En ARTÍCULOS

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2Tim 3:16-17)

Entre las divinas obras de arte producidas por el Espíritu Santo, la Sagrada Escritura es la primera. Puede parecer increíble que las páginas impresas de un libro puedan sobrepasar Su trabajo espiritual en los corazones humanos; sin embargo, asignamos a la Sagrada Escritura el lugar más conspicuo sin vacilación.

Los objetantes nunca pueden haber considerado lo que este Libro sagrado es, o lo que es cualquier otro libro, escrito, o lenguaje es, o lo que significa poner un mundo de reflexión en una colección de la Sagrada Escritura. Negamos que un libro, especialmente uno como la Sagrada Escritura, se oponga a un mundo de divino pensamiento, a la corriente de la vida, y experiencia espiritual. Un libro no es meramente papel impreso con tinta, sino que es como un retrato, una colección de líneas y rasgos donde vemos la semejanza de una persona. Si nos ponemos de pie cerca, no vemos a la persona, sino manchas y líneas de pintura; pero a la distancia apropiada éstas desaparecen y vemos la semejanza de una persona. Aun ahora no nos habla, porque es la cara de un extraño; podremos juzgar el carácter del hombre, sin embargo, no nos interesa. Pero dejemos que su hijo mire, e instantáneamente la imagen que no nos provocó nada a nosotros lo atrae a él con calidez y vida, las cuales eran invisibles para nosotros porque nuestros corazones carecían de lo esencial. Lo que atrae al niño no está en el cuadro, sino en su memoria e imaginación; la cooperación de los rasgos en el retrato y la imagen del padre en su corazón hacen que la semejanza hable.

Esta comparación explicará el misterioso efecto de la Escritura. Guido de Brès habló de ello en sus debates con los Bautistas: “Aquello que llamamos Sagrada Escritura no es papel con impresiones negras, sino que es aquello que se dirige a nuestros espíritus mediante esas impresiones.” Esas letras son muestras de reconocimiento; esas palabras son sólo clicks de la tecla del telégrafo señalando pensamientos a nuestros espíritus por las líneas de nuestros nervios visuales y auditivos. Y los pensamientos señalados así no están aislados ni son incoherentes, sino que son parte de un completo sistema que es directamente antagónico a los pensamientos del hombre, y aun así entran en su esfera.
Leer la Escritura trae a nuestra mente la esfera de pensamientos divinos en tanto los necesitemos como pecadores, para glorificar a Dios, amar a nuestro prójimo, y salvar el alma. Esto no es una mera colección de bellas y brillantes ideas, sino el reflejo de la vida divina. En Dios la vida y el pensamiento están unidos: no puede haber vida sin pensamiento, ningún pensamiento puede no ser el producto de la vida. No es así con nosotros. La falsedad entró en nosotros, es decir, podemos cortar el pensamiento de la vida. O más bien, siempre están cortados, a no ser que voluntariamente hayamos establecido la unidad previa. De ahí nuestras frías abstracciones; nuestro hablar sin hacer; nuestras palabras sin poder; nuestros pensamientos sin trabajar; nuestros libros que, como plantas cortadas de sus raíces, se marchitan antes de florecer, y mucho menos dan fruto.

La diferencia entre la vida divina y la humana le da a la Escritura su singularidad e imposibilita el antagonismo entre su letra y su espíritu, tal como podría sugerir una falsa exégesis de 2 Cor. 3: 6. Si la Palabra de Dios estuviera dominada por la falsedad que se ha deslizado en nuestros corazones, y en medio de nuestra miseria continúa poniendo palabra y vida en oposición, así como en separación, entonces nos refugiaríamos en el punto de vista de nuestros hermanos disidentes, con su exaltación de la vida por encima de la Palabra. Pero no necesitamos hacerlo, porque la oposición y la separación no están en la Escritura. Por esta razón es la Sagrada Escritura; porque no se perdió en el quiebre de pensamiento y vida, y es, por lo tanto, claramente diferente de escritos donde hay un abismo entre las palabras y la realidad de la vida. Lo que carecen otros escritos está en este Libro: perfecta concordancia entre la vida reflejada en el pensamiento divino y los pensamientos que la Palabra engendra en nuestras mentes.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

 

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