Ella no pide que le arroje una migaja, sino solamente que se le permita coger una migaja que haya caído de la mesa. Ella ni siquiera pide una migaja que el Señor le pudiera arrojar, sino una que los hijos hubieran dejado caer; ellos generalmente dejan caer migajas. Observo que en el griego no dice "perros" sino "perritos"; asímismo, la palabra "migajas" son trocitos pequeños, insignificantes, caídos por accidente. Pensad en esta fe. Que el demonio fuera expulsado de su hija era la cosa más grande que pudiera imaginar; sin embargo, tiene una creencia tal en la grandeza del Señor Jesucristo, que, pensaba ella, sanar a su hija para Él no era más que para un gran cabeza de familia dejar que un pobre perrillo coma las migajas que los hijos dejan caer. ¿ No es esa una fe espléndida?
III. En tercer lugar, en cualquier caso, sea lo que fuere que Cristo diga o no diga TEN FE EN ÉL. Mira la fe de esta mujer y trata de copiarla. Su fe creció en su comprensión de Jesús.
Primero, Él es el Señor de misericordia; ella clamaba: «Ten misericordia de mí.» Querido lector, ten suficiente fe para creer que necesitas misericordia. La misericordia no es para los que creen tener méritos. El reclamo del mérito es por justicia, no por misericordia. El culpable necesita y busca misericordia, y solamente esto. Cree que Dios se deleita en la misericordia, se complace en perdonar donde no hay razón para perdonar, salvo su propia bondad. Cree también que el Señor Jesucristo a quien predicamos es la encarnación de la misericordia. Su existencia misma significa misericordia para ti, su palabra significa misericordia; Su vida, su muerte, su intercesión en los cielos, todo significa misericordia, misericordia, misericordia, ninguna otra cosa sino misericordia. Tú necesitas la misericordia divina: Él es el Salvador que tú necesitas. Cree en Él y la misericordia de Dios será tuya.
Esta mujer también lo llamó Hijo de David, en lo cual reconocía Su humanidad y su carácter real para con los hombres. Piensa en Jesús como Dios sobre todas las cosas. Bendito para siempre, que ha hecho los cielos y la tierra, y sustenta todas las cosas por su poderosa Palabra. Sabe que se hizo hombre, velando su divinidad en este pobre barro nuestro: como bebé aferrado del pecho de una mujer; se sentó como hombre cansado a la orilla del pozo, murió entre malhechores sobre la cruz, y todo esto por amor al hombre. ¿No puedes confiar en este Hijo de David? David era muy popular porque entraba y salía entre el pueblo, y demostró ser un rey del pueblo. Eso es Jesús. David reunió en torno suyo una compañía de hombres que se apegaron mucho a él, porque cuando se llegaron a él eran una banda completamente acabada, estaban en deuda y descontentos; todos los expulsados de los dominios de Saúl se reunieron alrededor de David, y éste se convirtió en su capitán.
Mi Señor Jesucristo es escogido del pueblo, elegido por Dios con el propósito de ser nuestro hermano, un hermano nacido para la adversidad, que ha venido a asociarse con nosotros pese a nuestra insignificancia y miseria. Es el amigo de hombres y mujeres que están arruinados por la culpa y el pecado que cargan. «Este a los pecadores recibe y con ellos come.» Jesús es el líder bien dispuesto de un pueblo peca¬minoso e inmundo, al cual eleva a una posición de justifica¬ción y santidad y lo hace habitar consigo en gloria para siempre. ¡Oh, ¿no confiarás en un Salvador como éste? Mi Señor ni vino al mundo a salvar gente superior, que piensa que han nacido santos. Jesús vino a salvar a los perdidos, los miserables, los culpables e indignos. Que los tales se acerquen a Él, como las abejas se agrupan alrededor de la abeja reina, porque Él fue ordenado con el propósito de reunir a los escogidos de Dios, como está escrito: A Él se congregará el pueblo.»
Esta mujer creyente podría haber sido animada por otro tema. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» «¡Ah!» piensa ella, «El es pastor de ovejas perdidas. Sea cual fuere Su rebaño, Él es un pastor, y tiene entrañas compasivas hacia las ovejas perdidas; seguramente El es una persona a la que puedo mirar con confianza.» ¡Ah, querido oyente! Mi Señor Jesucristo es un pastor por oficio y por naturaleza, y si tú eres una oveja perdida, estas son buenas nuevas para ti. Hay un instinto santo en Él que lo hace reunir los corderos en sus brazos, y le hace buscar a los perdidos que se descarriaron en el día oscuro y brumoso. Confía en Él porque te está buscando; ven a Él ahora, y quédate con Él.
