​   Aunque el Espíritu no es más ni menos santo que el Padre y el Hijo, el Santo en su nombre centra la atención en el punto focal de su obra en el plan de la redención. El Espíritu Santo es el Santificador. Él es Aquel que aplica la obra de Cristo a nuestras vidas trabajando en nosotros para desarrollar una total conformidad a la imagen de Cristo.  En la salvación, no sólo somos salvados del pecado y la condenación; somos salvados para vivir en santidad. El objetivo de la redención es la santidad.

​LA TERCERA PERSONA de la Trinidad se llama Espíritu Santo. Nos preguntamos por qué el título Santo se le atribuye de manera especial a Él. El atributo de la santidad le pertenece al Padre y al Hijo también. Sin embargo, normalmente no hablamos de la Trinidad en términos de Padre Santo, Hijo Santo y Espíritu Santo.
 
    Cuando Pedro escribió acerca de la regeneración, hizo el siguiente comentario:

    Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva. (1 Pedro 1:3)

    Somos personas que hemos sido hechas nacer de nuevo, personas revestidas de una esperanza para el futuro. A la luz de esta gratuita obra de re-creación y regeneración, Pedro añade la siguiente exhortación:

1Pe 1:13  Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado;
1Pe 1:14  como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;
1Pe 1:15  sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;
1Pe 1:16  porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

    La exhortación de Pedro empieza con la expresión por tanto. Esta frase apunta a una conclusión que viene a continuación y que se basa en las premisas ya expuestas. A la luz de la gran obra de regeneración, se nos desafía a buscar diligentemente la santidad.
    Lo que sigue a la frase por tanto es una metáfora que suena extraña: “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento”. No estamos acostumbrados a relacionar los lomos con el entendimiento. La imagen de Pedro evoca a lo que Pablo se refiere cuando habla de la armadura de Dios:

    Efe 6:11  Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
Efe 6:12  Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Efe 6:13  Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
Efe 6:14  Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia,

    Cuando Pablo toca la trompeta de llamada a la batalla, la primera parte de la preparación comprende ceñir  la cintura. Pedro habla de ceñir el entendimiento. En su debate con Job, Dios ordenó a Job “Ciñe ahora tus lomos como un hombre” (Job 40:7).
    
Ceñir los lomos era el primer acto que llevaba a cabo el antiguo soldado cuando se preparaba para la batalla. El atavío habitual en aquellos días era el manto (en el caso de los romanos, la toga). El manto caía hasta los tobillos en el uso diario normal. Cuando sonaba la trompeta para la batalla, el soldado subía su manto sobre las rodillas, asegurando los pliegues alrededor de la cintura con un cinturón. Esta era la acción de ceñir los lomos. Si los lomos no eran ceñidos, el soldado no podía moverse con agilidad. Tropezaba con los pliegues de su manto. Una vez que los lomos estaban ceñidos, las rodillas y las piernas se hallaban libres para moverse velozmente y con agilidad.

    Cuando Pedro usa esta imagen, la aplica al entendimiento. “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento”. Esto significa que, una vez que el cristiano ha nacido de nuevo, debe estar listo para la guerra. Ingresar a la vida cristiana es ingresar a una guerra cósmica. El camino a la santificación es un camino de servicio militar.
 
    Cuando entramos en la vida cristiana, nos enrolamos para toda la vida. Esta guerra no se acaba en cuatro años a menos que el Señor nos llame a su presencia. La guerra dura tanto como vivamos.  
 
    Para sobrevivir en esta batalla cósmica necesitamos ceñir los lomos de nuestro entendimiento. La batalla contra Satanás es principalmente una batalla por nuestras mentes. No hay una mayor necedad ni un mayor peligro para nuestra santificación que sucumbir ante la atractiva seducción que dice que “el Cristianismo es estrictamente un asunto del corazón”.
    Dios nos ha hecho de manera tal que el corazón debe seguir a la mente. Dios no nos envió una tarjeta de San Valentín para instruirnos. El Espíritu nos dio un libro con el contenido de la revelación para que podamos ser transformados por la renovación de nuestras mentes. Proverbios dice “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.”. (23:7)
    El autor de Proverbios sabía muy bien que el órgano del pensamiento no es el corazón, sino la mente. Cuando habla de pensar en su corazón, está hablando de los pensamientos más profundos que tenemos. Somos lo que pensamos. O tal vez sería más preciso decir “Llegamos a ser lo que pensamos”. Si nuestros pensamientos son constantemente impuros, pronto la impureza comenzará a mostrarse en nuestras vidas. Si nuestro pensamiento es confuso, nuestras vidas serán desordenadas y caóticas.
    
En el proceso de la santificación, el Espíritu es nuestro maestro. Su libro de texto es la Biblia. El Espíritu busca informar nuestro pensamiento. El arrepentimiento mismo, que es el primer fruto de la regeneración, es un cambio de parecer. Hablar de un cristianismo sin sentido es caer en una contradicción de términos. Los cristianos son exhortados a pensar profundamente guiados por el Espíritu Santo.

    El Espíritu Santo es también el Espíritu de Verdad. Cuando Pablo habló de ceñir los lomos y de toda la armadura de Dios, dijo que lo que necesitamos para ceñirnos es la verdad:

    Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad. (Efesios 6:14)

    Es la verdad lo que hace al soldado cristiano dejar de ser un torpe patán para convertirse en un guerrero audaz y veloz. Es la verdad la que nos hace libres. Jesús lo dijo así:

    Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32)

    En su discurso en el aposento alto, Jesús prometió enviar al Espíritu Santo. Dijo:

    Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros. (Juan 14:16-17)
    
    Y una vez más, dijo:

    Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho. (Juan 14:26)

    Tal vez la expresión más completa dada por Jesús acerca de este concepto sea ésta:

    Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. (Juan 16:7-14)

    En este discurso, Jesús enseña mucho a sus discípulos acerca de la persona y la obra del Espíritu Santo. Éste es llamado el Espíritu de Verdad. Es enviado a nosotros tanto por el Padre como por el Hijo. Su misión incluye desempeñar el rol de Maestro nuestro.
    El Espíritu Santo es el autor de la sagrada Escritura. Él es Aquel que inspiró los escritos originales. Él es Aquel que ilumina la Palabra para nuestra comprensión. Él es Aquel que usa la Palabra para convencernos.
    El Espíritu Santo puede distinguirse de la Palabra, pero separar la Palabra y el Espíritu es espiritualmente fatal. El Espíritu Santo nos enseña, nos guía y nos habla a través de la Palabra y con la Palabra, no sin ni contra la Palabra. Qué doloroso es para el Espíritu Santo cuando los espíritus desenfrenados se mofan de Dios afirmando ser guiados por el Espíritu cuando están actuando en contra de la Palabra de Dios.
    La Palabra de Dios es la Palabra del Espíritu. El Espíritu nunca enseña en contra de la Palabra. La Palabra es verdad; es la verdad del Espíritu. La Palabra nos llama a “probar” los espíritus:

    Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo. (1 Juan 4:1)

    Cuando se nos llama a probar los espíritus, la prueba está referida al problema de la verdad. La razón que da Juan para la necesidad de dicha prueba se halla en los falsos profetas. Un falso profeta es falso porque no dice la verdad.
    Una marca clásica de un falso profeta es que afirma estar diciendo la verdad. Afirma tener la autorización del Espíritu Santo. Estas afirmaciones son fraudulentas. No todo aquel que afirma ser guiado por el Espíritu de Dios es, en verdad, guiado por el Espíritu de Dios. El Espíritu es el Espíritu de verdad. Él guía sólo a la verdad, nunca alejándose de ella o en contra de ella.
    Puesto que las Escrituras son la verdad revelada del Espíritu Santo, ellas funcionan como la norma y la prueba de la verdad. El Espíritu no se contradice a sí mismo. El Espíritu no es autor de confusión. Si alguien afirma que es guiado por el Espíritu y luego enseña lo contrario a la Escritura, claramente no está siendo guiado por el Espíritu.
    El Espíritu de Verdad es el Espíritu Santo. Él nos instruye en la verdad con el fin de que podamos ser santos. Conocer la verdad no es un fin en sí mismo; es el medio que permite alcanzar el fin de aprender y practicar la santidad.
    No es accidental que, donde Pedro comienza llamándonos a ceñir los lomos de nuestro entendimiento, concluye con una alusión al mandato del Antiguo Testamento “Sed santos, porque Yo soy santo” (1 Pedro 1:16).

Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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