXII, 372).

En los comentarios del Nuevo Testamento encontramos repetidamente la declaración de que en ciertas frases de la Escritura el Espíritu atestigua, reprocha, refuta, ensalza, condena, omite o da énfasis a algo, o persigue un determinado objetivo. En la introducción a los Evangelios sinópticos observa que algunos son de la opinión de que Marcos, escriba de Pedro, redactó su evangelio como dictado por Pedro. Calvino considera esto de poca importancia, con tal de que creamos que él es el testigo debidamente calificado y divinamente es estilo de los evangelistas. De acuerdo con esto, Calvino dice de Mateo 2:1: El Espíritu de Dios, que nombró a los evangelistas para ser sus escribas, parece haber regulado a propósito su estilo de tal manera que todos escribieron una y la misma historia, el mismo relato, con el más perfecto acuerdo; pero en diferentes maneras. Así se consiguió que la verdad de Dios apareciese más clara y sorprendente, cuando se manifiesta que sus testigos no hablaban con un plan concreto, sino por separado, sin prestar atención el uno al otro, escribiéndolo libremente y con la honestidad dictada por el Espíritu Santo (XLV, 81). Por lo que concierne a los Hechos de los Apóstoles, declara que no hay duda de que este libro procede del Espíritu de Dios (XLVIII, 8). En la reunión congregacional que precedió a Pentecostés, Pedro declara que el Espíritu Santo ha profetizado la traición de Judas. Comentando esto, Calvino testifica: «Tal forma de discurso nos induce a una gran reverencia a la Escritura, pues se nos enseña que David y el resto de los profetas hablaban sólo dirigidos por el Espíritu Santo; así Pues, no son ellos los autores de sus profecías, sino el Espíritu Santo que utilizó su lengua como instrumento. En consecuencia, no vacila en llamar al lenguaje de la Escritura el lenguaje del Espíritu (Ibid., 468). El gobierno del Espíritu también se extiende a las Epístolas de los Apóstoles que escribieron los más importantes Puntos de su doctrina en forma de libro (XLVII, 361). Se sigue, Pues, que el Espíritu Santo ha inspirado los escritos de los apóstoles y los profetas (LV, 198).

Cuando Pablo, en I Corintios 2:9, cita a Isaías, ni las palabras ni el significado literal están de acuerdo con el original. Pero Calvino explica: «El Espíritu de Dios, con Su autorizada declaración, hace que encontremos un intérprete cogido que se limitó a escribir, pero que el Espíritu Santo dirigió y guio su pluma (XLV, 3). El Espíritu Santo, además, ha inspirado una tan sorprendente armonía entre los cuatro Evangelios que esto ya sería suficiente para asegurarles el crédito que merecen si no hubiesen otras razones de más profundo peso para apoyar tal autoridad (Ibid., 3, 4). Y en el prólogo al Evangelio de Juan repite que el Espíritu Santo dictó a los cuatro evangelistas lo que debían escribir, de forma que, teniendo cada uno su parte en el conjunto asignado, la totalidad puede reunirse en un solo cuerpo (XLVII, 8). Así, la inspiración del Espíritu abarca el intento, la manera de relatar los hechos sagrados e incluso el lenguaje y el fiel y seguro en la boca de Pablo por lo que dictó a Isaías» (XLIX, 339). Calvino concede que hay defectos de redacción en el discurso de Pablo en Romanos 5:15; sin embargo, no es perjudicial para la majestad de la sabiduría celestial que es enseñada por los Apóstoles; ocurre, por providencia de Dios, que los más altos misterios nos han sido entregados con la apariencia de un humilde estilo, para que nuestra fe no se apoye en el poder de la elocuencia humana, sino sólo en la obra eficaz del Espíritu (XLIX, 98). Toda la Escritura está inspirada por Dios. La Ley y los profetas no enseñan otra doctrina que la que es dictada por el Espíritu Santo, por lo que debemos el mismo respeto a la Escritura que a Dios, ya que procede de El solo y nada humano está mezclado en ello (LII, 382, 83). Incluso el consejo de Pablo a Timoteo de beber un poco de vino, es la palabra del Espíritu Santo que reprende a Timoteo por su forma de vida demasiado rigurosa (LII, 320).

