​Al poner en evidencia el error de la doctrina arminiana, no sentimos hostilidad alguna hacia los hombres que llevan este nombre, muchos de los cuales ignoran incluso la doctrina que defienden,  y por esta razón nos oponemos, no a un grupo de hombres, sino a los conceptos que han abrazado. En nuestra época tan emocional, se supone  que cuando se muestra oposición a los puntos de vista de alguno, esto se refleja sobre su persona entera; pero no debe ser así y todos deberíamos estar dispuestos a que nuestras opiniones fueran juzgadas por la Escritura sin considerarlo una afrenta personal.

​Nuestras doctrinas, que son las que creía y predicaba Spurgeon, se unen a él en la lucha contra el arminianismo, que tanto daño ha hecho y está haciendo al pueblo de Dios.    Spurgeon no atacó el Arminianismo porque creyese que aquellos errores significaban que la persona que los defendía no podía ser cristiana; no creía tal cosa. Por el contrario, sostenía que un hombre puede ser Arminiano evangélico, como John Wesley o John Fletcher de Madeley, y vivir «muy por encima del nivel ordinario de los cristianos corrientes» ; sabía que un hombre puede ser fervoroso creyente en la elección, y al mismo tiempo «orgulloso como Lucifer», mientras otros cristianos pueden vivir vidas humildes y útiles sin ver estas verdades: «Lejos esté de mi aun imaginar que Sión no contiene sino cristianos calvinistas dentro de sus muros, o que sólo se salvan los que sostienen nuestro punto de vista.» Dicho de otro modo, Spurgeon vio -como nosotros necesitamos ver – que es preciso distinguir entre los errores y las personas. Todos los que están dentro del círculo del amor de Cristo han de estar dentro del círculo de nuestro amor, y contender por la doctrina ignorando esta verdad es romper la unidad de aquella Iglesia que es Su Cuerpo. No obstante, es igualmente evidente que ningún hombre está por encima del hecho de que sus creencias o predicación sean examinados, y es deber de los ministros oponerse a los errores aun cuando sean defendidos por creyentes sinceros y piadosos. Spurgeon armonizaba estas dos cosas cuando escribió de John Wesley: «En cuanto a el sólo puedo decir que, si bien detesto muchas de las doctrinas que predicó, para el hombre en sí tengo una reverencia no inferior a la de un wesleyano.»

Toda enseñanza ha de ser examinada a la luz de la Palabra de Dios. Cualquier controversia es beneficiosa si sirve para aclarar la verdad bíblica. Con demasiada frecuencia la Iglesia del siglo XX ha sucumbido a la tentación (de la cual Spurgeon habló hace dos siglos) de condenar toda controversia como «espíritu partidista» y sectarismo. Hablando de la «incalculable utilidad de la controversia para despertar a la Iglesia de su estado de sueño». decía Spurgeon: «Me glorío en aquello contra lo cual hoy día tanto se habla: el sectarismo. Lo encuentro aplicado a toda clase de cristianos; no importa cuales sean sus puntos de vista; si un hombre es fervoroso, es sectario. Deseo que el sectarismo triunfe; que viva y florezca. Cuando esto no ocurra, adiós al poder de la piedad. Cuando cada uno de nosotros cese de sostener el propio punto de vista, y de defender aquellas opiniones de modo firme y esforzado, la verdad huirá de nuestra nación, y sólo el error .reinará”.
 
Para Spurgeon era evidente, no sólo por las Escrituras, sino también por su propia experiencia, que un hombre (o un niño) puede llegar a ser creyente con muy pocos conocimientos además del hecho de que el Hijo de Dios llevó sus pecados en Su cuerpo sobre el madero. Lo que le trajo a la fe, o lo que llevó a Cristo al Calvario, podrá no saberlo entonces -«no sabíamos si Dios nos había convertido o si nos habíamos convertido nosotros». Sobre este punto nos da su propio testimonio: «Recuerdo que, cuando fui convertido a Dios, yo era Arminiano de pies a cabeza… A veces solía sentarme y pensar: «He buscado al Señor cuatro años antes de encontrarle»“. En otro sermón, predicado veintiocho años después del que acabamos de citar, dice: «He conocido a algunos que, al principio de su conversión, no han visto muy claro en el Evangelio, y han llegado a ser evangélicos por el descubrimiento de su propia necesidad de misericordia. No sabían ni deletrear la palabra «gracia». Empezaban con la G, pero proseguían con la L, hasta que todo sonaba muy parecido a «libre albedrío» antes de haber terminado. Mas después de haber aprendido cuál era su flaqueza, después de haber caído en faltas graves, y haber sido restaurados por Dios, o después de haber pasado por profundas depresiones mentales, han cantado una canción nueva. En la escuela del arrepentimiento han aprendido a deletrear bien. Empezaban a escribir la palabra «libre», pero de ella pasaron, no a «albedrío», sino a «gracia», y, así quedó la cosa en mayúsculas: «LIBRE GRACIA»… Su teología se aclaró, y fueron más fieles que nunca lo habían sido antes”.

Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH TRUST.
Extracto del libro: «Un principe olvidado»

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