¿Debe la religión ser normal o anormal, o sea soteriológica? La distinción que tengo en mente aquí tiene que ver con la pregunta de, si en los asuntos de la religión, debemos contar con que la condición presente del hombre es normal, o con que el hombre cayó en pecado y por tanto se volvió anormal. En el último caso, la religión tiene que adquirir necesariamente un carácter soteriológico.

  La idea que prevalece en la actualidad favorece el punto de vista de que la religión tiene que empezar con el hombre como normal. Por supuesto, no como si nuestra raza entera ya estuviera conforme a la norma religiosa más elevada. Nadie afirma esto. Todos saben que sería absurdo hacer una tal afirmación. De hecho, nos encontramos con mucha irreligiosidad, y el desarrollo religioso imperfecto sigue siendo la regla. Pero exactamente en este progreso lento y gradual de las formas inferiores hacia los ideales superiores, este punto de vista «normal» de la religión dice que allí encontró la confirmación para la clase de desarrollo que postula. Según este punto de vista, los primeros rasgos de religión se encuentran en los animales. Se encuentran, según ellos, en el perro que adora a su amo; y puesto que el homo sapiens supuestamente se desarrolló del chimpancé, entonces la religión se manifiesta solamente en un nivel superior. Desde aquel tiempo, la religión pasó por todas las notas de la escala musical. En la actualidad, su desarrollo consiste en soltarse de los lazos de la iglesia y del dogma, para pasar a lo que se considera el siguiente nivel, la noción inconsciente del infinito desconocido.

Ahora bien, a toda esta teoría se opone esta otra teoría, completamente diferente, que aunque afirma la pre-formación de tantos elementos humanos en el animal, o (si Uds. me permiten expresarlo así) que los animales fueron creados en la imagen del hombre, igual como el hombre fue creado en la imagen de Dios, – sin embargo mantiene que el primer hombre fue creado en relaciones perfectas con Dios, o sea, impregnado por una religión pura y genuina; y en consecuencia explica las muchas formas de religión inferiores, imperfectas y absurdas del paganismo, no como un resultado de su creación, sino como el efecto de la caída. Estas formas inferiores e imperfectas de la religión no deben entenderse como un proceso que lleva de lo inferior a lo superior, sino como una degeneración lamentable – una degeneración que por su naturaleza permite la restauración de la religión verdadera únicamente por la vía soteriológica.

En la decisión entre estas dos teorías, el calvinismo no conoce dudas. El calvinista, con esta pregunta ante el rostro de Dios, fue tan impresionado por la santidad de Dios que la conciencia de su pecado inmediatamente hirió su alma, y la naturaleza terrible del pecado presionó sobre su corazón como un peso insoportable. Todo intento de explicar el pecado como una etapa incompleta en el camino hacia la perfección, solo suscitó la ira de Dios, como un insulto a su Majestad. Él confesó desde el principio la misma verdad como la que demostró Buckle empíricamente en su «Historia de la Civilización en Inglaterra»: que las formas en las cuales aparece el pecado pueden mostrarnos un refinamiento gradual; pero que la condición moral del corazón humano como tal, permaneció la misma por todos los siglos.  Con la misma profundidad con la que hace XXX Siglos el alma de David clamó a Dios, el alma atormentada de cada hijo de Dios en el Siglo XVI siguió respondiendo con igual poder. El concepto de la corrupción por el pecado, como la fuente de toda miseria humana, nunca fue más profundo que en el entorno de Calvino. Aun en las afirmaciones que hace el calvinista, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, en cuanto al infierno y la condenación, no hay ninguna tosquedad, ninguna rudeza, solamente aquella claridad que es el resultado de la extrema seriedad de la vida, y de la valentía de una convicción muy arraigada de la santidad del Altísimo. ¿No habló El, de cuyos labios fluyeron las palabras más tiernas y más atrayentes, no habló El mismo también muy decidida y repetidamente de una «oscuridad exterior», de un «fuego que no se apaga», y de un «gusano que nunca muere»? Y en esto también, Calvino tenía razón, porque el rehusar admitir estas palabras es solo una falta de consistencia. Esto demostraría una falta de sinceridad en nuestra confesión de la santidad de Dios, y del poder destructivo del pecado. Y al contrario, en esta experiencia espiritual del pecado, en esta consideración empírica de la miseria de la vida, en esta impresión sublime de la santidad de Dios, y en esta terquedad de sus convicciones, que lo llevó a seguir sus conclusiones hasta el fin amargo, el calvinista encontró las raíces de la necesidad, primeramente, de la regeneración, para una existencia real; y segundo, la necesidad de la revelación, para una conciencia limpia.

