​Cuando Dios le dice a Nicodemo que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios, ¿Que está queriéndole decir? ¿Cual es el mecanismo divino por el cual Dios lleva a cabo su obra de salvación? ¿Qué factores están envueltos en este proceso por el cual Dios lleva a cabo la regeneración y salva a los pecadores?

¿Qué significa nacer «de agua y del Espíritu»? ¿Y por qué Jesús menciona al «viento»? Hay varias explicaciones que nos son propuestas:

Según la primera, agua se refiere al nacimiento físico (donde la aparición del bebé está acompañada del líquido amniótico de la madre), y viento (spiritus) significa el Espíritu Santo. De acuerdo con esta explicación, Jesús le está diciendo a Nicodemo que para que una persona sea salva tiene que nacer primero físicamente y luego espiritualmente.

Es difícil encontrar una falacia en esta conclusión. Es evidente que si alguien ha de ser salvo tiene que estar físicamente vivo y además nacer de nuevo espiritualmente. Pero esto no parece ser el significado que Cristo tenía en mente. Por un lado, la palabra agua nunca es utilizada de esta manera en las Escrituras. Nuestros pensamientos en este sentido serían de la teología moderna. Una segunda conclusión de esta afirmación nos muestra que una referencia a la necesidad del nacimiento físico resulta tan obvia que cabría preguntarse si Jesús habría gastado palabras para referirse a ella. La tercera conclusión es que el agua no puede estar refiriéndose al nacimiento físico porque, como vimos en Juan 1:13, el nacimiento físico no tiene ningún peso en la regeneración.

Una segunda interpretación de esta frase sería la de tomar agua como significando el agua del bautismo cristiano. Pero el bautismo no está presente en este capítulo. En realidad, la Biblia nos enseña que nadie puede ser salvo por ningún rito religioso externo (1 S. 16:7; Rom. 2:28-29; Gá. 2:15-16; 5:1-6). El bautismo es un signo importante de lo que ya ha tenido lugar, pero no es el medio por el cual somos regenerados.

La tercera interpretación toma tanto al agua como al viento en un sentido simbólico. El agua, según esta interpretación, se refiere al lavamiento; el viento se refiere al poder. Es así como una persona debe ser lavada y llena de poder.  Si bien es cierto que los pecadores deben ser lavados de sus pecados, y es nuestro privilegio como cristianos el tener poder de lo alto, resulta difícil pensar en que este es el significado del pasaje. Por un lado, en el resto del Nuevo Testamento, el lavamiento y el poder acompañan al nuevo nacimiento o le suceden, mientras que según estos versículos tratan el cómo tiene lugar el nuevo nacimiento. Además, ni el lavamiento ni el poder se relacionan con la metáfora del nacimiento, como parece ser requerido.

Kenneth S. Wuest ha propuesto una cuarta explicación, basándose sobre el uso de agua como metáfora en otros textos del Nuevo Testamento. El agua se usa varias veces en las Escrituras para referirse al Espíritu Santo. En el capítulo 4 de Juan, por ejemplo, Jesús le dice a la mujer samaritana que Él le dará «una fuente de agua que salte para vida eterna» (Jn. 4:14). El lenguaje de Juan 7:37-38 es casi idéntico al de 4:14. Juan agrega: «Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él» (vs. 39). Wuest también hace referencia a Isaías 44:3 y 55:1, pasajes que debían haber sido conocidos por Nicodemo. Si esta es la interpretación correcta, entonces «del agua y del Espíritu» es una redundancia. La conjunción “y” debería ser tomada en su sentido enfático. Es posible parafrasear este pasaje usando la palabra siquiera. Jesús estaría diciendo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua, o siquiera del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». La explicación provista por Wuest es buena, pero yo siempre he tenido la sensación que todavía es posible decir algo más al respecto.

Además de ser una metáfora para el Espíritu, el agua también es utilizada en la Biblia para referirse a la Palabra de Dios. Efesios 5:26 dice que Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella «para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra». En 1 Juan 5:8, el mismo autor que escribió el cuarto evangelio, escribe sobre tres «que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre». Como luego continúa hablando sobre el testimonio escrito de Dios sobre el hecho que la salvación es en Cristo, el Espíritu debe referirse al testimonio de Dios dentro de esa persona, la sangre al testimonio histórico de la muerte de Cristo y el agua a las Escrituras.

Las mismas imágenes están presentes en Juan 15:3: «Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado». Hay otro versículo importante que cita a las Escrituras como siendo el canal a través del cual procede el nuevo nacimiento aunque sin usar al agua como metáfora. Santiago 1:18 dice: «Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas».

Cuando consideramos las palabras de Cristo a Nicodemo, a la luz de estos pasajes, podemos apreciar a Dios como siendo quien realiza la concepción divina, el Padre de sus hijos espirituales, y a la Palabra de Dios empleada por el Espíritu Santo como el medio por el cual la nueva vida espiritual es engendrada. Es decir, en Juan 3:5 Jesús está utilizando dos imágenes: el agua y el viento. La primera representa la Palabra de Dios, y la segunda el Espíritu Santo. Está enseñándonos que mientras la Palabra es compartida, enseñada, predicada y dada a conocer, el Espíritu Santo la utiliza para traer luz a la nueva vida espiritual sobre los que Dios está salvando. Este es el motivo por el cual la Biblia nos dice que le agradó a Dios salvarnos por la locura de la predicación (1 Co. 1:21; Ro. 10:14-15).

Hay otro versículo que trata sobre el nuevo nacimiento y que aclara lo que he venido diciendo. Es 1 P 1:23 que dice: «Siendo renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre».
 
En este primer capítulo de 1 Pedro, el apóstol ha dicho que una persona se incorpora a la familia de Dios porque Cristo murió (vs. 18-19) y mediante la fe (vs. 21). A continuación, Pedro resalta el hecho que Dios es el Padre de sus hijos asemejando la Palabra de Dios al esperma humano. La Vulgata Latina hace esto más claro que la versión inglesa, ya que la palabra utilizada allí es semen.

Pongamos juntas estas enseñanzas y las imágenes de estos pasajes. Dios primero siembra en nuestro corazón lo que podríamos llamar el óvulo de la fe salvífica, ya que se nos dice que la fe no se origina en nosotros, sino que es «un don de Dios» (Ef. 2:8). Segundo, envía la semilla de su Palabra, que contiene la vida divina dentro de ella, para que penetre el óvulo de nuestra fe. El resultado es la concepción. Entonces, una nueva vida espiritual es concebida, una vida que tiene su origen en Dios y no tiene ninguna conexión con la vida pecaminosa que la rodea.

Por eso es que ahora podemos decir que «si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17). Nadie puede volver a ser el mismo después que el Espíritu Santo de Dios ha entrado en su vida para implantar la vida de Dios dentro de él.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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