Una cuarta evidencia de la resurrección es el hecho obvio de que Jesús fue visto por sus discípulos. De acuerdo con los diversos relatos, se apareció primero a María Magdalena, después a las otras mujeres que volvían de la tumba, después a Pedro, a los discípulos de Emaús, a los diez discípulos reunidos en el aposento alto, después (una semana más tarde) a los once discípulos incluyendo a Tomás, a Jacobo, a quinientos hermanos de una vez (1 Cor. 15:6, posiblemente sobre una ladera en Galilea), a un grupo de discípulos que habían estado pescando en el lago de Galilea, a los que fueron testigos de la ascensión desde el monte de los Olivos cerca de Jerusalén y, por último, a Pablo, quien vio a Cristo en su visión en el camino a Damasco.
Un ejemplo claro de que los discípulos no creían sino que fueron convencidos de la resurrección lo tenemos en la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús. Uno de estos discípulos está identificado. Es Cleofás (Lc. 24:18). Si ha de ser identificado con el Cleofás mencionado en Juan 19:25, entonces sabemos que su esposa se llamaba María, que estaba en Jerusalén, que había sido testigo de la crucifixión con las otras mujeres y que posiblemente regresaba a Emaús junto con él en esa primera mañana de la Pascua.
La importancia de la identificación descansa sobre el hecho de que María, y posiblemente también Cleofás, habían sido testigos de la crucifixión y por lo tanto no tenían ninguna duda de que Jesús había muerto. María había visto los clavos atravesando las manos de Cristo. Había visto como se levantaba la cruz. Había visto la sangre. Por último, había visto la lanza atravesándole el costado. Después, María sin duda regresó a la casa donde se estaba quedando. Llegó la Pascua, María y Cleofás la observaron como buenos judíos. Esperaron cargados de tristeza, desde el día de la crucifixión hasta el día de la resurrección porque el mismo día de reposo que hizo que las mujeres no hubieran podido ir antes a ungir el cuerpo hizo que Cleofás y María no hubieran podido regresar a su casa en Emaús. La mañana después del día del reposo del sábado finalmente llegó. Es posible que María haya estado entre las mujeres que fueron a la tumba a ungir el cuerpo. Si fue así, vio a los ángeles, regresó para contarle a Cleofás, y después ¡qué increíble! se dispusieron a salir. ¡Nada más ajeno a sus pensamientos cualquier idea sobre la verdad literal de la resurrección corporal de Jesús!
Además, mientras Cleofás y María se apresuraban para partir, Pedro y Juan iban camino al sepulcro. Entraron en la tumba. Ahí mismo, Juan creyó en cierto sentido, si bien posiblemente no comprendió todo el significado que encerraba la resurrección. Pedro y Juan regresaron, le contaron a Cleofás y a María lo que habían visto. Y entonces —y, nuevamente, esto también es asombroso- , Cleofás y María continuaron empacando. Tan pronto como estuvieron listos, dejaron Jerusalén. ¿Creía esta pareja judía en la resurrección de Cristo? Sin duda que no. ¿Creyeron, como creyeron, porque se convencieron mutuamente o debido a una alucinación? No. Estaban tan tristes por la pérdida de Jesús, tan miserable, tan preocupada con la realidad de su muerte, que no pudieron dedicar ni siquiera veinte o treinta minutos para investigar personalmente los relatos sobre su resurrección.
Si alguien dijera: «Pero está claro que no deben haber escuchado los relatos; toda esa parte de la historia es mera invención», Cleofás mismo responde a esta objeción. Cuando Jesús se les apareció en el camino y les preguntó por qué estaban tan tristes, Cleofás le contestó hablándole primero sobre la crucifixión y luego añadiendo: «Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron» (Lc. 24:22-24).
¿Qué puede explicar la creencia en la resurrección por parte de los discípulos de Cristo? Nada, excepto la propia resurrección. Si no podemos explicar la creencia de los discípulos de esta manera, estamos frente al más grande enigma de la historia. Si la explicamos diciendo que la resurrección y las apariciones del Señor resucitado fueron reales, entonces el cristianismo es comprensible y ofrece una esperanza segura para todos.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice