En BOLETÍN SEMANAL
​Los beneficios de la enfermedad: ¿Cómo puede Dios ser un Dios de amor, si permite el dolor? ¿Cómo puede ser un Dios de misericordia, si permite la enfermedad? Bien podría Dios evitar el dolor y la enfermedad; pero no lo hace. ¿Cómo se puede entender esto?


«El que amas está enfermo.» (Juan 11:3)

Quiero hacer notar que la palabra beneficio la uso con conocimiento de causa, y deseo que se entienda bien en qué sentido la uso. Para algunas personas la enfermedad constituye uno de los puntos débiles en la creación y gobierno del mundo por parte de Dios; y las mentes escépticas se preguntan: ¿Cómo puede ser Dios un Dios de amor, si permite el dolor? ¿Cómo puede ser un Dios de misericordia, si permite la enfermedad? Bien podría Dios evitar el dolor y la enfermedad; pero no lo hace. ¿Cómo puede entenderse esto? Estas son las reflexiones que a menudo se hace el hombre.

A los que razonan de esta manera debo contestar diciéndoles que sus dudas y objeciones no tienen nada de razonables. Por el mismo motivo podrían dudar de la existencia de un Creador por cuanto el orden del universo se ve perturbado por terremotos, huracanes y temporales; y también dudar de la providencia de Dios como resultado de los muchos genocidios que registra la historia.

A quienes les resulte imposible reconciliar el predominio de la enfermedad y del dolor con el amor de Dios, les invito a que observen lo que ocurre a su alrededor. Les pido que se den cuenta hasta qué extremo el hombre está dispuesto a perder ciertas cosas presentes para conseguir ganancias en el futuro, a soportar pruebas presentes para conseguir goces futuros, a sufrir dolores presentes para conseguir salud en el futuro. La semilla es esparcida sobre la tierra y se pudre, pero se siembra con la esperanza de una cosecha futura. El niño va a la escuela en medio de grandes lágrimas, pero lo enviamos con la esperanza de que un día los estudios le sean de provecho. Un miembro de la familia se somete a una dolorosa y delicada operación quirúrgica, pero lo hace con la esperanza de recobrar la salud en el futuro. Yo pido que todas las personas apliquen este gran principio general en lo que concierne al gobierno que Dios tiene del mundo; y les pido que acepten el hecho de que Dios permite el dolor, la enfermedad y las dolencias, no porque Él desee afligir al hombre, sino porque desea beneficiar el corazón, la mente, la conciencia y el alma del hombre para toda la eternidad.

Repito que hablo de los “beneficios de la enfermedad” con conocimiento de causa y con intención. De sobra conozco el sufrimiento y el dolor que la enfermedad reporta, y la estela de miserias que a menudo deja tras de sí; pero aun con todo no puedo considerar a la enfermedad como un mal puro, un mal que no reporta ningún bien. La enfermedad entra de lleno en los sabios designios permisivos de Dios. Veo en la enfermedad un medio muy útil para detener los azotes del pecado y de Satanás en las almas de los hombres. Si el hombre no hubiera pecado, entonces en modo alguno yo podría hablar de los beneficios de la enfermedad; pero por cuanto el pecado está en el mundo, puedo darme cuenta de que la enfermedad es un bien para el hombre. Es una maldición, y al mismo tiempo una bendición. Admito que es un maestro muy duro, pero es un amigo verdadero del alma.

a) La enfermedad nos ayuda a recordar la muerte. La mayor parte de la gente vive como si nunca tuviera que morir; se lanzan a los negocios, a los placeres, a la política o a la ciencia, como si la tierra fuera su hogar eterno. Hacen planes y proyectos para el futuro como el rico necio de la parábola. Una grave enfermedad es una ayuda para disipar estas ilusiones y sueños vanos, y les recuerda a los hombres que un día morirán. Enfáticamente afirmo que esto es un gran bien.

b) La enfermedad ayuda al hombre a pensar seriamente en Dios, en el alma y en la eternidad. Mientras disfruta de salud el hombre no tiene tiempo para estos pensamientos, y tampoco desea hacérselos. No le gusta pensar en estas realidades, le son molestas y pesadas. Pero si le sobreviene una severa enfermedad, reacciona de tal manera que todos sus pensamientos se centran en Dios, el alma y la eternidad. Incluso un rey tan perverso como Benadad estando enfermo pudo pensar en Eliseo (2 Reyes 8:8); aún los marineros paganos, teniendo a la muerte muy cerca, llenos de temor dijeron: “Que todo hombre clame a su dios.” (Jonás 1:5). No dudemos de que cualquier cosa que hace pensar en Dios es buena.

c) La enfermedad ayuda a ablandar el corazón del hombre, y es el principio de sabiduría. El corazón natural del hombre es duro como el pedernal; sólo se preocupa de las cosas de esta vida y se afana por una felicidad terrena. A menudo una larga enfermedad ayuda a corregir estas ideas. Y es que la enfermedad pone al descubierto lo vacío y vano de todo aquello que el mundo llama “buenas” cosas, y nos enseña a sujetarlas con mano débil. Es en la enfermedad cuando el hombre de negocios se da cuenta de que el dinero no es todo lo que el corazón desea. La mujer de la alta sociedad se da cuenta de que los vestidos costosos, las novelas, los bailes de sociedad, las fiestas y todo lo demás, son consuelos muy pobres en el lecho de la enfermedad. Sin duda alguna, cualquier cosa que nos obliga a cambiar nuestro sistema de pesas y medidas con respecto a las cosas del mundo, ha de ser considerada como muy buena.

d) La enfermedad nos rebaja y humilla. Por naturaleza somos orgullosos y tenemos una alto concepto de nosotros mismos. Pocas son las personas que no miran con superioridad a otras, y se lisonjean de que no “son como los otros hombres.” El lecho de enfermedad puede ser un poderoso domador de tales pensamientos y sentimientos que nos fuerce a reconocer la verdad de que todos somos pobres gusanos, que “vivimos en casas de barro” y que “somos quebrantados por la polilla” (Job 4:19). A la vista del féretro y de la tumba no resulta fácil ser orgulloso. Sin duda alguna, cualquier cosa que nos enseñe esta lección, es buena.

e) La enfermedad sirve para probar la religión de los hombres. Muchos hay en esta tierra que no tienen ninguna religión, pero también hay muchos cuya religión no ha sido probada. Éstos se contentan con la tradición religiosa recibida de sus padres y no pueden dar razón de su fe. En muchos casos la enfermedad ha sido un gran medio para poner al descubierto el fundamento vano de una profesión religiosa nominal. La enfermedad revela a muchos hombres el hecho de que, aunque hayan tenido una forma de religión, en realidad han venido adorando a un “Dios no conocido.” Muchos credos parecen hermosos y buenos en las aguas tranquilas de la salud, pero tan pronto como las violentas aguas de la enfermedad se alzan, estos se rompen y hunden. Los temporales de invierno con frecuencia ponen al descubierto los defectos de construcción en la morada del hombre, y del mismo modo la enfermedad revela una ausencia de verdadera gracia en el alma. Sin duda alguna, todo aquello que descubra el verdadero carácter de nuestra fe es bueno.

No digo que en todas las personas la enfermedad conferirá estos beneficios. En modo alguno puedo atreverme a decir tal cosa. Infinidad de personas que recobraron su salud, no aprendieron ninguna lección durante el tiempo que estuvieron en el lecho del dolor. Miles y miles de personas pasan del lecho de enfermedad a la tumba, y la experiencia de las tales no se distingue en nada a la de las “bestias que perecen”; la enfermedad no causó en ellas impresión espiritual alguna. En vida no tenían sentimiento alguno, y al pasar a la eternidad no tuvieron “congojas por su muerte.” Estas son cosas terribles de mencionar, pero son ciertas. El grado de muerte espiritual al que un corazón puede descender es tal que es para mí un abismo insondable.

Pero los beneficios sobre los cuales he estado hablando, ¿los confiere la enfermedad sólo a unos pocos? Tampoco puedo decir tal cosa. Creo que en muchos casos produce impresiones como las que he descrito. Creo también que para muchas personas la misma viene a ser el “día de la visitación de Dios”, y que en el lecho de enfermedad se avivan los sentimientos de tal modo que por la gracia de Dios pueden llevar a muchos a la salvación. Estoy convencido de que en tierras paganas la enfermedad pavimenta la obra de los misioneros, y hace que los pobres idólatras muestren buena disposición para oír las buenas del Evangelio. También en nuestro país las enfermedades ayudan grandemente a la labor del pastor; sermones y consejos que la gente no estaría dispuesta a escuchar gozando de buena salud, en el enfermo encuentran un oído atento. Creo que la enfermedad es uno de los instrumentos subordinados más útiles en la salvación de las almas, y aunque los sentimientos que obra a veces son meramente temporales, también a menudo son el medio usado por el Espíritu Santo para traer la salvación a un alma. Las enfermedades corporales en la maravillosa Providencia de Dios han llevado a muchas almas a la salvación.

No tenemos derecho a murmurar por las enfermedades, ni a quejarnos por su presencia en el mundo. Ellas son testimonio de Dios; consejeros del alma, despertadores de la conciencia y purificadores del corazón. Es, por tanto, con fundamento que puedo deciros que la enfermedad es una bendición y no una maldición, una ayuda y no un perjuicio, una ganancia y no una pérdida, un amigo y no un enemigo de la humanidad. Mientras vivamos en un mundo de pecado, es una bendición que haya enfermedades.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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