En BOLETÍN SEMANAL

“Instruye al niño en su camino”. —Proverbios 22:6

Estas son las palabras de un hombre sabio que habló siendo inspirado por el Espíritu Santo (2 P. 1:21). Por tanto, no se deben considerar como la amonestación de otra criatura igual a nosotros, sino como el mandamiento autoritativo del Dios del cielo, el Gobernador del universo. ¡Madre cristiana! Este mandamiento va dirigido a ti… Permíteme hablarte ahora en lo que respecta a tu deber:

1.- Cultiva una sensación constante de tu propia insuficiencia.

Si has de instruir a tus hijos en el camino por el que deberían andar, es necesario que cultives una sensación profunda y constante de tu propia insuficiencia. Estoy convencido de que no es necesario que diga nada para convencerte de esto. Si has reflexionado seriamente en la magnitud de tu responsabilidad, entonces estarás dispuesta a preguntar: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Cor. 2:16). Tu tarea consiste en instruir a seres inmortales para Dios, el mismo trabajo, en esencia, para el cual ha sido instituido el ministerio cristiano. Respecto a esta tarea, hasta el Apóstol a los gentiles afirmó: “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos,…” (2 Cor. 3:5). La madre es partícipe de la misma naturaleza pecaminosa de aquellos a quienes tiene que instruir, está envuelta en toda la debilidad de la humanidad caída y sujeta a todas sus tentaciones. Tiene que lidiar contra sus propias propensiones pecaminosas, velar por su propio espíritu, luchar contra su propia rebeldía y, en medio de todo esto, debe presentar delante de sus hijos tal ejemplo de paciencia, tolerancia y vida santa, que sea un comentario veraz y fiel sobre las verdades sagradas que le enseña. Si en algún momento sientes que eres autosuficiente, puedes tener por seguro que tu esfuerzo será en vano: “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6).

¿Pero por qué te insto a considerar tu insuficiencia? ¿Para hundirte en la desesperación, quizás? No, en modo alguno; sería una tarea inútil a la vez que triste. Es para inducirte a apoyarte en el Dios de toda sabiduría y fuerza, sin ninguna esperanza de lograr el resultado deseado mediante tu propia sabiduría o fuerza porque escrito está:

 “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará” (Sal. 55:22) y “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is. 40:29-31).

 No puedes tener aptitud para tu tarea ni éxito en ella, sino la que procede de Dios. No puedes esperar que Él conceda dicha capacidad y este éxito, a menos que acudas sólo a Él en busca de ellos. Sin embargo, tal es la falta de disposición natural del corazón humano para recurrir a Dios y confiar sólo en Él que hasta que no somos expulsados de cualquier otro refugio y privados de cualquier otro apoyo, no nos aferraremos a Él con la sencilla dependencia de un niño, aquella que tienen las personas que han aprendido de verdad que no hay otro Dios aparte de Jehová; que todo poder, toda sabiduría y todas las bendiciones vienen de Él; que sin Él, todo esfuerzo debe ser en vano y toda empresa un fracaso. La doctrina de la absoluta incapacidad y la impotencia moral del hombre caído es una de las lecciones más importantes que se nos puede enseñar. Por desgracia, es una de las lecciones más difíciles para la naturaleza orgullosa del ser humano. El Espíritu de Dios la puede impartir y benditos los que, siendo enseñados por el Espíritu divino, ven su completa impotencia y aprenden al mismo tiempo que tienen un Dios al que acudir, que puede proveerles en abundancia todo lo que necesitan.

De nuevo, repito, cultiva el sentido de tu insuficiencia para la gran obra a la que Dios te ha llamado y deja que esté tan estrechamente entrelazado en la textura misma de tu mente —deja que impregne tan a fondo la totalidad de tus hábitos de pensamiento y sentimiento— de modo que te mantengas en las profundidades más bajas de la desconfianza en ti misma, sintiendo que tu sola seguridad está en aferrarte, como en la agonía de la muerte, a la declaración que sustenta el alma: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). Sólo cuando se combinen la profunda sensación de insuficiencia y una firme confianza en Dios tendrás todas las probabilidades de lograr el éxito en tu ardua tarea. El sentido de tu insuficiencia te hará precavida, tierna, vigilante y devota en la oración; y tu confianza en Dios dará aliento a tu alma y te fortalecerá para enfrentar las dificultades con las que tienes que encontrarte.

2.- Cultiva tu propia mente con diligencia.

