​Quien quiera que desee mortificar verdadera y correctamente cualquier concupiscencia molesta en su vida, debería tener cuidado de ser igualmente diligente en la obediencia a todos los deberes a los cuales Dios le llama. También, debería saber que cada deseo pecaminoso y cada omisión del deber son igualmente desagradables a Dios. Mientras que haya un corazón traicionero que está dispuesto a descuidar la necesidad de luchar para obedecer en todas las cosas, habrá un alma débil que no está permitiendo que la fe haga toda su obra. Cualquier alma que se encuentra en una condición tan débil, no tiene derecho de esperar tener éxito en la obra de la mortificación.

¿Cual es la actitud necesaria para cumplir con este deber de mortificar el pecado?.  Esta actitud puede ser resumida en la siguiente regla:

No podrás mortificar ningún pecado, a menos que sincera y diligentemente intentes tratar con todo pecado. Para decirlo de forma simple, no le ha sido dado al creyente la opción de decidir cuáles pecados en su vida necesitan ser mortificados. A menos que el creyente esté comprometido a tratar con todos y cada uno de los pecados en su vida, nunca tendrá éxito en la mortificación de uno de ellos. Déjeme explicarle lo que esto significa en una forma más detallada.

Un creyente es probado por un deseo pecaminoso, semejante a lo que fue descrito al principio del capítulo cinco. Este deseo pecaminoso inquieta al creyente (piense en el pecado que más le inquieta a usted). Este pecado le derrota repetidamente y le inquieta tanto que anhela: o la liberación completa de él. Pero no solamente esto, la creyente realmente lucha contra ese pecado, ora y se lamenta cuando es derrotado por él. Sin embargo, al mismo tiempo, hay otros deberes en la vida cristiana que no toma muy en serio. Puede dejar pasar muchos días sin disfrutar la comunión íntima con Dios. Puede leer su Biblia en una forma superficial, descuidando la meditación en la palabra de Dios y ocupando muy poco tiempo en la oración. Estos deberes cristianos descuidados o pobremente realizados son pecados (pecados de omisión), pero no le inquietan como el pecado del cual anhela ser librado. Ahora, el punto que estamos tratando de enfatizar es que este creyente no debería esperar la liberación de aquel pecado que verdaderamente le inquieta, hasta que comience a tratar los demás pecados con la misma seriedad.  Ahora ¿Por qué es así? Hay dos razones:

Primero, este intento de lograr una mortificación parcial está basado en un razonamiento falso. Sin aborrecimiento del pecado como pecado (no simplemente un aborrecimiento de sus consecuencias desagradables), y sin una conciencia del amor de Cristo en la cruz, no puede existir una verdadera mortificación espiritual del pecado. Ahora, esta clase de intento de mortificación, no da ninguna evidencia de ser motivada por el aborrecimiento del pecado como pecado, y tampoco por una consciencia del amor de Cristo. Más bien, el motivo simplemente es el amor propio. Un pecado particular ha inquietado la paz y el bienestar de esta persona, entonces pelea contra este pecado sólo para recuperar su bienestar. A tal persona, un pastor fiel tendría que decir: «Amigo, usted ha sido negligente en la oración y la lectura de la Biblia. Usted ha sido descuidado en cuanto a su testimonio hacia otros. Estos descuidos son igualmente pecado como el pecado que usted trata de vencer. Jesús murió por estos pecados también. ¿Por qué no ha hecho ningún esfuerzo para vencer también éstos? Si usted realmente odiara el pecado como pecado, sería tan cuidadoso contra todo aquello que apaga y entristece al Espíritu Santo, y no solo contra aquel pecado que inquieta y entristece su alma. ¿Acaso no puede ver usted, que su lucha con el pecado está centrada simplemente en su propia paz y bienestar? ¿Realmente piensa usted que el Espíritu Santo le ayudará a acabar con el pecado que le inquieta, cuando usted no manifiesta ninguna preocupación por tratar con los otros pecados que igualmente le contristan a El?» A pesar de lo que pudiéramos pensar, la obra de la mortificación que Dios requiere es un compromiso total para mortificar todo pecado. Si un creyente sinceramente intenta hacer lo que Dios requiere. entonces puede depender de la ayudad del Espíritu Santo. Si el creyente está preocupado solamente acerca de «su propia obra» (es decir, mortificar los pecados que le inquietan a él), entonces Dios le dejara luchar en base a su propia fuerza. El mandamiento dice: «limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios. » (2 Corintios 7: 1) Si hacemos algo, debemos tratar de hacer todo y no solamente una parte de la obra de la mortificación.

Segundo, en ocasiones Dios utiliza un fuerte deseo pecaminoso no mortificado en un creyente como medio para disciplinarlo. Cuando un creyente se vuelve frío y negligente en sus deberes hacia Dios (vea Apo.3:6ss), Dios permite que un deseo pecaminoso se fortalezca en su corazón, para que se convierta en una plaga y una carga para él. Esta puede ser una de las maneras en que Dios castiga a un creyente por su desobediencia, o por lo menos, una manera para despertarlo a fin de que considere sus caminos y sea conducido a una mortificación sincera del pecado. Un ejemplo parecido a esto puede ser visto en los tratos de Dios con Israel en los tiempos de los Jueces. (Vea por ejemplo Jueces 1:27¬2:3, especialmente 2:3.)

Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen

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