Ahora bien, mi tema no me lleva a hablar en detalle sobre la regeneración, este acto inmediato por el cual Dios endereza nuevamente la rueda torcida de la vida. Sin embargo es necesario decir algunas palabras sobre la revelación, y la autoridad de las Sagradas Escrituras: De manera muy inapropiada, Schweizer y otros representaron a las Escrituras solo como el principio formal de la confesión reformada. El concepto del calvinismo genuino es mucho más profundo. Lo que Calvino quiso decir es expresado en lo que él llamó “la necessitas S. Scripturae”, la necesidad de la revelación escritural.

Esta “necessitas Sola Scriptura” era para Calvino la expresión inevitable para la autoridad de las Sagradas Escrituras que domina sobre todo; y aun ahora es este mismo dogma que nos hace entender por qué el calvinista de hoy en día considera que el análisis crítico y la aplicación del disolvente crítico a las Escrituras es igual a abandonar el mismo cristianismo. En el paraíso, antes de la caída, no había Biblia, y no habrá Biblia en el paraíso futuro de la gloria. Cuando la luz transparente, atizada por la naturaleza, se dirige a nosotros directamente, y la Palabra interior de Dios suena en nuestro corazón en su claridad original, y todas las palabras humanas son sinceras, y la función de nuestro oído interior es perfecta, ¿para qué necesitaríamos una Biblia? ¿Qué madre se pierde a sí misma en un tratado sobre «el amor de nuestros hijos», en el mismo momento que sus propios hijitos amados están jugando sobre sus rodillas, y Dios le permite beber en su amor con sorbos llenos? – Pero en nuestra condición actual, esta comunión inmediata con Dios por medio de la naturaleza, y por nuestro propio corazón, está perdida. El pecado trajo una separación, y la oposición que se manifiesta hoy en día contra la autoridad de las Sagradas Escrituras se basa en nada más que la suposición falsa de que nuestra condición sigue siendo normal, y por tanto nuestra religión no necesita ser soteriológica. En este caso, por supuesto, la Biblia no sería deseada; se convertiría en un obstáculo y molestaría nuestros sentimientos, porque sería un libro interpuesto entre Dios y nuestro corazón. La comunicación oral excluye la escritura. Cuando el sol ilumina tu casa, entonces apagas la luz eléctrica; pero cuando el sol desaparece debajo del horizonte, entonces sientes  la necesidad de luz artificial, y en cada morada se enciende la luz artificial. Este es el mismo caso en los asuntos de la religión. Cuando no hay neblinas que esconden la majestad de la luz divina ante nuestros ojo, ¿qué necesidad tenemos de una lámpara para nuestros pies, una luz para nuestro camino? Pero cuando la historia, la experiencia y la conciencia, todas están de acuerdo en que la luz pura y plena del cielo desapareció, y que estamos caminando a tientas en la oscuridad, entonces, una luz diferente, o artificial, tiene que ser encendida para nosotros; y esta luz es la que encendió Dios para nosotros en Su Santa Palabra.

