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Hay una estrategia satánica para despojar al cristiano de su coraza. El diablo retrata la vida santa con un aspecto tan austero y amargo que nadie podría amarla. “Si vas a ser así de santificado, despídete del gozo —argumenta el astuto engañador—. Los que no tienen la conciencia tan estrecha lo pasan muy bien, pero tú vas a perdértelo todo”. Cristiano, si quieres ver el rostro de la santidad con todo su color y vitalidad real, no confíes en los talentos carnales de Satanás para pintártelo.

Hay algunos placeres que son incongruentes con el poder de la santidad; y el que quiera vivir una vida recta debe conocerlos.

a.- Los placeres pecaminosos en sí.

La santidad no dejará que te alimentes del mal. ¿Es cruel el padre que evita que su hijo beba veneno contra las ratas? Si te has rendido a la obra nueva del Espíritu Santo, espero que llames al pecado por otro nombre que “placer”. Satanás argumenta que la conciencia te ata a la santidad y restringe tus pensamientos. Pero los santos de la Iglesia siempre han hallado que la esclavitud viene como resultado de servir a tales placeres, pero la libertad viene de ser salvado de ellos.

Pablo lamentaba el tiempo malgastado en ser “insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos” (Tit. 3.3), y daba gracias a Cristo por haberle librado de esa esclavitud con el evangelio. La misericordia de

Dios nos salvó, no solo por el perdón, sino también “por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (v. 5).

El diablo hace que sus víctimas esperen placer al pecar, susurrándoles promesas gratificantes. Pero el beneficio del pecado es parecido al lujo ofrecido por una isla de las Indias. Hay allí frutos deliciosos, pero estos manjares van acompañados por un calor intolerable de día y enjambres de mosquitos de noche. Así es imposible que los residentes disfruten de los frutos suculentos, porque no pueden comer a gusto ni dormir tranquilos. Los colonizadores llamaron a esta adversidad “confites en el Infierno”. Es verdad: ¿qué son los placeres del pecado sino dulces en el Infierno?

Los placeres carnales deleitan el apetito sensual, pero aderezados con la ira de Dios y la intranquilidad de una conciencia culpable. Este temor y esta angustia ciertamente consumirán el poco placer que proporcionan al deseo carnal.

b.-  Los placeres no inherentemente pecaminosos

Algunos placeres no son en sí pecados, sino que el pecado estriba en su abuso. Este abuso adopta dos formas:

    .1.- El uso indebido del placer. Nadie puede vivir una vida recta sin sobriedad. La santidad puede permitirte probar ciertos placeres como guarnición, pero no alimentarte de ellos como plato principal. Es triste decir que algunos viven del placer como si no pudieran existir sin él.

Una vez el aroma de la incitación sube al cerebro y embriaga el juicio, el individuo queda tan fascinado que no se imagina pasarse sin él. Cuando los judíos empezaron a prosperar en tierra babilónica, se mostraron dispuestos a quedarse allí en lugar de volver a la vida santificada en Jerusalén. Un amo quiere que su siervo tenga suficiente comida y bebida, pero no le gusta que se emborrache cuando debe estar trabajando. El cristiano cargado de comodidades y fascinación mundanas fracasará en el intento de servir a su Dios en santidad, igual que el siervo borracho en despachar los asuntos de su amo.

2.- El placer inoportuno. La fruta fuera de su tiempo sienta mal. La Palabra de Dios nos habla de que hay “tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar” (Ec. 3:5). En ciertos momentos el poder de la santidad no admite algo que en otros momentos es aceptable.

Por ejemplo, en el día del Señor, todo placer carnal es inapropiado. Dios nos llama a placeres superiores, y espera que dejemos lo demás para poder saborear su bondad:

Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová (Is. 58:13-14).

Es imposible saborear la dulce comunión con Dios y honrarlo santificando su día, a no ser que te niegues los placeres carnales.

Supongamos que un rey invitara a algunos súbditos pobres a un festín en la mesa real. ¿Te imaginas la deshonra que estos invitados harían a su anfitrión y a sí mismos, si llevaran su propia comida a la corte? Los cristianos glorificados en el Cielo, ¿acaso echan de menos las delicias carnales al alabar a Dios y alimentarse del deleite de verlo cara a cara?

En tiempos de ayuno y oración, o de sufrimiento para la Iglesia, en los que Cristo sangra, el cristiano debe negarse los placeres y pagar la deuda de compasión para con sus hermanos. Cuando un miembro del cuerpo de Cristo sufre, todos sufren.

.c.- Los verdaderos placeres en Cristo

Mientras que una vida santa negará a la persona ciertos placeres para que agrade a Dios y edifique el cuerpo de Cristo en la tierra, nunca privará al cristiano de los verdaderos placeres de la creación. De hecho nadie, puede experimentar los placeres más profundos hasta andar en el poder de la santidad.

 1.- El cristiano tiene un paladar más exquisito. Una mosca no encontrará ni una gota de miel en la misma flor que acaba de visitar una abeja. Tampoco el corazón profano gustará la dulzura que saborea el cristiano en la provisión material de Dios. El incrédulo se deleita en los burdos placeres carnales; pero el corazón lleno de gracia saborea algo más. Todo Israel bebió de la Roca, “y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:4). ¿Pero apreciaron el sabor de Cristo todos los que disfrutaron de la dulzura natural del agua? No, solo lo experimentaron unos pocos creyentes que tenían sed espiritual. Los padres de Sansón también comieron miel del cadáver del león, pero él sacó mayor satisfacción que ellos: él saboreó la dulzura de la providencia divina que primero lo libró del mismo león, y luego le dio la miel.

2.- La copa del cristiano contiene mayor placer verdadero. El placer terrenal alcanza al cristiano de forma más purificada, pero el impío bebe las heces del pecado y de la ira.

Las heces del pecado. Mientras más oportunidades encuentre el hombre carnal, más pecará; esas oportunidades son leña para el fuego de sus deseos. Corre tan veloz con sus placeres mundanos como el pródigo con sus bolsas de egoísmo aferradas al cuerpo. Nadie es tan malvado como los que se alimentan de placeres carnales. Para los impíos, esos placeres son como el estiércol para los cerdos, donde se revuelcan muy a gusto. Los corazones impíos se endurecen y sus conciencias se vuelven más insensibles hacia el pecado por sus placeres. Pero los consuelos y deleites que Dios da al cristiano a través de lo creado, sirven de alimento espiritual para las virtudes y las mueven a la acción.

Las heces de la ira. En cuanto se sirve el festín del pecador, el juicio divino se lo estropea, pasándole pesada factura. Los israelitas disfrutaron muy poco de la carne venida del cielo, porque la ira de Dios cayó sobre ellos antes de que pudieran tragarla.

Pero el alma llena de gracia disfruta de un festín gratuito. No hay temor de peligro venidero que la haga perder ningún consuelo o bendición. Puede decir con David: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal. 4:8). Dios no romperá nuestro descanso. Igual que el unicornio que, según la leyenda, al mojar el cuerno sanaba las aguas para que todos los animales bebieran sin temor, Cristo ha sanado los placeres de sus hijos: no hay muerte en la copa del cristiano.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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