Cualquiera que considere esta evidencia, que fácilmente puede multiplicarse, no puede negar que Calvino profesa un inmenso respeto a la autoridad del Espíritu Santo en toda la Biblia, incluyendo el lenguaje, el estilo y la dicción. La inspiración del Espíritu pertenece no sólo a la doctrina espiritual y a las verdades cardinales soteriológicas, sino incluso a los más pequeños detalles. Los escritores de la Biblia son mencionados repetidamente como secretarios, amanuenses, escribientes o plumas del Espíritu, quienes certeramente reproducen lo que se les ha dictado. La visión de Calvino sobre la inspiración de la Escritura concuerda en los más pequeños detalles con el gran padre de la Iglesia, Agustín. Un concepto limitado de la inspiración es extraño a sus pensamientos y ambos expresan en el lenguaje más enfático la absoluta dependencia de los escritores de la Biblia del Espíritu. Si comparamos el punto de vista de Calvino, según está expresado en las anotaciones dadas anteriormente, con las de Agustín (cf. mi estudio Het Woord Gods bij Augustinus, Kampen, 1955, pp. 37-62), se hace inequívocamente claro que se parecen la una a la otra como dos gotas de agua. Una y otra vez estos dos autores nos impresionan con la advocación de una absoluta inspiración mecánica.

Sin embargo, no es ésa ciertamente su intención. Ambos emplean tal vigoroso lenguaje con objeto de dar expresión a sus más profundas convicciones de que en un sentido literal todo tiene que ser atribuido al Espíritu de Dios. Todo en la Escritura está impregnado por el aliento de Dios, sin excepción alguna. Esto, no obstante, no les impide reconocer simultáneamente que esos escritores no fueron autómatas en las manos del Espíritu. En consecuencia, afirman, sin ninguna reticencia, que el Espíritu asignó a los cuatro evangelistas sus respectivos papeles con determinada forma y propósito, dictándoselo todo para producir una maravillosa armonía. Al mismo tiempo, ambos hombres reconocen que la propia actividad de los autores secundarios no está en modo alguno eliminada. Los evangelistas consultaron fuentes, lo reflejaron en su objetivo y en sus métodos, arreglaron hechos sin adherirse estrictamente a un orden cronológico, describiendo cada uno los hechos como los vieron mejor. En las tentaciones del desierto, Mateo y Lucas no presentan el mismo orden. Calvino considera esto de poca trascendencia. Ciertamente, los evangelistas no decidieron de antemano presentar el tema central de su narrativa siempre en estricta concordancia con el orden cronológico de los acontecimientos. A ellos les preocupan las materias principales y presentan una visión de aquellas cosas que son las más provechosas (a los hombres) para aprender a conocer a Cristo (XLV, 133). En la misma introducción en la cual declara que el Espíritu Santo lo ha dictado todo, Calvino también admite que Juan persigue conscientemente un objetivo específico, diferente de los otros evangelistas, y que según parece tiene el especial propósito de refutar la calumnia de Cerinto (XLVII, 7, 8). Mateo y Lucas hacen referencia a varios sermones y milagros de Jesús que tienen lugar en sitios diferentes (XLV, 220, 664). Lucas parece situar el desgarramiento del velo antes de la muerte de Cristo: han de aceptarse todas estas pequeñas diferencias, pero una vez más resulta evidente que los evangelistas no se adhieren a un orden cronológico de los acontecimientos (XLV, 783).

Dondequiera que Mateo y los otros Apóstoles citan el Antiguo Testamento, no lo hacen citando palabra por palabra; sin embargo, aun cuando a veces se apartan del texto literal, con todo la aplicación al asunto es apropiada y correcta. Por tanto, Calvino siempre recuerda al lector de la Biblia que considere el propósito Para el cual los pasajes de la Escritura son señalados por los evangelistas, sin analizar particularmente las palabras; sino quedando satisfecho de que no se encuentre la Escritura retorcida en un sentido diferente, sino aplicada en su genuino significado (XLV, 84). Todavía, en otro lugar, Calvino escribe: «Al citar esas Palabras los Apóstoles no fueron tan escrupulosos, supuesto que no Pervertían la Escritura para su propio propósito. Tenemos siempre que considerar el fin para el que citan esos pasajes, ya que se cuidan muy bien del principal objetivo, es decir, de no cambiar el significado de la Escritura, sino las palabras y otras cosas, que no influyen en el asunto y en esto usaron de gran libertad (LV, 124). Así, aun cuando Calvino atribuye tanto el lenguaje como el estilo a la obra del Espíritu Santo, admite al mismo tiempo que Amos, Jeremías y Zacarías hablan en un lenguaje que claramente traiciona su origen campesino (I, Vill, 2); además, que Ezequiel sobrelleva la influencia de su exilio y, por consecuencia, revela muchos defectos en su lenguaje, y Lucas escribe un griego que está mezclado con hebraísmos (XLVIII, 27).

Este breve estudio demuestra claramente que Calvino acepta la herencia de la iglesia católica, por lo que respecta a la inspiración de la Escritura, sin ninguna reserva. El no discute el asunto, sino que lo presupone. De acuerdo con Calvino, todo lo debemos en la Biblia a la inspiración del Espíritu, y, con todo, la amplísima actividad del Espíritu no impide la propia actividad de los autores bíblicos. Aunque Calvino confiesa su creencia en la inspiración de la Escritura con absoluta convicción, no obstante no es esto lo que subraya. Comprometido en una lucha a vida o muerte, tiene que estar constantemente alerta en dos frentes. El primero y más importante, contra la iglesia de Roma. Todo lo que Roma había dicho sobre la inspiración de la Escritura fue totalmente aceptado; y, con todo, la Palabra de Dios había perdido su significado fundamental en la iglesia romana.

La actitud general del clero está bien expresada en las palabras del Dr. Uzinger, escritas a Lutero en el claustro de Erfurt: «Pero, hermano Lutero, ¿qué es la Biblia? Es preciso leer a los antiguos maestros que han extraído la savia de la verdad de la Biblia.»  La Biblia sólo lleva a la disputa. La vida de la iglesia ya no estaba basada en la Biblia sino en las tradiciones. En la historia de la Reforma, Bullinger relata que, de todos los decanos de la Confederación Suiza, no hay tres que lean la Biblia y no hay uno que haya leído entero el Testamento. Y en la introducción a su edición de los sermones de Crisóstomo, Calvino escribe que al principio del siglo xvi la Biblia estaba arrinconada en las librerías de muy pocas personas y era completamente desconocida para el pueblo. Los servicios divinos del culto no tenían relación alguna con la Palabra, sino con los sacramentos, que eran considerados como los únicos dispensadores de la gracia. En su réplica a Sadoleto, Calvino declara que la Palabra de Dios ha sido enterrada, el poder de Cristo oscurecido por un profundo olvido, y que ninguna parte del culto divino estaba libre de contaminación. Además, en sus polémicas contra los Reformadores, los cabecillas romanos constantemente apelaban al Espíritu, que, de acuerdo con la promesa de Cristo, nunca abandonaría a la iglesia. Este Espíritu había estado tan íntimamente conectado con el ministerio de la iglesia que el error estaba fuera de toda cuestión incluso cuando la iglesia hacía pronunciamientos respecto a varias materias sin miramiento a la Palabra.

Extracto del libro: Calvino, profeta contemporáneo.   Título del artículo: CALVINO Y LA INSPIRACIÓN DE LA ESCRITURA
por A. D. R. POLMAN

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