A todos aquellos a quienes Dios llama por medio de su Palabra y de su Espíritu, les pone en el camino de la santidad a través del cual deben manifestar el fruto que el Espíritu produce en ellos y les lleva a desarrollarlos poniendo en práctica todo cuanto la Escritura les demanda.​ La evidencia del verdadero cristiano se puede observar por el fruto que el Espíritu ha producido en él.
El gozo (o la alegría) es la virtud que en la vida cristiana corresponde a la felicidad en el mundo. Aparentemente parecen estar relacionadas y ser similares. Pero la felicidad depende de las circunstancias — cuando las circunstancias positivas desaparecen, la
felicidad desaparece con ellas— mientras que el gozo no depende de las circunstancias. El gozo se basa en el conocimiento de quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros en Cristo.
 
Cuando Jesús estaba hablando a sus discípulos sobre el gozo, poco antes de su arresto y crucifixión, dijo: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15:11). «Estas cosas» se refiere a las enseñanzas de los capítulos 14 y 15 de Juan, y posiblemente también al capítulo 16, ya que Jesús repite esta afirmación sobre el gozo más adelante (Jn. 17:13). Porque conocemos los hechos que Dios ha hecho en nuestro lugar es por lo que los cristianos podemos estar gozosos aun en medio del sufrimiento físico, el encarcelamiento y otras aflicciones.
La paz es el regalo que Dios le hace a la raza humana, y que logró en la cruz de Cristo. Antes de la cruz estábamos en guerra con Dios. Ahora, como Dios ha establecido la paz con nosotros, hemos de mostrar los efectos de esa paz en todas las circunstancias, a través de lo que llamamos «la paz o la tranquilidad mental» (comparar con Fil. 4:6-7). La paz ha de reinar en nuestros hogares (1 Co. 7:12-16), entre los judíos y los gentiles (Ef. 2:14-17), dentro de la iglesia Ef. 4:3; Col. 3:15), y en las relaciones que el cristiano entable con los demás Heb. 12:14).
La paciencia implica el poder tolerar a los demás. Dios es el ejemplo supremo de paciencia, cuando vemos cómo trató al pueblo rebelde. Este hecho es una de las razones por las que nos debemos volver a Él de nuestro pecado (Joel 2:13; 2 P 3:9).
La benignidad (o amabilidad en otras versiones) es la actitud que Dios tiene en de comunicarse con su pueblo. Dios tiene derecho a insistir en nuestra inmediata y total conformidad con su voluntad, y podría ser bastante severo para obligarnos a conformarnos a ella. Sin embargo, no es severo. Nos trata como un padre bueno podría tratar a su hijo que está aprendiendo (Os. 11:1-4). Este es nuestro modelo. Si los cristianos hemos de demostrar benignidad, debemos actuar con los demás de la misma manera que Dios ha actuado hacia ellos (Gá. 6:1-2).
La bondad es similar a la benignidad, pero más a menudo se la reserva para aquella situación donde el objeto de nuestra bondad no la merece. Está vinculada a la generosidad.
La fe implica fidelidad o confianza. La verdad, una parte del carácter de Dios, está en juego aquí. Los siervos fieles de Cristo darán sus vidas antes que renunciar a él o, para ponerlo en un plano menos elevado, estarán dispuesto: a sufrir cualquier inconveniencia antes que retractarse. No se darán por vencidos Esto es también descriptivo del carácter de Cristo, el testigo fiel (Ap. 1:5), y de Dios el Padre, quien siempre actúa de esta manera hacia su pueblo (1 Co. 1:9 10:13; 1 Ts. 5:24; 2 Ts. 3:3).
La mansedumbre (o humildad, según otras versiones) la vemos claramente en aquellas personas muy seguras de sí mismas que siempre están enojadas en el momento preciso (como contra el pecado) y que nunca están enojadas fuera de tiempo y lugar. Fue la virtud que caracterizó a Moisés, de quien se nos dice que fue el hombre más manso y humilde que haya vivido (Nm. 12:3).
La templanza o el dominio propio que nos da la victoria sobre los deseos de la carne, y que por lo tanto esta vinculada a la pureza tanto de la mente como de la conducta. Barclay señala que «es la gran cualidad que recibe el hombre cuando Cristo está en su corazón, la cualidad que le hace posible vivir y caminar en este mundo sin que sus ropas se manchen del mundo».
No debemos creer, sin embargo, que como estas nueve virtudes son aspectos de la obra del Espíritu y como el Espíritu es el que obra en los creyentes, todos los cristianos han de poseerlas automáticamente. No hay nada automático. Por eso es que se nos encomienda «caminar según el Espíritu» y no «según la carne» (Gá. 5:16). Lo que hace la diferencia entre un cristiano que lleva fruto y otro que no lleva fruto es lo cerca que permanezca de Cristo y la dependencia consciente que tenga de Él. Jesús enseñó esto con la ilustración sobre la vid y los pámpanos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto; lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto… Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Jn. 15:l-2;4-5).
 
Para llevar fruto, el pámpano que lleva el fruto debe permanecer en la vid. Debe estar vivo, y no ser simplemente un pedazo muerto de madera. En términos espirituales esto significa que el individuo antes que nada tiene que ser un cristiano. Sin la vida de Cristo en su interior, sólo son posibles las obras de la carne: «adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas» (Gá. 5:19-21). El fruto del Espíritu se hace posible cuando la vida de Cristo, provista por el Espíritu de Cristo, fluye a través del cristiano. Pero es necesario también cultivar al fruto. Este es el propósito del versículo inicial del capítulo 15 de Juan, donde a Dios se lo llama «el labrador». Esto quiere decir que Dios cuida de nosotros, nos expone a la luz solar de su presencia, enriquece el suelo en que estamos plantados y se ocupa que estemos protegidos de las sequías espirituales. Si hemos de llevar fruto, debemos permanecer cerca de Dios mediante la oración, alimentarnos de su Palabra y mantener la compañía de otros cristianos. 
Por último, también es necesaria la poda. Ésta en ocasiones puede resultar incómoda, ya que significa que algunas cosas que atesoramos serán quitadas de nuestras vidas. Puede significar sufrimiento. Hay un propósito en la poda y es que llevemos más fruto.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice


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