Un buen comienzo será examinar las siguientes verdades:
a.- Dios controla a todos
Cuando Dios quiera, puede darte favor ante los que más temes: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Pr. 16:7).
Labán y Jacob son un buen ejemplo de esto. Labán estaba furioso al perseguir a Jacob, decidido a vengarse, pero Dios se encontró con él en el camino y le hizo cambiar de parecer. La transformación afectó tanto a Labán que confesó a Jacob la razón de que su ira se hubiera calmado: “Poder hay en mi mano para haceros mal; mas el Dios de tu padre me habló anoche…” (Gn. 31:29). Labán tenía poder para dañar a Jacob, ¡pero Dios no lo permitió!
Cuando Mardoqueo le negó a Amán la reverencia requerida por la nobleza, pareció haber escogido la forma más rápida de airarle, pero su conciencia no le permitía doblar la rodilla. Pero después de que Amán intentara de todas las formas posibles castigar a Mardoqueo, él mismo fue llevado al cadalso levantado para el fiel judío. La soberanía de Dios puso a Mardoqueo en el puesto de Amán en el favor del rey. Dios, que tiene la llave del corazón de los reyes, de repente cerró el de Asuero contra el amalecita maldito, y lo abrió para dejar pasar a Mardoqueo a la sala del trono. Entonces, ¿por qué vacilamos en esmerarnos, cuando Dios cuida tan fielmente de la seguridad de sus hijos?
b.- Hay más misericordia en el odio de los pecadores que en su amor
Los cristianos suelen aprovechar más la ira de los malos que su amistad. David fue movido a orar para que Dios abriera el camino, porque sus enemigos lo buscaban con odio destructivo. La dependencia de Dios siempre es más segura que el favor de los impíos, que fácilmente atrapan a los creyentes en el compromiso. Lutero dijo que no deseaba para nada el honor de Erasmo; la complicidad de este con las grandes mentes naturales del mundo lo hacía anémico en la causa de Dios.
Los moabitas no podían derrotar al pueblo de Dios a distancia, pero después de aliarse con Israel pudieron subyugarlo. No fueron sus maldiciones, sino sus abrazos los que dieron la victoria a Moab. Te aseguro que nunca podemos perder el amor ni heredar la furia de los hombres por mejor razón que por mantener bien ceñida la coraza de la justicia.
c.- Al perder el amor del hombre ganamos la bendición de Dios. “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mt., 5:11).
La providencia divina es un cobijo perfecto para defendernos de la tormenta de la ira humana. Pero es distinto cuando el cristiano cae en pecado y da oportunidad de hablar mal a los impíos. El refugio de su Palabra no se abre entonces para esconderte del asalto de las malas lenguas. Pero cuando los malos te odian por tu santidad, Dios está obligado por su promesa a devolverte amor por el odio de ellos, y bendición por sus maldiciones. ¿Nos podemos quejar por la deshonra de los hombres cuando la obediencia y santidad nos hacen progresar en el favor del Rey?
d.- Al perder el amor del mundo ganamos su respeto y honor. Los que no te aman por tu santidad, no pueden menos que respetarte y temerte por esa misma razón. Pero cada vez que abandonas un poco de santidad por ganar el falso amor de los pecadores, pierdes la reverencia que sus conciencias secretamente rendían a tu vida. Como Sansón, el cristiano que ande en el poder de la santidad será muy temido por los impíos; pero si el pecado saca a la luz un espíritu impotente, entonces queda cautivo y cae bajo el látigo de sus lenguas y el desprecio de sus corazones.
La pobreza y baja clase social no te pueden hacer despreciable en tanto mantengas puesta la coraza de justicia. La majestad puede reinar en un corazón santo, aunque se vista de harapos. La justicia de David causaba la reverencia de Saúl, y el rey rindió homenaje al súbdito exiliado: “Y alzó Saúl su voz y lloró, y dijo a David: Mas justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal” (1 S. 24:16-17).
Así es como debe ser: los impíos deben quedarse atónitos ante la vida de los cristianos. Esto ocurrirá a medida que te portes de la forma distintiva y singular que Dios pide, haciendo lo que aun nuestros mejores vecinos inconversos no pueden hacer. Mientras los magos del Faraón igualaban los milagros de Moisés, se daban por tan buenos como él. Pero la plaga de piojos los frenó; aun los más hábiles no podían hacer lo mismo que Moisés, y tuvieron que admitir que lo hacía por “el dedo de Dios” (Ex. 8:19). Cristiano, siempre debes hacer más que los inconversos, y tu justicia, como un llamamiento de Dios, debe exceder a la suya.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall