En BOLETÍN SEMANAL

“Pero yo y mi casa serviremos a Jehová”. —Josué 24:15

“Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea la suya”. —Números 23:10

Hemos dicho, hermanos míos, en una ocasión anterior, que si queremos morir su Muerte, debemos vivir su Vida. Es cierto que hay casos en los que el Señor muestra su misericordia y su gloria a los hombres que ya se encuentran en el lecho de muerte y les dice como al ladrón en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). El Señor sigue dándole a la Iglesia ejemplos similares de vez en cuando. Y lo hace con el propósito de exhibir su poder soberano por el cual, cuando le agrada hacerlo así, puede quebrantar el más duro de los corazones y convertir a las almas más apartadas de Dios para mostrar que todo depende de su gracia y que tiene misericordia de quien tiene misericordia. Con todo, estas no son sino raras excepciones de las que no pueden depender en absoluto y, mis queridos oyentes, si desean morir la muerte del cristiano, deben vivir la vida del cristiano. Sus corazones deben estar verdaderamente convertidos al Señor; verdaderamente preparados para el reino y confiar sólo en la misericordia de Cristo deseando ir a morar con Él. Ahora, amigos míos, existen varios medios por los cuales pueden prepararse en vida para obtener, un día futuro, un bendito final. Y es en uno de estos medios más eficaces en el que queremos reflexionar ahora. Este medio es la adoración familiar; es decir, la edificación diaria que los miembros de una familia cristiana pueden disfrutar mutuamente. “Pero yo y mi casa [le dijo Josué a Israel] serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). Deseamos hermanos, darles los motivos que deberían inducirnos a resolver lo mismo que Josué y las directrices necesarias para cumplirlo.

¿Por qué la adoración familiar?

1.     Para darle gloria a Dios

Sin embargo, hermanos míos, si el amor de Dios está en sus corazones y si sienten que por haber sido comprados por precio, deberían glorificar a Dios en sus cuerpos y en sus espíritus, que son de Él, ¿hay otro lugar aparte de la familia y el hogar en el que prefieren glorificarle? Os gusta unirse con los hermanos para adorarle públicamente en la iglesia; os agrada derramar su alma delante de Él en el lugar privado de oración. ¿Será que en la presencia de ese ser con el que hay una unión para toda la vida, hecha por Dios, y delante de los hijos es el único lugar donde no se puede pensar en Dios? ¿Será tan solo que no tienes bendiciones que atribuirle? ¿Será tan solo que no tienes que implorar  misericordia y protección? Te sientes libre para hablar de todo cuando estás con la familia; tus conversaciones tocan mil asuntos diferentes; ¡pero no cabe lugar en tu lengua y en tu corazón para una sola palabra sobre Dios! ¿No alzarás la mirada a Él como familia, a Él que es el verdadero Padre de las familias? ¿No conversará cada uno con su esposa y sus hijos sobre ese Ser que un día tal vez sea el único Esposo de su mujer y el único Padre de tus hijos?

El evangelio es el que ha formado la familia. No existía antes de él; no existe sin él. Por tanto, parecería que el deber de esa familia, llena de gratitud hacia el Dios del evangelio, fuera estar particularmente consagrada a Él. A pesar de ello, hermanos míos, ¡cuántas parejas, ¡cuántas familias hay que son cristianas nominales y que incluso sienten algún respeto por la religión y no nombran nunca a Dios! ¡Cuántos ejemplos hay en los que las almas inmortales que han sido unidas nunca se han preguntado quién las unió y cuál será su destino futuro y sus objetivos! ¡Con cuánta frecuencia ocurre que, aunque te esfuerzas por ayudar el uno al otro en todo lo demás, ni siquiera piensas en hechar una mano en la búsqueda de lo único que es necesario, en conversar, en leer, en orar con respecto a tus intereses eternos! ¡Esposos cristianos! ¿Acaso sólo debéis estar unidos en la carne y por algún tiempo? ¿No es también en el espíritu y para la eternidad? ¿Sois seres que se han encontrado por accidente y a quienes otro accidente, la muerte, pronto separará? ¿No deseas ser unido por Dios, en Dios y para Dios? ¡La fe cristiana uniría tu alma mediante lazos inmortales! Pero no los rechaces; más bien al contrario, estréchalo cada día más, adorando juntos bajo el techo familiar. Los viajantes en el mismo vehículo conversan sobre el lugar al que se dirigen. ¿Y no conversarás, compañeros de viaje al mundo eterno, sobre ese mundo, del camino que conduce a él, de sus temores y de sus esperanzas? Porque muchos andan —dice San Pablo— como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo (Fil. 3:18) porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo (Fil. 3:20).