Para el calvinista, por tanto, la necesidad de las Sagradas Escrituras no radica en un razonamiento, sino en el testimonio inmediato del Espíritu Santo, el testimonium Spiritus Sancti. Nuestra teoría de la inspiración es el producto de una deducción histórica, y así lo es cada declaración canónica de las Escrituras. Pero el poder magnético con el cual las Escrituras influencian el alma y la atraen, como el imán atrae el acero, este poder no es derivado, sino inmediato. Todo esto sucede de una manera que no es mágica, ni mística, sino clara y fácil de entender. Dios nos regenera – esto es, aviva nuevamente en nuestro corazón la lámpara que el pecado apagó. La consecuencia necesaria de esta regeneración es un conflicto irreconciliable entre el mundo interior de nuestro corazón y el mundo de afuera, y este conflicto se intensifica tanto más, cuanto más el principio regenerador penetra en nuestra conciencia. Ahora, en la Biblia, Dios revela al regenerado un mundo de ideas, un mundo de energías, un mundo de vida plena y hermosa, que está en oposición directa contra su mundo ordinario, pero que concuerda de manera maravillosa con la nueva vida que surgió en su corazón. Entonces el regenerado empieza a darse cuenta de la identidad de lo que surgió en la profundidad de su propia alma, con lo que le es revelado en las Escrituras. Así se entera tanto de la simpleza del mundo que lo rodea, como de la realidad divina del mundo de las Escrituras; y tan pronto como esto se vuelve en certeza para él, entonces recibe personalmente el testimonio del Espíritu Santo. Todo lo que está dentro de él tenía sed del Padre de todas las luces y espíritus. Afuera de las Escrituras, solamente encontró sombras imprecisas. Pero ahora que miró hacia arriba, por el prisma de las Escrituras, redescubre a su Padre y su Dios. Por eso no impone trabas a la ciencia. Si alguien quiere criticar, que critique. Esta crítica incluso promete profundizar nuestra comprensión de la estructura del edificio escritural. Solamente que ningún calvinista jamás permitirá que el crítico arrebate de su mano, ni por un momento, el mismo prisma que divide el rayo de luz divina en sus brillantes matices y colores. Ningún llamado a la gracia recibida interiormente, ninguna señal hacia el fruto del Espíritu Santo, le hará renunciar a la necessitas que está incluida en el punto de vista soteriológico de la religión para los pecadores.

Como entidades compartimos nuestra vida con las plantas y los animales. La vida inconsciente la compartimos con los niños pequeños, y con el hombre que duerme, e incluso con el hombre que perdió su razón. Lo que nos distingue, como seres superiores, y como hombres bien despiertos, es nuestra conciencia plena de nosotros mismos. Por tanto, si la religión como la función vital suprema debe operar aun en esta esfera suprema de la conciencia, entonces la religión soteriológica demanda, después de la necesidad de la regeneración interior, también la necesidad de una luz asistente, de una revelación que se enciende en nuestras tinieblas. Y esta luz asistente que viene de Dios mismo, y que nos fue entregada por medio de hombres, brilla sobre nosotros en Su Santa Palabra.

Al resumir los resultados de nuestras investigaciones hasta aquí, puedo expresar mis conclusiones como sigue:
En cada uno de los cuatro grandes problemas de la religión, el calvinismo expresó su convicción en un dogma apropiado, y cada vez hizo aquella elección que aun hoy, después de tres siglos, satisface los deseos más ideales, y abre el camino para un desarrollo aún más rico.

Primero, considera la religión no en un sentido utilitarista, como si fuera para el beneficio del hombre, sino para Dios, y solo para Dios. Este es su dogma de la soberanía de Dios.
Segundo, en la religión no debe haber ninguna mediación de ninguna criatura entre Dios y el alma, – la religión entera es la obra inmediata de Dios mismo, en el corazón interior. Esta es la doctrina de la elección.
Tercero, la religión no es parcial sino universal – este es el dogma de la gracia común o universal.
Y finalmente, en nuestra condición pecaminosa, la religión no puede ser normal, sino tiene que ser soteriológica, – esta es su posición en el dogma doble de la necesidad de la regeneración, y de la necesidad de las Sagradas Escrituras.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por  Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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