​¿Podemos realmente creer que la ira interviene en el tema de la salvación? Y si podemos, ¿cómo puede ser que la muerte de un hombre, no importa lo significativa que haya sido, pueda evitar dicha ira?


El aproximarnos a la obra del Señor Jesucristo como profeta, sacerdote y rey tiene la ventaja de cubrir su Obra en un solo capítulo. La desventaja es que no describe de manera adecuada cómo las distintas funciones se relacionan una con otra ni señala cuál de las funciones es la más importante. De acuerdo con la Biblia, el propósito de Jesús fue morir (Mr. 10:45).

Esto nos conduce a una discusión más a fondo sobre el significado de su muerte. Cuando nos concentramos en su muerte, el problema de aceptarla como el aspecto central de su obra se hace más crucial para la gente contemporánea. Los conceptos bíblicos centrales para entender el significado de la muerte de Cristo son la «propiciación» y la «redención», pero cada uno de estos conceptos son muy difíciles de comprender, cuando no resultan ofensivos para muchos. El concepto de propiciación está relacionado con la idea de sacrificio, por medio del cual se evita la ira de Dios contra el pecado. La redención se refiere a redimir un esclavo de la esclavitud. Ninguno de estos conceptos parece compatible con el concepto moderno de lo que Dios hace o debería hacer. ¿Podemos creer que la salvación se alcanza al pagar Dios el precio de nuestra redención? ¿Esto no nos conduce a aquellas ideas medievales tan grotescas que presentaban a Cristo como siendo el precio del rescate que Dios le pagaba al diablo? Con respecto a la propiciación, ¿el marco de pensamiento en que se desarrolló este concepto no ha sido ya superado? ¿Podemos realmente creer que la ira interviene en el tema de la salvación? Y si podemos, ¿cómo puede ser que la muerte de un hombre, no importa lo significativa que haya sido, pueda evitar dicha ira?

Estas son las preguntas que debemos tener en mente mientras comenzamos a explorar el tema de la muerte de Cristo. Pero también queremos preguntarnos: ¿Cuál fue exactamente el alcalnce de la muerte de Cristo? ¿Cómo lo logró?

La propiciación es un concepto poco entendido en la interpretación bíblica de la muerte de Cristo. Tiene que ver con sacrificios, y se refiere a lo que Jesús por medio de su muerte logró con relación a Dios. La redención se refiere a lo que Jesús logró con relación a nosotros. Al redimirnos, Jesús nos liberó de la esclavitud del pecado. La propiciación, por el contrario, se refiere a Dios, para que podamos decir: Por medio de su muerte, Jesús propició la ira de su Padre contra el pecado e hizo entonces posible que Dios fuera propicio para con su pueblo.

Pero se hace necesaria una explicación. En primer lugar, debemos observar que la idea de la propiciación presupone la idea de la ira de Dios. Si la ira de Dios no se ha encendido contra el pecado, no hay necesidad de propiciarlo y el significado de la muerte de Dios deberá ser, por lo tanto, expresado en otras categorías. Es aquí donde muchos pensadores modernos se quedarían, y argumentarían que es precisamente por este motivo que este término no debería ser utilizado, y si lo fuera, se le debería dar otro significado. «Podemos comprender», diría una de estas personas, «cómo la idea de la propiciación era apropiada en el paganismo donde Dios era visto como caprichoso, que se ofendía fácilmente y, por ende, muchas veces se enojaba. Pero este no es el cuadro que la Biblia nos presenta sobre Dios. De acuerdo a la revelación cristiana, Dios no está enojado. Por el contrario, está lleno de gracia y de amor. No se trata de que Dios se haya apartado de nosotros por el pecado, sino que hemos sido nosotros quienes nos hemos apartado de Dios. Por lo tanto, somos nosotros quienes hemos de ser propiciados y no Dios». Quienes argumentan de este modo han rechazado de plano la idea de la propiciación, considerando que su presencia en la Biblia es una marca dejada por la forma imperfecta de pensamiento pagano sobre Dios —o han interpretado la palabra griega básica para propiciación como queriendo decir, no la propiciación que Cristo hizo de la ira de Dios sino la expiación de nuestra culpa por su sacrificio—. En otras palabras, han considerado su obra como dirigida hacia el hombre en lugar de hacia Dios. Un académico que ha señalado el camino en esta dirección ha sido el fallecido C. H. Dodd de Cambridge, Inglaterra, cuya influencia ha conducido a que la palabra «propiciación» fuera traducida como «expiación» en los textos relevantes de la Revised Standard Versión (una versión en inglés) de la Biblia (Ro. 3:25; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 4:10).