2. Para proteger a los hijos del pecado

Si tienes el deber de estar comprometido con respecto a Dios en tu hogar y esto para tu propio bien, ¿no deberías también estar comprometido por amor a los que forman tu familia, cuyas almas han sido encomendadas a tu cuidado y, en especial, por tus hijos? Te preocupa en gran extremo la prosperidad de ellos, su felicidad temporal; ¿pero no haces que esta preocupación sea también por su prosperidad eterna y que su felicidad sea aún más palpable? Tus hijos son jóvenes árboles que te han sido confiados; el hogar es el vivero donde deberían de crecer y tu eres el jardinero. ¡Pero oh! ¿Plantarás esos jóvenes árboles tiernos y preciosos en una tierra estéril y arenosa? Y sin embargo es lo que estás haciendo, si no hay nada en el hogar que los haga crecer en el conocimiento y el amor de su Dios y Salvador. ¿No estás preparando para ellos una tierra favorable de la que puedan derivar savia y vida? ¿Qué será de tus hijos en medio de todas las tentaciones que los rodearán y los arrastrarán al pecado? ¿Qué les ocurrirá en esos momentos turbulentos en los que es tan necesario fortalecer el alma del joven con el temor de Dios y, así, proporcionarle a esa frágil barca el lastre necesario para navegar sobre el inmenso océano?

¡Padres! Si tus hijos no se encuentran con un espíritu de piedad en el hogar, si por el contrario, tu orgullo consiste en rodearlos de regalos externos, introduciéndolos en la sociedad mundana, permitiendo todos sus caprichos, dejándoles seguir su propio curso, ¡los veréis crecer como personas superficiales, orgullosas, ociosas, desobedientes, insolentes y extravagantes! Ellos os tratarán con desprecio y cuanto más os preocupéis por ellos, menos pensarán ellos en vosotros. Este caso se ve con mucha frecuencia; pero preguntaos a vosotros mismos si no sois responsables de sus malos hábitos y prácticas. Y tus conciencia responderá que sí, que estás comiendo ahora el pan de amargura que tu mismo has preparado. ¡Ojalá que la conciencia te haga entender lo grande que ha sido tu pecado contra Dios al descuidar los medios que estaban en tu poder para influir en los corazones de tus hijos y pueda ser que otros queden advertidos por tu desgracia! No hay nada más eficaz que el ejemplo de la piedad familiar. La adoración pública es, a menudo, demasiado vaga y general para los niños, y no les interesa suficientemente. En cuanto a la adoración en secreto, todavía no la entienden. Si una lección que se aprende de memoria no va acompañada de nada más, puede llevarlos a considerar la fe cristiana como un estudio, como los de lenguas extranjeras o historia. Aquí como en cualquier otra parte e incluso más que en otro lugar, el ejemplo es más eficaz que el precepto. No se les debe enseñar que deben de amar a Dios a partir de un mero libro elemental, sino que deben demostrarle amor por Dios. Si observan que no se brinda adoración alguna a ese Dios de quien ellos oyen hablar, la mejor instrucción resultará ser inútil. Sin embargo, por medio de la adoración familiar, estas jóvenes plantas crecerán “como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae” (Sal. 1:3). Los hijos pueden abandonar el techo paternal, pero recordarán en tierras extrañas las oraciones que se elevaban en el hogar y esas plegarias los protegerán. “Si alguna… tiene hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos para con su propia familia” (1 Ti. 5:4).

