En BOLETÍN SEMANAL

De este hediondo pantano salió otro monstruo semejante, porque ciertos miserables, por evitar el odio y el deshonor de la impiedad de Servet, confesaron tres Personas, pero añadiendo esta razón: que el Padre, el cual es verdadera y propiamente único Dios, formando al Hijo y al Espíritu, trasfundió en ellos su deidad. E incluso usan un modo de expresarse harto extraño y abominable: que el Padre se distingue del Hijo y del Espíritu en que Él solo es el «esenciador».

Primeramente lo que pretenden decir con esto es que Cristo es frecuentemente llamado Hijo de Dios; de donde concluyen que solamente el Padre se llama propiamente Dios. Pero no se dan cuenta de que, aunque el nombre de Dios sea propio también del Hijo, con todo se atribuye a veces por excelencia al Padre, porque es la fuente y origen de la divinidad; y esto se hace para subrayar la simple unidad de la esencia.

Replican que si es verdaderamente Hijo de Dios es cosa absurda tenerlo como hijo de una Persona. Respondo que ambas cosas son verdad; o sea, que es Hijo de Dios, porque el Verbo es engendrado del Padre antes del tiempo – pues aún no me refiero a la Persona del Mediador -; pero, sin embargo, se debe tener en cuenta la Persona, para que el nombre de Dios no se emplee simplemente, sino por el Padre. Porque si no creemos que hay más Dios que el Padre, claramente se rebaja al Hijo. Por tanto, cada vez que se hace mención de la divinidad, de ninguna manera se debe admitir oposición entre el Hijo y el Padre, como si el nombre de Dios verdadero sólo conviniera al Padre. Porque sin duda el Dios que se apareció a Isaías fue el verdadero y único Dios; y, sin embargo, san Juan afirma que fue Cristo (ls. 6:1 ; Jn. 12:41). También el que por boca de Isaías afirma que «él será para los judíos piedra de escándalo», era el único y verdadero Dios; ahora bien, san Pablo dice que era Cristo (ls. 8:14; Rom. 9:33). El que dice por Isaías: «A mí se doblará toda rodilla», san Pablo asegura que es Cristo (ls. 45:23; Rom. 14:11). Y esto se confirma por los testimonios que el Apóstol aduce: «Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra»; y: «Adórenle todos los ángeles de Dios» (Heb. 1:10; Sal. 102:25; 97:7); testimonios que sólo pueden atribuirse al verdadero Dios, y que el Apóstol prueba que ‘ se refieren a Cristo.

Y no tiene fuerza alguna lo que objetan, diciendo que se atribuye a Cristo lo que sólo a Dios pertenece porque es resplandor de su gloria. Pues como quiera que por todas partes se pone el nombre de Jehová, se sigue que referente a la divinidad tiene el ser por sí mismo. Porque si Él es Jehová, de ningún modo se puede afirmar que no es aquel Dios que por Isaías dice en otro lugar: «Yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios» (ls.44:6). También hay que advertir lo que dice Jeremías: «Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, desaparezcan de la tierra y de debajo de los cielos» (Jer. 10:11), pues es necesario confesar por el contrario que el Hijo de Dios es aquel cuya divinidad Isaías demuestra muchas veces por la creación del mundo. Y, ¿cómo el Creador, que da el ser a todas las cosas, no va a tener su ser por sí mismo, sino que ha de recibir su esencia de otro? Pues quien afirme que el Hijo es «esencia» del Padre, por lo mismo niega que tenga su ser por sí mismo. Pero el Espíritu Santo se opone a esto llamándole Jehová, que vale tanto como decir que tiene el ser por sí mismo. Y si concedemos que toda la esencia está sólo en el Padre, o bien es divisible, o se le quita por completo al Hijo; y de esta manera, privado de su esencia, será Dios solamente de nombre. La esencia de Dios, de creer a estos habladores, solamente es propia del Padre, en cuanto que sólo Él tiene su ser y es el esenciador del Hijo. De esta manera la divinidad del Hijo no será más que un extracto de la esencia de Dios o una parte sacada del todo.

Sosteniendo ellos este principio se ven obligados a conceder que el Espíritu es del Padre sólo, porque si la derivación es de la primera esencia, la cual solamente al Padre conviene, con justo título se dirá que el Espíritu no es del Hijo, lo cual, sin embargo, queda refutado por el testimonio de san Pablo, cuando lo hace común al Padre y al Hijo. Además, si se suprime de la Trinidad la Persona del Padre, ¿en qué se diferenciaría del Hijo y del Espíritu Santo, sino en que sólo Él es Dios?

Confiesan que Cristo es Dios, pero que sin embargo se diferencia del Padre. En ese caso, ha de haber alguna nota en que se diferencien, para que el Padre no sea el Hijo. Los que la ponen en la esencia, evidentemente reducen a la nada la divinidad de Cristo, que no puede ser sin la esencia, ni sin que esté la esencia entera. No se diferenciará el Padre del Hijo, si no tiene cierta propiedad que no sea propia del Hijo. ¿En qué, pues, los diferenciarán? Si la diferencia está en la esencia, que me respondan si no la ha comunicado Él a su Hijo. Ahora bien, esto no se pudo hacer parcialmente, pues seria una impiedad forjar un dios dividido. Además, de esta manera desgarrarían miserablemente la esencia divina. Por tanto, no resta sino que se comunique al Padre y al Hijo totalmente y por completo. Y si esto es así, ya no podrán poner la diferencia entre el Padre y el Hijo en la esencia.

Si objetan que el Padre «esenciando» a su Hijo permanece, sin embargo, y es el único Dios en quien está la esencia, entonces Cristo sería un Dios figurativo y solamente de título y en apariencia; ya que no hay nada que sea más propio de Dios que ser, según aquello de Moisés: «El que Es, me ha enviado a vosotros» (Éx. 3:14).


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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