Si quieres instruir a tus hijos en el camino que deberían seguir, es necesario que cultives con diligencia tu propia mente, impregnándola de sanos principios y haciendo acopio de un conocimiento útil. Podríamos afirmar que esto es algo que deberías haber hecho antes de ocupar la posición que hoy tienes y esto es verdad. Sin embargo, creemos que casi todos los que son capaces de formarse un juicio sobre el tema reconocerán que, por lo general, no se hace antes y que, en nueve de cada diez casos quizás, de esos en los que la mente ha sido capacitada para el desempeño eficaz de los deberes de madre, su cultivo se ha producido principalmente, por no decir por completo, en un periodo posterior al que se le asigna a la llamada educación.

La educación que las mujeres suelen recibir, en general, durante la juventud es poco adecuada para permitirles “moldear la masa de la mente humana” de la forma correcta. La educación propiamente dicha es la formación del intelecto, la conciencia y los afectos. ¿Pero es ésta una descripción de la educación femenina, tal como es en realidad, aun con todas las alardeadas mejoras de los tiempos modernos? ¿Es esa educación en cualquier grado prominente, la educación de la mente o del corazón… en cualquier forma? Lamentablemente, con demasiada frecuencia es el cultivo tan solo de las maneras. Lo útil se sacrifica por lo decorativo. El ataúd se embellece con toda clase de oropeles que pueden atraer la admiración de quien lo contempla, mientras que la joya inestimable que contiene se descuida en comparación. Que no se suponga que subvaloramos los logros. Creemos que son altamente valiosos, mucho más de lo que quienes los persiguen con avidez, parecen ser conscientes… Y desde luego se compran muy caras cuando absorben el tiempo y la atención de tal forma que dejan poca o ninguna oportunidad para cultivar la mente misma.

Resulta preocupante pensar que, aunque tanto depende de la formación de la mente femenina, se haga tan poca provisión para que esa instrucción sea eficaz. Napoleón le preguntó en una ocasión a Madame Campan qué era lo que más necesitaba la nación francesa para que sus jóvenes pudieran ser educados de forma adecuada. La respuesta de ella consistió en una sola palabra: “¡Madres!”. Y fue una respuesta sabia. No sólo la nación francesa, el mundo necesita madres —madres cristianas, inteligentes, bien formadas, a quienes se les pueda confiar de forma segura el destino de la nueva generación.

Un distinguido filósofo observó que ¡todo el mundo es alumno y discípulo de la influencia femenina! ¡Qué importante es, pues, que las mujeres estén capacitadas para su tarea! ¿Y es la educación que suelen recibir, en general, en su juventud, la más adecuada para desempeñar dicho cometido? Nadie que esté familiarizado con el tema, respondería de forma afirmativa. El fin deseado parece ser más bien que estén cualificadas para asegurarse la admiración y el aplauso, que para moldear las mentes y formar el carácter de aquellos que serán los futuros defensores de la fe: Los ministros del evangelio, los filósofos, los legisladores de la siguiente generación. Creo que no puedo hacer nada mejor que presentarles las observaciones de alguien de su propio sexo sobre este asunto —alguien que merece ser oída con atención—, me refiero a la autora de Woman’s Mission:

“¿Cuál es, pues, el verdadero objeto de la educación femenina? La mejor respuesta a esta pregunta es una declaración de futuros deberes y es que no se debe olvidar nunca que, si la educación no es la formación para estos, no es nada. El destino corriente de la mujer es casarse. ¿La ha preparado alguna de estas educaciones para hacer una elección sabia en el matrimonio? ¿Para ser madre? ¿Se le han señalado los deberes de la maternidad, la naturaleza de la influencia moral? ¿Ha sido alguna vez informada de forma adecuada sobre la indecible importancia del carácter personal como la fuente de influencia? En una palabra, ¿la han preparado algunos medios, de forma directa o indirecta, para sus deberes? ¡No! Pero domina varios idiomas, es pianista, elegante, admirada. ¿De qué sirve esto para el propósito?… El momento en el que las jóvenes entran en la vida es el punto al que tienden todos los planes de educación y en el que todo termina; y el objeto de su formación es prepararlas para ello. ¿Acaso no es cruel acumular toda una reserva de desdicha futura mediante una educación que tan solo tiene un único tramo de tiempo en vista, uno muy breve y el menos importante y más irresponsable de toda su vida? ¿Quién que tuviera el poder de elegir se decantaría por comprar la admiración del mundo durante unos cortos años con la felicidad de toda una vida?…”.