Más aun, esta mujer tuvo fe en Cristo en el sentido de que era como el gran cabeza de familia. Ella parece decir: «Esos discípulos son como hijos sentados a la mesa, y Él los alimenta con el pan de su amor. Él le hace una fiesta tan grande, les da tanto alimento, que si mi hija fuera sanada, sería una cosa grande y bendita para mí, pero para Él no sería sino como si una migaja que cayese bajo la mesa, y un perro se la comiera.» Ella no pide que le arroje una migaja, sino solamente que se le permita coger una migaja que haya caído de la mesa. Ella ni siquiera pide una migaja que el Señor le pudiera arrojar, sino una que los hijos hubieran dejado caer; ellos generalmente dejan caer migajas. Observo que en el griego ni dice «perros» sino «perritos»; así mismo, la palabra «Migajas» son trocitos pequeños, insigni¬ficantes, caídos por accidente. Pensad en esta fe. Que el demonio fuera expulsado de su hija era la cosa más grande que pudiera imaginar; sin embargo, tiene una creencia tal en la grandeza del Señor Jesucristo, que, pensaba ella, sanar a su hija para Él no era más que para una gran cabeza de familia dejar que un pobre perrillo coma las migajas que los hijos dejan caer. ¿ No es esa una fe espléndida?
Y ahora, ¿no puedes ejercer una fe como esa? ¿No puedes creer –tú un pecador condenado y perdido— que si Dios te salva será la más grande maravilla que haya habido, y que para Jesús, que hizo por sí mismo un sacrificio por los pecados, ello no será más que si este día tu perro o tu gato come una migaja que uno de tus hijos haya dejado caer de la mesa? ¿No puedes pensar que Jesús es tan grande que lo que para ti significa el cielo, para él será solamente como una migaja? ¿No puedes creer que él puede salvarte prontamente? En lo que a mí respecta, yo creo que mi Señor es un Salvador tal que puedo confiarle completamente mi alma, y eso sin dificultad. Y os diré algo más: si yo tuviera todas vuestras almas en mi cuerpo, todas ellas las confiaría a Jesús. Sí, y si yo tuviera un millón de almas pecadoras en mí mismo, confiaría libremente en el Señor con todas ellas, y di¬ría: «Estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.»
No supongáis que hablo así porque soy consciente de que haya alguna bondad propia en mí. De ninguna manera. La confianza no la tengo puesta en mí en ningún grado, ni en alguna cosa que yo pueda hacer o llegar a ser. Si yo fuera bueno no confiaría en Jesús, No podría. ¿Por qué? Tendría que confiar en mí mismo. Pero, debido a que no tengo nada de mí mismo estoy obligado a vivir por fe, y me regocijo de que pueda ser así. Mi Señor me da un crédito ilimitado en el Banco de la fe. Estoy profundamente endeudado con Él, y estoy decidido a endeudarme más aún. Pecador como soy, si fuera un millón de veces tan pecador como soy, y entonces tuviera un millón de almas un millón de veces más pecadores que la mía, todavía confiaría en su sangre redentora para limpiarme, y en Él para salvarme. Por tu agonía, y por tu sudor de sangre, por tu cruz y tus padecimientos, por tu muerte preciosa y por tu sepultura, por tu gloriosa resu¬rrección y tu ascensión, por tu intercesión en favor del culpable a la diestra de Dios, oh Cristo, yo siento que puedo reposar en Ti. Que todos vosotros lleguéis a este punto, que Jesús es abundantemente poderoso para salvar.
Has sido un ladrón, ¿verdad? La última persona que estuvo en cercana compañía del Señor sobre la tierra fue el ladrón moribundo. «Oh,» pero tú dices, «He sido malo en la vida, me he contaminado con toda especie de mal.» Pero todos aquellos con los cuales se asocia ahora fueron sucios una vez; porque ellos confiesan que han lavado sus ropas y las han emblanquecido en Su sangre. Sus vestiduras estu¬vieron tan inmundas que nada, sino la sangre de su corazón, podía blanquearlas. Jesús es el gran Salvador, más grande que lo que mi lengua pueda describir. No puedo describir su gran valor, no lograría hacerlo aun cuando pudiera describir el cielo en cada palabra, y expresar la infinitud en cada oración. Ni siquiera todas las lenguas de los hombres o de los ángeles puedan exponer en forma completa la grandeza de la gracia de nuestro Redentor. ¡Confía en Él! ¿Tienes miedo de confiar en Él? Entonces huye precipitadamente. Arriésgate a hacerlo.
Atrévete con Él, arriésgate completamente, no admitas que otra confianza intervenga.
“Mirad a mí,» dice Él, «y sed salvos todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay más.» ¡Mirad! ¡Mira ahora! ¡Mírale a Él solamente! Cuando le estés mirando con la mirada de la fe, Él te mirará con amorosa aceptación, y te dirá: «Grande es tu fe; sea hecho como tú quieres.» Serás salvo en la misma hora; y aunque hayas venido a esta casa de oración gravemente afligido por un demonio, saldrás en paz con Dios, y tan en paz como un ángel. ¡Qué Dios te conceda esta bendición, por amor de Cristo! Amén.
C.H. Spurgeon