3. Para producir verdadero gozo en el hogar

¡Y qué delicia, qué paz, qué felicidad verdadera hallará una familia cristiana al erigir un altar familiar en medio de ellos y al unirse para ofrecer sacrificio al Señor! Tal es la ocupación de los ángeles en el cielo ¡y benditos los que anticipan estos gozos puros e inmortales! “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna” (Sal. 133). ¡Oh qué nueva gracia y vida le proporciona la piedad a una familia! En una casa donde se olvida a Dios, hay falta de educación, mal humor e irritación de espíritu. Sin el conocimiento y el amor de Dios, una familia no es más que una colección de individuos que pueden sentir más o menos afecto natural unos por otros; pero falta el verdadero vínculo, el amor de Dios nuestro Padre en Jesucristo nuestro Señor. Los poetas están llenos de hermosas descripciones de la vida familiar; ¡pero, desafortunadamente, qué distintas suelen ser las imágenes de la realidad! A veces existe falta de confianza en la providencia de Dios; otras veces hay amor a la riqueza; otras, una diferencia de carácter; otras, una oposición de principios. ¡Cuántas aflicciones, cuantas preocupaciones hay en el seno de las familias!

La piedad familiar impedirá todos estos males; proporcionará una confianza perfecta en ese Dios que da alimento a las aves del cielo; proveerá amor verdadero hacia aquellos con quienes tenemos que convivir; no será un amor exigente y susceptible, sino un amor misericordioso que excusa y perdona, como el de Dios mismo; no un amor orgulloso, sino humilde, acompañado por un sentido de las propias faltas y debilidades; no un amor ficticio, sino un amor inmutable, tan eterno como la caridad. “Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos” (Sal. 118:15).

4. Para consolar durante momentos de prueba

Cuando llegue la hora de la prueba, esa hora que tarde o temprano debe llegar y que, en ocasiones, visita el hogar de los hombres más de una vez, ¡qué consuelo proporcionará la piedad! ¿Dónde tienen lugar las pruebas si no es en el seno de las familias? ¿Dónde debería administrarse, pues, el remedio para las pruebas si no en el seno de las familias? ¡Cuánta lástima debe dar una familia donde hay lamento, si no hay esa consolación! Los diversos miembros de los que se compone incrementan los unos la tristeza de los otros. Sin embargo, cuando ocurre lo contrario y la familia ama a Dios, si tiene la costumbre de reunirse para invocar el santo nombre de Dios de quien viene toda prueba y también toda buena dádiva, ¡cómo se levantarán las almas desanimadas! Los miembros de la familia que siguen quedando alrededor de la mesa sobre la que está el Libro de Dios, ese libro donde encuentran las palabras de resurrección, vida e inmortalidad, donde hallan promesas seguras de la felicidad del ser que ya no está en medio de ellos, así como la justificación de sus propias esperanzas.

Al Señor le complace enviarles al Consolador; el Espíritu de gloria y de Dios viene sobre ellos; se derrama un bálsamo inefable sobre sus heridas y se les da mucho consuelo; se transmite la paz de un corazón a otro. Disfrutan momentos de felicidad celestial: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4). “Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol… Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:3, 5).

5. Para influir en la sociedad

¿Y quién puede decir, hermanos míos, la influencia que la piedad familiar podría ejercer sobre la sociedad misma? ¡Qué estímulos tendrían todos los hombres al cumplir con su deber, desde el hombre de Estado hasta el más pobre de los mecánicos! ¡Cómo se acostumbrarían todos a actuar con respeto, no sólo a las opiniones de los hombres, sino también al juicio de Dios! ¡Cómo aprendería cada uno de ellos a estar satisfecho con la posición en la que ha sido colocado! Se adoptarían buenos hábitos; la voz poderosa de la conciencia se reforzaría: La prudencia, el decoro, el talento, las virtudes sociales se desarrollarían con renovado vigor. Esto es lo que podríamos esperar, tanto para nosotros mismos como para la sociedad. La piedad tiene promesa en la vida que transcurre ahora y la que está por venir.

Tomado de “Family Worship”(Adoración familiar), disponible en Chapel Library.

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J. H. Merle D’Aubigne (1794-1872): Pastor, catedrático de historia de la Iglesia, presidente y catedrático de teología histórica en la Escuela de teología de Ginebra; autor de varias obras sobre la historia de la Reforma, incluido su famoso History of the Reformation of the Sixteenth Century (Historia de la Reforma del siglo XVI)y The Reformation in England (La Reforma en Inglaterra).

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