A esta altura de la discusión debemos considerar la obra de aquellos que han marcado las diferencias entre la idea pagana de la propiciación y la idea cristiana. Porque es bien cierto que Dios no es caprichoso ni se enoja fácilmente, y que por lo tanto debemos ser propicios hacia Él para mantenernos dentro de su favor. La posición cristiana es todo lo contrario, porque Dios es visto correctamente como un Dios de gracia y de amor.

Pero esto no es todo el asunto, no importa cuánto podamos simpatizar con las preocupaciones de dichos académicos.

Primero, no podemos olvidarnos lo que la Biblia nos dice sobre la ira de Dios contra el pecado, según la cual el pecado habrá de ser castigado en la persona de Cristo o en la persona del pecador. Podemos sentir, debido a nuestros prejuicios culturales, que la ira de Dios y el amor de Dios son incompatibles. Pero la Biblia nos enseña que Dios es ira y amor al mismo tiempo. Además, su ira no es sólo un elemento pequeño e insignificante que de algún modo aparece allí junto con su amor, más significativo y avasallante. En realidad, la ira de Dios es el elemento mayor, que puede ser rastreado desde el juicio de Dios contra el pecado en el huerto de Edén hasta los juicios finales de cataclismo registrados en el libro de Apocalipsis.

Segundo, si bien el vocablo propiciación es utilizado en los escritos bíblicos, no es utilizado de la misma manera en los escritos paganos. En los rituales paganos, el sacrificio era el medio por el cual el pueblo apaciguaba a una deidad ofendida. En el cristianismo, nunca es el pueblo quien toma la iniciativa o hace el sacrificio, sino que es Dios mismo quien por su gran amor hacia los pecadores provee el camino por el cual su ira contra el pecado puede ser aplacada. Además, Él mismo es el camino —Jesús—. Esta es la verdadera explicación de por qué Dios nunca es el objeto explícito de la propiciación en los escritos bíblicos. No es mencionado como el objeto porque Él es el sujeto, lo que es mucho más importante. En otras palabras, Dios mismo aplaca su propia ira contra el pecado para que su amor pueda aflorar, abrazar y salvar a los pecadores.

La idea de la propiciación está claramente observada en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, porque a través de este sistema de sacrificios Dios enseñó el camino por medio del cual los hombres y las mujeres podían llegar a Él. El pecado significa la muerte, como señalamos anteriormente. Pero los sacrificios nos enseñan que hay una salida de escape y de aproximarnos a Dios. Otro puede morir en lugar del pecador. Esto puede parecer asombroso y hasta (como algunos han sugerido) inmoral, pero es lo que el sistema de sacrificios nos enseña. De ese modo, el israelita era instruido a traer un animal para el sacrificio cada vez que se acercaba a Dios; la familia debía matar y consumir un animal cada año durante la celebración de la Pascua; la nación debía ser representada por el sumo sacerdote cada año en el día de la expiación, cuando la sangre de la ofrenda era rociada sobre el propiciatorio en el arca del pacto dentro del Lugar Santísimo en el templo. Al final de este proceso de enseñanza, Jesús se presentó como el sacrificio que había de llevar «los pecados del mundo» (Jn. 1:29).

La progresión es la siguiente: un sacrificio para un individuo, un sacrificio para una familia, un sacrificio para una nación, un sacrificio para el mundo. El camino a la presencia de Dios ahora está abierto para todo aquel que quiera venir, un hecho simbolizado por el velo del templo (el velo que separaba el Lugar Santísimo del resto del templo) que se partió en dos cuando Cristo murió.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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