En BOLETÍN SEMANAL

“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”.  —Col. 3:21

La corrección, en la forma debida y las recompensas adecuadas por el bien hacer son necesarias para detener la grosería y alentar la conducta correcta. Así como los buenos documentos aportan sabiduría, las correcciones hacen lo propio para expulsar la necedad. No se puede dejar a un niño que haga lo que quiera, no sea que avergüence a sus padres: “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15). Por tanto, Dios manda: “Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Pr. 29:17). En otra parte: “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Pr. 23:13-14).

Éste, no sólo es un mandamiento general, sino la promesa de buen fruto en el desempeño del deber de una forma correcta; pero debería ir acompañada de oración por su efectividad porque descuidar este deber es muy peligroso para la raíz y para la rama, para el padre y para el hijo (2 S. 7:2728; 1 S. 3:13; 1 R. 1:6). Sí, y la oración de los padres es aquí la mayor necesidad para que no caigan en el extremo que mi texto prohíbe con énfasis. Los padres cristianos, a quienes sus hijos deben obedecer en el Señor, tienen que poner interés en castigar en el temor de Dios y, por tanto, procurar que ese encargo suyo pueda ser santificado, unido a la educación; que pueda ser efectiva, mediante la bendición de Dios en Cristo (1 Ti. 4:5; Mi. 6:9)… Y aquí, además, a los padres les interesa usar gran prudencia cristiana para que sus hijos puedan entender lo siguiente:

Primero: Que, desde el principio del amor por la enmienda y el bienestar de sus hijos, ellos necesitan este firme acto que Dios les ha ordenado en justas circunstancias, así como Él mismo castiga a aquellos a los que ama (Ap. 3:19; He. 12:6-8; Dt. 8:5). Por tanto, si escatiman la vara por el necio afecto, Dios, quien conoce mejor el corazón y los afectos, puede censurarlos por odiar a sus hijos (Pr. 13:24; 3:12)… De ahí que,…

Segundo: Es la necedad de sus hijos y no su propia pasión, lo que les exige este doloroso ejercicio. Demasiada presión sería como un medicamento demasiado caliente que escalda más que cura. Algunos padres son capaces de superar las justas medidas y castigar por su propio placer; sin embargo, deben aprender de Dios para tener por objetivo el beneficio de sus hijos y corregirlos para lo que… es provechoso (Heb. 12:10)… Los padres no deberían tomar la vara para desahogar su propia ira, sino para castigar el pecado de sus hijos, algo que un hombre no debe soportar en su prójimo sin reprenderlo, para que no sea culpable de aborrecerlo en su corazón (Lv. 19:17).

Ciertamente,  no debería tolerar el pecado en su hijo, a quien, no sólo tiene la obligación de amonestar verbalmente, sino de castigar de verdad.

Tercero: Pero, deberías hacer lo que Dios hizo con nuestros primeros padres: Convencerle de su desnudez (Gn. 3:11-13), es decir, mostrarle la maldad de la mentira, de la protesta, de la ociosidad u otras faltas de las que se le pueda acusar porque son opuestas a la Palabra de Dios y perjudiciales para su propia alma (Pr. 12:22; 8:36) y que él tiene que ser castigado para ser curado de ese mal. Los padres pueden hacerles saber a sus hijos que no se atreven a tolerar que esta maldad permanezca por más tiempo sin corregir, ya que la tardanza puede acabar siendo peligrosa para el paciente si se retiene la vara. La herida puede infectarse y llegar a la gangrena si no se abre con bisturí en su debido tiempo. El amor de una madre se manifiesta cuando castiga a tiempo, tanto teniendo en cuenta la edad del niño y la falta que ha cometido (Pr. 23:13; 13:24). Si no es demasiado pronto para que el niño peque, no debería creer que es demasiado pronto para que los padres lo corrijan de inmediato, antes de que el pecado se haga fuerte, saque cabeza y eche retoños. Habría que ocuparse del hijo “en tanto que hay esperanza” (Pr. 19:18). La rama sólo se puede enderezar cuando todavía es joven y el pecado se puede mortificar si se corta de raíz. Descubrimos que Dios fue muy severo al señalar las primeras violaciones de sus estatutos, como recoger espigas en Día de reposo y que los hijos de Aarón ofrecieran fuego extraño (Nm. 15:25; Lv. 10:2). Por tanto, los padres deberían poner freno a tiempo a las primeras malas conductas de sus hijos. De ahí que,

Cuarto: Deberías hacerles ver que estás decidida, tras una seria deliberación, a no dejarse distraer por el gimoteo y el mal genio de tus hijos poco humildes, y a infligir el debido castigo, ya que el sabio encarga: “Mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Pr. 19:18) para que no permanezcan sin temor. Sin embargo, debe hacerse con compasión para que puedan entender que como el Padre celestial se aflige por la aflicción de los suyos, ellos también han de hacerlo en la aflicción de sus hijos. Y así como el Señor lo hace con medida (Jer. 30:11), aunque no permitirá que se vayan sin castigo, los padres tampoco (Is. 63:9).

Mi texto limita la corrección para que no exceda la justa proporción desalentando así a los hijos, ya que cada uno tiene un carácter diferente y también faltas distintas, y es necesario considerar estas cosas para no hacerles soportar más de lo que puedan (1 Cor. 10:13). Por tanto, debería tenerse especial cuidado de que el castigo no sea más que el necesario. Los médicos procuran administrar la dosis que se ajuste a la fuerza del paciente y a la enfermedad que pretenden curar.

Debe haber una consideración lógica a la edad, el sexo y el temperamento del niño, a la naturaleza y las circunstancias de la falta y a la satisfacción ofrecida por el ofensor tras la confesión franca o, posiblemente, la intervención de otro, de manera que el padre ofendido pueda mantener intacta su autoridad, ser victorioso en sus castigos y salir con honor y buenas esperanzas de que el niño se enmiende. Y es que un padre debería estar siempre dispuesto a perdonar y hacer la vista gorda a menudo, ante las faltas más pequeñas —en las que no haya pecado manifiesto alguno contra Dios—, con la confianza de ganar el afecto del niño mediante la ternura y la paciencia, hacia cosas más deseables… Puedes estar seguro de que nuestro Apóstol, tanto en mi texto como en su carta a los efesios, está completamente en contra de cualquier castigo que desaliente y, por esto, exige moderación.

Tomado de “What Are the Duties of Parents and Children; and How Are They to Be Managed According to Scripture?” (¿Cuáles son los deberes de padres e hijos; y cómo deben ser administrados de acuerdo con las Escrituras?). En Puritan Sermons, tomo 2, (Wheaton, Illinois, Estados Unidos: Richard Owen Roberts, Publishers, 1981), 303-304.

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Richard Adams (c. 1626-1698): Ministro presbiteriano inglés que nació en Worrall, Inglaterra.


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