En BOLETÍN SEMANAL

En las Escrituras, a la Iglesia de Dios se le llama madre. ¿Cuál es el cometido de una madre? ¿Cuál es el deber de una madre? Tiene que alimentar a su propio hijo de su propio pecho. Pierde un gran deleite y condena un grave perjuicio a su retoño cuando, teniendo la capacidad, carece del afecto que la obligaría a alimentar a su propia criatura de las fuentes que Dios mismo ha abierto. Y, como la Iglesia de Cristo es una madre, carecerá del mayor gozo y perderá su más dulce privilegio, a menos que ella misma forme a sus propios hijos y les proporcione la leche no adulterada de la Palabra.

 Ella no tiene derecho de ponerles a sus hijos un ama de crianza. ¿Cómo la amarán? ¿Qué afecto sentirán por ella? El trabajo de la madre consiste en formar y enseñar a su hijo mientras crece. Que sea ella quien le enseñe las primeras letras del abecedario; que él reúna su primer conocimiento de Cristo de los labios de su madre. ¿Quién está más preparada para enseñarle que ella, que lo ha traído al mundo? Nadie puede enseñar de una forma tan dulce ni tan eficaz como ella. Que no le deje a otra persona la formación de su hijo.

¿Y por qué deberíamos nosotros, la Iglesia de Cristo, ceder a nuestros hijos para que sean formados y enseñados por otros, cuando fuimos los primeros en enseñarles a hablar en el nombre de Cristo? No, por todo el sentimiento maternal que permanece en el regazo de la Iglesia de Cristo, veamos a sus hijos criados sobre sus propias rodillas y mecidos en su seno, y que no se le ceda la tarea de formar a sus hijos e hijas a otros. ¿Quién tan idónea como la madre para inspirar a su hijo con santo entusiasmo cuando por fin éste progresa en la batalla de la vida? ¿Quién le dará el afectuoso consejo? ¿Quién le dará la palabra esperanzadora que lo sostendrá en la hora de la dificultad, sino la madre, a la que ama?

Es la Iglesia de Dios la que, cuando sus jóvenes salgan a sus batallas, le ponga su mano sobre los hombros y le diga: “Sé fuerte, joven, sé fuerte; no deshonres a la madre que te trajo al mundo; ve adelante y, como el hijo de una madre espartana, no regreses si no es con victoria… Vuelve con tu escudo o encima de él, héroe o mártir”. ¿Quién puede pronunciar mejor las palabras y cantar en casa con tanto poder, como la madre a su hijo o la Iglesia a su hijo? La Iglesia no tiene ningún derecho de delegar en otro su propia obra. Que dé a luz sus propios hijos; que los críe; que los eduque; que los envíe a hacer la obra del Señor.

Tomado de un sermón que se predicó el domingo, día 19 de mayo de 1861 en el Tabernáculo Metropolitano, en Newington, Inglaterra.

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Charles Haddon Spurgeon (1834-1892): Ministro bautista inglés, el predicador más leído de la historia (aparte de los que encontramos en las Escrituras); nacido en Kelvedon, Essex.

El poder moral más fuerte en todo el mundo es el que la madre tiene sobre su pequeño hijo.

                                                                — Adolphe Monod

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