Tengo un doble objetivo en vista al dirigir tu atención de forma tan destacada sobre este punto: Que puedas aplicar estos sentimientos a la educación de tus hijas y que puedas sentir la necesidad, cualquiera que haya podido ser la naturaleza y la extensión de tu propia educación previa, de continuar con diligencia educándote a ti misma y añadiendo a tus recursos. Descubrirás que hay necesidad de todo porque se te ha encomendado una gran obra. En especial, deja que las verdades sagradas de la Palabra de Dios sean el tema de tu constante estudio. No te conformes con un conocimiento superficial de las cosas extraordinarias de la Ley de Dios, sino procura conocerlas en toda su profundidad y plenitud, averiguando su pertinencia e interés, así como sus relaciones, analizando sus armonías y proporciones para que, de este modo, al morar la Palabra de Cristo en ti en abundancia y en toda sabiduría (Col. 3:16), puedas estar “enteramente [preparada] para toda buena obra” (2 Tim. 3:17)… Sin embargo, aunque la Palabra de Dios debe ser tu principal estudio, cuídate de suponer que debe ser el único. Toda verdad procede de Dios y puede ser sometida a la gran obra de instruir a los hijos para Dios…

3.- Manifiesta la coherencia más constante.

En toda tu conducta, manifiesta la coherencia más constante… Incluso a una edad muy temprana, los hijos tienen ojos de lince para observar las incoherencias de un progenitor. Y la más ligera de las incoherencias, aunque se manifieste tan solo en una palabra o una mirada, reduce tu influencia sobre ellos hasta un nivel inconcebible. Cuando un hijo aprende a desconfiar de su madre, todas sus advertencias, amonestaciones y protestas —por serias e incansables que sean— quedan sin fuerza. Tememos que ésta es la principal razón por la que vemos con frecuencia cómo los hijos de padres piadosos crecen sin arrepentimiento. El ejemplo de sus padres no ha sido uniformemente coherente con sus instrucciones y, por tanto, estas han sido inútiles… ¡Madre! Vigila tu conducta. Tus hijos están observando. Cada expresión de tu rostro, cada palabra que pronuncias, cada acto que te ven realizar pasa por su escáner y su escrutinio. Si perciben que actúas de forma incoherente, en su corazón te menospreciarán. Y no se puede engañar mucho tiempo a un niño respecto al carácter; la única forma segura de parecer coherente es serlo.

Sé firme e inflexible en el ejercicio de tu autoridad, exigiendo en toda ocasión una obediencia implícita y sumisa. La sumisión implícita a la autoridad de Dios es fundamental en el cristianismo verdadero. Y Dios te ha dado la autoridad absoluta sobre tu hijo, de manera que al ir habituándose al ejercicio de la sumisión implícita a tu voluntad, pueda entrenarse en someterse de forma implícita a la de Dios. Hasta que tu hijo sea capaz de juzgar, en cierta medida, por sí mismo, tú estás para él en el lugar de Dios y si  permites que tu voluntad sea discutida —si das un paso atrás en el ejercicio de la autoridad absoluta e intransigente— estarás formando a tu hijo para que sea rebelde contra Dios. La indulgencia de una madre establece el fundamento para la desobediencia y la insubordinación hacia Dios y esto, a menos que la gracia divina lo impida en los años futuros, redundará en la perdición eterna del niño… Que no se diga que el principio que inculcamos es severo. No lo es. La autoridad más inflexible debe mezclarse con el amor más inagotable. Y ambos deberían estar siempre armonizados. Estos son los dos grandes principios del gobierno de Dios y el gobierno de tu familia debería parecerse al de Él. El incansable ejercicio del amor impedirá que tu autoridad degenere en dureza; el ejercicio inflexible de la autoridad evitará que tu amor decaiga y se convierta en necia indulgencia.

4.- Debes dominar sus propensiones caprichosas.

Si quieres instruir a tus hijos en el camino por el que deberían andar, debes refrenar y dominar sus propensiones caprichosas. No olvides nunca que poseen una naturaleza depravada, propensa a todo mal, reacio a todo lo bueno. Cuidado, por tanto, con permitirles hacer las cosas a su manera. Éste es el camino que conduce a la muerte (Pr. 14:12; 16:25). Acostúmbralos en ocasiones a someterse a las restricciones. Sujétalos con una disciplina saludable y haz esto de tal manera que les demuestre, incluso a ellos, que no lo haces para gratificar tus pasiones, sino para provecho de ellos. El hijo al que se deja hacer las cosas a su manera acarreará perdición sobre sí mismo y tristeza, y deshonra a sus padres. Recuerda el caso de Adonías: “Y su padre nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?” (1 R. 1:6). En otras palabras, era un hijo mimado. ¿Y cuáles fueron las consecuencias? Cuando su padre se encontraba en su lecho de muerte, él lo importunaba con sus traicioneras maquinaciones;[2] con el fin de asegurar la paz del reino, su propio hermano se vio obligado a emitir la orden de que le dieran muerte.

