Escoge amistades espirituales
Evita los amigos impíos; estropearán el poder de la santidad. ¿Usarías la misma copa que uno que tuviera una enfermedad infecciosa? ¡El pecado es tan contagioso como la peste!
No tiene sentido que un limpiador comparta casa con un minero del carbón. Lo que uno limpia, el otro lo llena inmediatamente de manchas de grasa negra. Deja de fingir; no puedes estar entre impíos por mucho tiempo sin que se contamine tu alma, la cual el Espíritu Santo ha purificado. No te lavó para ver cómo corres a bañarte en los pecados más pestilentes del mundo.
No debemos escoger un ambiente donde no podamos esperar mejorar a la gente ni a nosotros mismos. El Espíritu de Dios dijo que Abraham “por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (He. 11:9). No convivió con los nativos de aquella tierra pagana, ni contemporizó para ganar su aceptación, sino que vivió con la familia de Dios, que compartía la misma promesa que él atesoraba. En lugar de procurar amistades o intentar mezclarse con los paganos, Abraham estuvo dispuesto a vivir como un extraño entre ellos. Los cristianos son un pueblo aparte. Se dice de Pedro y Juan que “puestos en libertad, vinieron a los suyos” (Hch. 4:23). Los creyentes nunca deben unirse con los incrédulos.
Pablo tenía esto en mente al preguntar a los corintios: ¿No hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos?” (1 Cor. 6:5-6). Te hago la misma pregunta: ¿No hay ningún cristiano en la ciudad a quien consultar? ¿Te es forzoso formar parte de un círculo inconverso? ¡Por eso tu santidad no se fortalece! Cuando respiras el aire viciado, es como viento de Levante, que no deja que nada crezca ni prospere.
Rinde cuentas a un cristiano maduro
A veces el espectador ve más que el actor. Quien tiene un amigo franco que se atreve a hablar claro, tiene una fuente maravillosa de estímulo para el poder de la santidad. Algunas veces el amor al “yo” nos ciega tanto que no vemos ni una sola falta; otras veces, la auto condenación nos hace vernos peor de lo que somos. Mantén el corazón tierno, dispuesto a recibir la reprensión con verdadera mansedumbre.
Quien no soporta la franqueza y el trato llano se hace más daño a sí mismo que a nadie, porque pocas veces escucha la verdad. Si no tienes suficiente humildad para aceptar la reprensión, eres un “escarnecedor” (Pr. 9:8). Por otra parte, el que no ama lo suficiente para reprender a tiempo a su hermano, no es digno de llamarse cristiano, y revela que “aborrece a su hermano” (Lv. 19:17).
David dijo: “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo” (Sal. 141:5). Él aceptaba la reprensión como si un hermano hubiera derramado un frasco de ungüento precioso sobre su cabeza, lo cual era una alta expresión de amor para los judíos. Sus actos respaldaban su palabra. Tanto Abigail como Natán tuvieron un celo santo al reprender a David. Abigail le advirtió acerca de sus traicioneras intenciones en cuanto a Nabal y su familia; y Natán le reprendió por su pecado contra Urías. Mientras Abigail evitó, por su amonestación a tiempo, que el rey pecara, Natán lo obligó a descubrirse y arrepentirse del terrible asesinato que ya había cometido. Observa esto: que no solamente prevalecieron estos dos en sus desagradables misiones, sino que se ganaron el amor de David por ser obedientes a Dios y fieles para con su amigo. David se casó con Abigail y nombró a Natán su consejero personal (cf. 1 S. 25; 2 S. 12).
Una razón por que muchos cristianos profesantes caen, y pocos se mantienen en pie, es que solo un pequeño resto de santos es lo bastante fiel como para reprender a otros en su justa medida. Prefieren murmurar con los demás, trayendo deshonra en lugar de ayuda. Cuando andamos entre chismes, renunciamos a toda esperanza de ayudar al implicado. Es difícil hacer creer a un cristiano que vienes a sanar su alma después de haber herido su buen nombre.
Contempla la santidad desde la perspectiva de la muerte
¿Conoces a personas que no les importa la necedad de su conversación, creen que no cuenta lo que hacen y, en la práctica, pasan por alto a Dios? Estos son los que desprecian a los cristianos que se niegan a sí mismos por el evangelio y sonríen burlones ante el celo de ellos: “¿Estos cristianos —se dicen— no encuentran un paso más cómodo que ir al galope para llegar al Cielo?”.
Pero vendrá la noche inevitable, cuando la muerte se acerque para enseñarles su rostro. Cuando esos presuntuosos vean que no les queda otra elección que ir a la eternidad, estén listos o no para ello, se enfrentarán a su sentencia de vida o muerte con una actitud bien distinta. De repente, la rectitud no les repugnará tanto como antes.
Algunos clérigos profesionales pueden opinar que sus vestimentas clericales son inadecuadas para la vida cotidiana en comunidad. Pero estos mismos hombres tienen enorme interés en que se les entierre con todo su ropaje. Aunque esto es un retrato formal de la vanidad llevada a sus extremos, nos proporciona una imagen muy clara. Los que viven disipadamente en esta vida desearán la cobertura de un hábito religioso al entrar en el otro mundo.
Cierto joven aficionado al placer, después de ver como Ambrosio triunfaba sobre la muerte, le dijo a su compañero de juergas: “¡Ojalá pudiera vivir contigo y morir con Ambrosio!”. ¡Vano deseo! Plantas cizaña, ¿y quieres cosechar trigo? Llenas tu arca de tierra ¿y buscas oro al abrirla? Te puedes engañar día y noche y convencerte de que podrías ganar; pero Dios nunca será burlado. En tu muerte el Señor te pagará con la misma moneda que atesoraste toda la vida.
En resumen, pocos son tan malos y endurecidos que desconozcan la realidad de la muerte. Les pesa tanto la misma que tienen que evitar pensar en ella antes de pecar otra vez. Cristiano, que el conocimiento de la muerte sea tu compañero mediante una seria meditación cada día; verás como supone una diferencia al final de la semana en cuanto a quiénes eliges como compañeros.
Busca tu dependencia del pacto divino de gracia
¿Te das cuenta de que la santidad de Moisés venía del evangelio, y no de la ley? Sus actos de santidad se atribuyen a la fe. “Por la fe Moisés [renunció a] gozar de los deleites temporales del pecado. Por la fe dejó a Egipto…” (Heb. 11:24-27). Para que tú también puedas conservar la santidad por este pacto, considera tres verdades particulares en cuanto a la gracia.
- Dios nos da poder para vivir la vida santificada
“Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ez. 36:27). Una madre toma la mano de su hijo para guiarlo, pero no puede ponerle fuerza en sus piernas para que ande. Un capitán da órdenes a sus hombres, pero no puede proporcionarles el valor para luchar.
Ya que Dios ha incorporado su poder en sus promesas, se habla de ellas como las “preciosas y grandísimas promesas” que Dios nos dio “para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Ped. 1:4). Así nos influyen para la santidad, no solo los mandamientos divinos, sino las promesas: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1). Cuando Dios mismo nos acompaña, y promete pagar todos los gastos hasta llegar a casa, el viaje es maravilloso.
- b. Dios suministra plenitud de gracia en Jesucristo
El Padre ha puesto un tesoro rico y pleno de gracia en su Hijo para cubrir tus necesidades: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Col. 1:19). ¡Toda plenitud habita en Cristo! No la plenitud de una inundación, que sube y luego baja, ni la plenitud de una vasija para beber, que solo calma la sed de un hombre. La Palabra habla de una fuente que proporciona arroyos para que los demás beban sin menguar sus propias aguas.
Es una plenitud que existe para regalar. Ya que el sol no alumbra para sí mismo sino para el mundo que tiene debajo, es como un siervo que da su luz a la tierra. Cristo es el Sol de Justicia, que difunde su gracia en los corazones de su pueblo. Dios derramó la gracia en sus labios, pero no para que la guardara para sí mismo, sino para impartirla: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16).
- c. Dios espera que recibamos de Cristo
Cada hijo de Dios tiene derecho a esta plenitud en Cristo, pero eso no es todo: el instinto de la nueva criatura es absorber de su gracia como el feto se alimenta de la madre en el vientre por el cordón umbilical. Si tienes hambre de mayor santidad, recibe más gracia de Cristo.
Cuando David recordó la fidelidad de Dios al liberarlo de sus problemas y opresiones, envió el mensaje más fuerte para dar gracias al Cielo: su determinación de llevar una vida santa. “Andaré delante de Jehová en la tierra de los vivientes” (Sal. 116:9). Pero como no quería que se pensara que esta decisión estaba basada en su confianza en sí mismo, añadió: “Creí; por tanto hablé” (v. 10). Primero ejerció su fe en Dios para recibir fuerza y luego le prometió lo que haría.
Guárdate del desaliento
La depresión es una de las armas más dinámicas de Satanás para alejarte del propósito divino para tu vida. Si puede esparcir un poco de desánimo aquí y allá en tus pensamientos, y hasta en tus oraciones, podrá convencerte para que te quites la coraza de justicia, por ser pesada y en contra de tus intereses temporales y materiales. ¡No te rindas tan fácilmente! Primero describiré algunas armas demoníacas para desalentar a los cristianos. Luego quiero ayudarte un poco para que le obligues a rendir sus armas a tus pies. Dios quiere que sepas que, por causa de la coraza de justicia que Él te ha dado, “ninguna arma forjada contra ti prosperará […]. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová” (Is. 54:17).
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall