En ARTÍCULOS

«¿Dónde está el que puso en medio de él Su Santo Espíritu?»—Isaías 63:11
En la naturaleza el Espíritu de Dios aparece creando, en la gracia, re-creando. Le llamamos recreación, porque la gracia de Dios no crea algo inherentemente nuevo, sino una nueva vida en una naturaleza vieja y degradada.

Pero esto no debe entenderse como que la gracia restauró sólo lo que el pecado había destruido. Porque entonces el hijo de Dios, nacido de nuevo y santificado, debe ser como Adán lo fue en el Paraíso antes de la caída. Muchos lo entienden así, y lo presentan como sigue: En el Paraíso Adán enfermó; el veneno de la eterna corrupción entró en su alma y penetró en todo su ser. Ahora viene el Espíritu Santo como médico, portando el remedio de la gracia para sanarlo. Vierte el bálsamo en sus heridas, sana sus magulladuras y renueva su juventud; y así el hombre, nacido de nuevo, sanado y renovado es, de acuerdo a su postura, precisamente lo que era el primer hombre en un estado de rectitud. Una vez más las condiciones del pacto de obras le son presentadas. Por sus buenas obras nuevamente ha de heredar la vida eterna. Nuevamente puede caer como Adán y ser presa de la muerte eterna.

Pero todo este parecer está equivocado. La Gracia no pone al impío en un estado de rectitud, sino que más bien “lo justifica”, que son dos cosas muy diferentes. Aquel que se mantiene en un estado de rectitud tiene ciertamente una virtud original, pero la puede perder; puede ser juzgado y fracasar tal como fracasó Adán. Debe reivindicar su rectitud. Su consistencia interior debe descubrirse a sí misma. Aquel que es recto hoy, puede no serlo mañana.

Pero cuando Dios justifica a un pecador lo pone en un estado totalmente diferente. La justicia de Cristo se vuelve suya. ¿Y cuál es esta rectitud? ¿Estaba Jesús sólo en un estado de rectitud? De ninguna manera. Su virtud fue puesta a prueba, juzgada, y cernida; incluso fue puesta a prueba por el fuego destructor de la ira de Dios. Y esta virtud convertida de “rectitud original” a “virtud reivindicada” fue imputada a los impíos.

Por lo tanto, el impío, al ser justificado por gracia, no tiene nada que ver con el estado de Adán antes de la caída, sino que ocupa el lugar de Jesús después de la resurrección. Posee un bien que no puede perder. No trabaja más por un salario, porque la herencia es suya. Sus obras, su celo, su amor y su alabanza, no fluyen de su propia pobreza, sino de la rebosante plenitud de la vida que fue obtenida para él. Como se expresa a menudo: Para Adán en el Paraíso, estaba primero el trabajo y luego el descanso sabático; pero para los impíos justificados por gracia el descanso sabático viene primero, y luego el trabajo que fluye de las energías de ese sábado. En el comienzo la semana terminaba con el sábado; pero para nosotros el día de la resurrección de Cristo abre la semana que se alimenta de los poderes de esa resurrección. Por lo tanto, la gran y gloriosa obra de re-creación tiene dos partes:

Primero, la eliminación de la corrupción, la curación de la violación, la muerte al pecado, la expiación de la culpa.

Segundo, la inversión del primer orden, el cambio de todo el estado, la presentación y el establecimiento de un nuevo orden.

Lo último es de suma importancia. Porque muchos enseñan algo distinto. Aunque asumen que un recién nacido hijo de Dios no es precisamente lo que fue Adán antes de la caída, ven la diferencia sólo en la recepción de una naturaleza superior. El estado es el mismo, con diferencias de grado. Esta es la teoría actual. La naturaleza de mayor grado se denomina “divino-humana,” la cual Cristo lleva en Su Persona; la cual, siendo consolidada por Su Pasión y Resurrección, es ahora impartida al alma recién nacida, elevando la naturaleza más baja y degradada a esta vida superior.

Esta teoría está en conflicto directo con las Escrituras, que nunca hablan de condiciones similares pero con diferencias de grado y poder, sino de una condición a veces muy inferior en poder y grado que aquella de Adán, pero transferida a un orden totalmente diferente.

Por esta razón la Escritura y la Confesión de nuestros padres enfatizan la doctrina de los Pactos; porque la diferencia entre los Pactos de Obras y de Gracia muestra la diferencia entre dos órdenes de cosas espirituales. Aquellos que enseñan que el nuevo nacimiento meramente imparte una naturaleza superior, permanecen bajo el Pacto de Obras. De ellos es el trabajo agotador de subir a la montaña la piedra de Sísifo, aunque sea con la mayor energía de la vida superior. La doctrina de Gracia de Las Escrituras pone fin a esta tarea imposible de Sísifo; transfiere el Pacto de Obras de nuestros hombros a los de Cristo, y abre ante nosotros un nuevo orden en el Pacto de Gracia donde no puede haber más incertidumbre ni temor, ni pérdida ni confiscación de los beneficios de Cristo, sino uno del cual la Sabiduría grita, «¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia? En las alturas junto al camino, a las encrucijadas de las veredas se para” (Prov. 8:1-2) diciendo que todas las cosas están ahora listas.

– – –
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar