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Aunque no te hayas tambaleado con la primera pedrada de Satanás (la mentira de que la santidad estorba al placer), él tiene otra piedra a mano para lanzarte. Es demasiado astuto para salir a la batalla con una sola flecha; puedes esperarte otra, en cuanto vea que ha fallado la primera.

Así dice la siguiente: “Realmente no debes comprometerte en esa clase de vida santa a no ser, por supuesto, que estés dispuesto a perder todo lo que te ha costado tanto trabajo ganar. Y no olvides a la gente que cuenta contigo. Mira a los más prominentes del mundo: ¿acaso viene su riqueza de la santidad? Si hubieran sido tan estrictos como tu conciencia, ligada a las reglas de la vida santa, no habrían llegado a tener éxito. Si quieres algo de su prosperidad, lo primero que tienes que hacer es quitarte la coraza de justicia, o por lo menos desabrochártela a fin de tener suficiente soltura como para emplear tu ingenio. Si no, ya puedes cerrar el taller, porque no obtendrás provecho de todo tu trabajo”.

Aunque las palabras del diablo son armas mortíferas, él no tiene la última palabra en la guerra espiritual. La última palabra la tiene Dios. Veamos cuatro facetas de ella desde el punto de vista divino.

a.- La santidad, que no la riqueza es necesaria para la felicidad

    Puedes volar al Cielo sin un cuarto en el bolsillo, pero no llegarás allí sin santidad en el corazón y la vida. La sabiduría te insta a cuidar primero este importante requisito.

    b.- El cielo vale toda la pobreza del mundo

    Hay un remanente de personas que aceptan agradecidas el don de la salvación, si por ella pueden llegar a las puertas del Cielo. Dios no tiene que sobornarlos con la prosperidad y un camino sin problemas; deciden ser cristianos a toda costa. No consideres siquiera lo que puedas estar perdiendo; si amas a Dios, abandonarás el mundo entero para no romper con Él.

    c.- La santidad crece en el contentamiento con Cristo

    A un hombre sano y fuerte le basta con poca ropa. El calor de la sangre es mejor que el de la mucha vestimenta. ¡Cuánto mejor será entonces el contentamiento que da la santidad al cristiano pobre que el contentamiento —si es que este existe en el mundo— proporcionado por las riquezas!

    “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). El cristiano es el único satisfecho en la tierra. Pablo aprendió a contentarse en cualquier circunstancia. Si le preguntaras quién le había enseñado esta dura lección, te diría que no la aprendió por sentarse a los pies de Gamaliel, sino a los de Cristo. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Cuando el cristiano está en su momento más bajo y pobre, puede testificar que su corazón puede con las circunstancias.

    El mundo considera feliz a aquel que se puede mantener sin pedir prestado de nadie, y que paga al contado todo lo que compra. Si anhela cierto manjar, no necesita buscarlo en el mercado, porque lo tiene disponible en sus tierras. La piedad es tan rica que es más que capaz de cubrir, de su propio almacén, todo deseo del cristiano. El santo nunca tendrá que pedir a la puerta del mundo, ni arriesgarse a perder su santidad para obtenerlo.

    d.- Los que empeñan su coraza pagan un precio altísimo

    El verdadero precio de esta “ganga” se ve en el pecado que supone, y en la pesada maldición que entra tras ese pecado.

    1.- Es un gran pecado. El diablo no malgastaría su tiempo tentando al Hijo de Dios con pecados nimios. En su lugar expuso ante Jesús un cebo de oro, cuando “le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”, prometiendo dárselos si le adoraba (Lc. 4:5). El maligno pensaba hacer que Cristo lo reconociera como señor del mundo y que esperara cosas buenas de su mano, y no de la de Dios.

      Así también, todos los que buscan los premios del mundo mediante la injusticia, acuden al diablo y, en efecto, lo adoran. Bien podrían reconocer a Satanás como señor, porque han colocado al diablo en el puesto de Dios. ¿Quién no prefiere la pobreza de Dios a las riquezas del diablo? Es un pecado atrevido quitarle a Dios la soberanía y dársela al diablo.

      2.- Es un pecado necio. “Porque los que quieren enriquecerse [esto es, por las buenas o por las malas] caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas” (1 Ti. 6:9). ¡Qué tontería robar algo que ya te pertenece! Si eres cristiano, todo lo que hay en el mundo es tuyo. “Pero la piedad […] tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (4:8). Si las riquezas te hacen bien, las tendrás; pero es Dios quien lo decide; y si ve que la opulencia no va a beneficiar a tu alma, te pagará con otra moneda. “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5).

      Si Dios te da prosperidad, pero luego te pide que la dejes por su Nombre, te otorga junto con la petición su garantía de que recuperarás la pérdida “cien veces más” en esta vida, además de obtener la vida eterna (Mt. 19:29). Solo el necio abandona las promesas de Dios por la “seguridad” del diablo.

      3.- Es un trato costoso. A las ganancias deshonestas siempre va unida una pesada maldición: “La maldición de Jehová está en la casa del impío […]. En la casa del justo hay gran provisión” (Pr. 3:33; 15:6). Puedes visitar la casa del justo sin encontrar dinero, pero seguramente hallarás un tesoro. En casa del impío hay mucho oro y plata, pero nunca un tesoro; la maldición divina consume todas sus ganancias: El aventador de Dios sigue al rastrillo del impío.

      Los impíos traen vergüenza sobre sus casas: “La piedra clamará desde el muro, y la tabla del enmaderado le responderá” (Hab. 2:11). El clamor de su injusticia le sigue por toda la casa, y hace eco, hasta que puede oír como las piedras y las vigas chirrían bajo el peso del pecado que las colocó.

      Este pecado es tan abominable para el Dios justo que no solamente el que reúne ganancias deshonestas, sino también sus instrumentos para avanzar sus proyectos, resultan maldecidos. El siervo que colabora en el fraude de su amo también cobra la paga de parte de Dios: “Asimismo castigaré en aquel día a todos los que saltan la puerta, los que llenan la casa de sus señores de robo y de engaño” (Sof. 1:9).

      4.- Satanás amenaza a la rectitud con la oposición del mundo

      El siguiente tropiezo que el diablo pone en el camino de la justicia es una presión muy astuta de sus coetáneos: “¿No te das cuenta de que perderás el respeto de amigos y vecinos si andas vestido con esa coraza? Ya sabes que la Palabra dice que es importante vivir en paz con tus semejantes. ¿O es que te gusta que se burlen de ti como de Lot entre los sodomitas y de Noé en el viejo mundo? Debes saber ya que eso de la santidad hace mala sangre en todas partes. Si la tienes, atraerás los golpes del mundo entero”.

      Aunque sea un argumento débil, lleva bastante peso como para constituir una tentación peligrosa cuando tropieza con una persona de carácter flojo y una fuerte inclinación a la vida apacible. Aarón probablemente tropezó con esta misma piedra al fabricar el becerro de oro. No lo empezó por gusto, sino para tranquilizar al pueblo revuelto: “No se enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado al mal” (Éx. 32:22). Esta fue su defensa: “No sabía a qué podría llegar el pueblo si rechazaba sus exigencias. Solamente lo tranquilicé para evitar mayores problemas”.

      Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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