4.- Debes aplicar toda su formación a su bienestar espiritual.

Si quieres instruir a tus hijos en el camino por el que deben andar, tienes que aplicar toda su formación, directa o indirectamente, a su bienestar espiritual y eterno. Con esto no pretendo decir que deberías estar hablándoles siempre sobre la fe cristiana porque existen cosas como formar en la mente de un niño la asociación permanente entre la verdad piadosa y el sentimiento de agotamiento o indignación. Contra este mal, los padres deberían permanecer especialmente vigilantes. Lo que quiero decir es que debes tener siempre en cuenta los intereses eternos de tus hijos. No los estás instruyendo tan solo para los pocos años fugaces de trabajo en la vida presente: Es para el servicio y disfrute eternos de Dios. ¡Oh cuán noble tarea se te ha encomendado! Contémplala a la luz de la eternidad y sentirás que es la más solemne, el empleo más glorioso en el que puede implicarse un ser inmortal. Pensar que es para la eternidad te sostendrá en medio de toda dificultad y te animará en tu noble profesión. ¡Sí, es una noble profesión! Y es que cuando toda la honra, la pompa y el deslumbramiento de las búsquedas meramente temporales hayan desaparecido, los efectos de tu obra permanecerán y los siglos incesantes recogerán el triunfo de tu fe, tu fortaleza y tu paciencia… Instruyes a tus hijos para la eternidad. ¿No deberías, pues, ejercer un cuidado y una vigilancia incesantes?

5.- Debes abundar en la oración ferviente.

Con toda seguridad apenas es necesario que yo añada, como última observación, que si quieres instruir a tus hijos en el camino por el que deberían andar, deberás abundar en la oración, en la oración ferviente, de lucha y de fe. Sin esto, no puedes hacer nada como deberías. Grandes y arduos son tus deberes y grande es la preparación que necesitas para desempeñarlos. Necesitas sabiduría; necesitas firmeza; necesitas decisión; necesitas paciencia; necesitas dominio propio; necesitas perseverancia y ¿dónde puedes ir a buscar todo esto, sino al trono de misericordia de Aquel que “da a todos abundantemente y sin reproche” (Stg. 1:5)? “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Stg. 1:17). La oración continua te preparará para tus deberes y hará que te resulten agradables. Mediante la oración, te aferrarás a la fuerza de Dios y podrás decir con el Apóstol: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13).

Concluyo estas observaciones recordándote una vez más la magnitud de tu responsabilidad. A las madres (bajo Dios) se les ha encomendado el destino de la generación siguiente y, por medio de ellas, el de las generaciones posteriores. El mundo las mira; la Iglesia de Dios las contempla; los espíritus de los santos que ya partieron las miran; las huestes angelicales y Dios mismo también, como aquellas cuya influencia pesa para siempre en los millares que aún no han nacido. Deja que el sentido de la importancia de tu alto llamado te anime a correr con paciencia la carrera que tienes por delante y cuando la hayas acabado y seas llamada a rendir tus cuentas, sentirás la indecible felicidad de ser bien recibida en las esferas de gloria y oirás la voz aprobadora de tu Dios Salvador: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21). Y con todos tus seres amados en torno a ti, estarás en el monte de Sion cuando la tierra y los mares hayan huido, y con un corazón desbordante de gratitud, echarás tu corona a los pies de Jesús, exclamando: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Sal. 115:1).

Tomado de Three Lectures to Christian Mothers (Tres discursos para las madres cristianas), en dominio público.

_____________________________________________

James Cameron (1809-1873): Ministro congregacional escocés; nacido en Gourock, Firth de Clyde, Escocia.

La mujer es la madre de todos los seres humanos. Lleva en su seno a los seres humanos, les da a luz a este mundo, los alimentan con leche y cuida de ellos bañándolos y realizando otros servicios. ¿Qué sería de reyes, príncipes, profetas y todos los santos de no haber existido Eva? Y es que Dios no hace a los seres humanos a partir de piedras, sino de un hombre y una mujer.

                                                                                — Martin Lutero


Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar