​El hecho de que el hombre debe usar su función analítica (razón) para interpretar la Palabra no invalida la autoridad de esta última, ni transfiere ésta su autonomía a la razón del hombre. Sin embargo, la “razón” debe permanecer como sierva del corazón consagrado que se inclina ante la Palabra hecha carne.

​Uno simplemente no puede escapar de la fe como parte de la auto-conciencia del hombre como un portador de la imagen racional, moral y cultural, que permanece en una relación del pacto con Dios. Sin embargo, el verdadero asunto es si el hombre por su parte sostiene el pacto o si lo ha quebrantado y está viviendo en enemistad contra Dios.

La presuposición bíblica, aceptada por fe por la Iglesia cristiana, es que el hombre ha caído en infidelidad y apostasía. Ahora él necesita ser restaurado por Dios, lo cual solo puede ser logrado en y a través del Cristo de Dios, quien ha cumplido la ley que el hombre había quebrantado. En otras palabras, el hombre natural, aparte de la gracia de Dios, no permanece en la verdad, sino que está profiriendo las mentiras del diablo mientras funciona bajo la verdad de Dios, la cual todavía conoce en cierto modo (Rom. 1:18ss.). Pero no solo el hombre ha caído de su elevado estado a través del pecado, el cosmos también es ahora anormal, debido a la maldición de Dios contra el pecado. Pero en Cristo, quien es el gran Reconciliador de todas las cosas, y quien como segundo Adán se ha introducido en la brecha, el mundo es renovado y el hombre se vuelve una nueva criatura. Así, aquellos que por fe participan en Cristo son restaurados a su oficio, de profeta, sacerdote y rey, haciéndoles libres del dominio del diablo y preparados para cumplir el mandato de Dios. Esta renovación de la cultura comienza aquí, pero será consumada en los nuevos cielos y en la nueva tierra en los que está siendo preparado un hábitat adecuado para los redimidos (Juan 14:1-6).

Esta presuposición de fe no es más que la revelación de Dios a sus siervos a través de Jesucristo. Por fe los hombres viven de acuerdo a la Palabra. Esto no hace a la fe autónoma en contra de la razón, sino que la Palabra tiene autonomía. Ninguna función del hombre puede jamás ser el punto de referencia final de interpretación, sino que la fe como una función (la más alta) del corazón acepta la Palabra de Dios como autoridad y norma de vida absoluta.

Así pues, la antítesis de la fe en contra de la razón no es sostenible, pues la capacidad analítica del hombre siempre permanece sierva de su fe, la cual le mueve a amar a Dios o a levantarse en rebelión. Sin embargo, la idea de que la fe debe estar sujeta a la razón está profundamente afincada. También Hutchison, quien propone la primacía de la fe, finalmente sujeta la fe al criticismo de la razón al suscribir la teología racional. De hecho él confunde el asunto en una oración cuando sostiene “que todas las proposiciones religiosas son proposiciones de fe, y que la razón entra en escena como el medio por el cual la fe es comunicada, probada, evaluada… Así pues, estas creencias son interpretadas, criticadas, y probadas por la razón”.

En el análisis final, como con todos los liberales, antiguos y nuevos, la autoridad absoluta de la verdad, de lo que es válido en religión, lo que Dios puede o no puede hacer o decir o ser, es determinado por la razón finita del hombre en lugar de ser determinado por la auto-revelación del Dios Trino. Claro que el punto real nos lleva de regreso a la cuestión de si es posible o no una revelación directa, divinamente inspirada. Pero el resultado es que el hombre, en lugar de Dios, es el referente final, el intérprete primero de la realidad. Esto constituye el Arminianismo y Pelagianismo en la teología, y al Naturalismo en la filosofía. El hombre en su estado finito tiene la temeridad de pedirle cuentas a Dios; Dios debe aparecer ante un tribunal que es común a ambos, a Dios y al hombre. Dios está sujeto a algún otro bien, verdad o belleza a la cual debe conformarse. Pero el calvinista no puede tolerar esto, sea en su teología o en su cultura. Él está inalterable e inequívocamente comprometido con la proposición de que Dios es el Legislador, que Cristo es la Verdad, y que el hombre debe inclinarse en reverencia a la Ley Soberana de Dios en todas las cosas.

El hecho de que el hombre debe usar su función analítica (razón) para interpretar la Palabra no invalida la autoridad de esta última, ni transfiere ésta su autonomía a la razón del hombre. Sin embargo, la “razón” debe permanecer como sierva del corazón consagrado que se inclina ante la Palabra hecha carne. Pero el hombre en su rebelión contra Dios se ha proclamado a sí mismo emancipado en su cultura. Esto es especialmente cierto en la ciencia, pues aquí el dominio sobre la naturaleza parece decir que el hombre es su propio legislador.

Esta actitud de rebelión en la cultura no ha sido siempre igualmente aparente en la cultura Occidental. En realidad, la historia sagrada nos informa que ha habido períodos de apostasía  consciente por la cual la ira de Dios se ha revelado desde el cielo en juicio. Esto ocurrió en el Diluvio (Gén. 6), en Babilonia en la confusión de lenguas (Gén. 11), la destrucción de Sodoma y Gomorra, de Faraón, de sus huestes, de los Cananitas por sus abominaciones (Deut. 18). Además, el propio pueblo de Dios fue visitado de esta forma por su desobediencia e incredulidad, Babilonia fue destruida por su orgullo cultural, como fueron Tirón y Sidón (cf. todos los profetas, mayores y menores para ampliar este tema).

Desde el advenimiento del cristianismo el nombre de Dios ha sido reconocido en Occidente, pero con el Renacimiento hubo una vuelta consciente de la autoridad de la Palabra a la glorificación del hombre, ya sea buscando establecer la soberanía de la personalidad humana o la omnipotencia de la ciencia. La crisis en la cultura Occidental se debe, en gran medida, a la incompatibilidad de estos dos motivos, y al hecho de que el último amenaza con tragarse al primero; el resultado de esto es que el hombre no tiene significado en un mundo dominado por la máquina. Nietzsche vio el deterioro de Occidente cuando agresivamente proclamó que Dios estaba muerto. Esta era su forma de decir que el Dios de la Biblia no era relevante para la cultura Occidental, que los hombres no vivían a partir de su fe en Dios.

Desde ese día los existencialistas ateos (Heidegger y Sartre) han estado fulminando acerca del hecho que el hombre en su ser finito no es capaz de trascender las ambigüedades de la existencia humana, ya que no hay referente final al lado del hombre, ningún Intérprete final de la realidad excepto el hombre. Este es el predicamento existencialista; está perdido dentro de su propia esfera. Esta es la causa del sentido de la desesperación y la falta de significado de los que habla Tillich tan elocuente y vanamente. Pues un mundo creado por el hombre y centrado en el hombre no tiene significado último, y el existencialismo es irracional y subjetivista, pues el llamado del hombre es convertido en auto-cultura, auto-creación y auto-realización. La realidad es totalmente hecha subjetiva dentro del individuo y el hombre, quien ya no tiene una relación positiva con Dios, está siendo progresivamente deshumanizado hasta que aterriza en la desesperación. Esta desesperación y sentido de frustración del hombre moderno es el resultado de su alejamiento de Dios, porque la criatura necesita un refugio para el alma, y un ancla de esperanza. Así pues, el predicamento del hombre moderno no es debido a su condición de criatura, como los existencialistas y los barthianos lo pondrían, sino que es debido a su apostasía.

Su función de fe está operando negativamente; se ha vuelto del Dios viviente a los ídolos. Pero, dado que la ciencia moderna amenaza la causa de la destrucción del hombre, está llorando junto con Micaía, “Tomasteis mis dioses que yo hice, ¿qué más me queda?” (Jueces 18:24). Negar la relevancia de la fe para la cultura es caer en un falso dualismo, separando la naturaleza de la gracia como hace la teología escolástica. Para el escolasticismo, también la rama restaurada de la moderna filosofía Católica, la razón reina en la esfera de lo natural, pero la fe domina en el ámbito espiritual. En realidad esto implica que la religión no es relevante para la vida total, pues aparece una disyunción entre razón y fe, entre cultura y religión. Así, la filosofía, que es uno de los ingredientes más importantes de cualquier cultura, se transforma en una empresa independiente, totalmente racional. Como Gilson lo describe, “Basada en la razón humana, debiéndole toda su verdad a la auto-evidencia de sus principios y a la precisión de sus deducciones, alcanza un acuerdo con la fe espontáneamente y sin tener que desviarse hacia ningún camino de su propio sendero”. El problema con esta visión es que es compartimentada y divisiva. Yuxtapone lo que debería estar integrado. Separa lo religioso y lo científico en el hombre”. En contra de esta visión del escolasticismo Católico contemporáneo, el profesor Dooyeweerd de la Universidad Libre de Ámsterdam, la única universidad calvinista en Europa, rechaza el dogma de la autonomía de la razón en cualquier esfera de la existencia del hombre, sosteniendo que todo pensamiento científico tiene una raíz, más profunda y no visible, en el corazón del hombre, a saber, la fe. Dooyewerd introduce un método de crítica trascendental del pensamiento filosófico, y sobre la base de su estructura interna concluye que el pensamiento puramente teórico es imposible. Todo el pensamiento del hombre brota de una fuente religiosa no teórica. El Dr. Dooyeweerd sostiene que es una forma de idolatría hacer del pensamiento teórico, o del sentido estético, o el aspecto económico de la vida el punto de partida auto-suficiente para la filosofía y para la cultura total, pues ello deifica un aspecto de la realidad. Además, tal procedimiento es falto de espíritu crítico pues opera sobre la noción de la auto-suficiencia del pensamiento teórico o de algún otro aspecto de la realidad terrenal, y no penetra en sus propias presuposiciones inevitables. No se da cuenta que continúa edificando sobre un a priori religioso y no teórico y que por lo tanto permanece aprisionado en el dogmatismo no crítico. Pues dogmatismo no es la afirmación de la verdad, sea esta tal afirmación sin un entendimiento crítico de las presuposiciones de uno, sin darse cuenta que todas las afirmaciones de uno están religiosamente orientadas y limitadas por la fe. El dogmatista es uno que supone de sí mismo que es neutral y que todos los otros hombres están prejuiciados; él supone que está haciendo afirmaciones puramente científicas mientras que el resto de la humanidad sufre por el fetichismo de la fe.

Entonces, en resumen, la creencia de que la cultura, o cualquier parte de ella, pueda realizarse en un terreno neutral, aparte del compromiso religioso de uno, es errónea. ¡Pues con respecto a Cristo ningún hombre puede ser neutral! Como el ascendido Señor de Gloria reclama la vida total y como el Restaurador del mundo del Padre él llama a todos los hombres a su tarea cultural. Aquellos quienes por gracia por medio de la fe han retornado al Pastor de sus almas están dispuestos a decir con Pablo, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

En contra de este hombre de fe (anormalista) se levanta el normalista, en términos de Kuyper, quien quiere aplicar los métodos de la ciencia empírica a la religión, lo que implica una negación de la finalidad del cristianismo desde el principio. Esta metodología implica una metafísica naturalista, a saber, la concepción de que el mundo es último, que no necesitamos postular una Persona sobrenatural para explicar la existencia y naturaleza del hombre, y que el hombre puede manejar la situación tanto teórica como prácticamente. El modernista no solamente niega el acto sobrenatural, el milagro, sino que, al menos por implicación, niega el hecho sobrenatural, Dios. Por supuesto que el milagro no se ajusta a la concepción de ley científica del hombre moderno, sino que éste pertenece al puro ámbito y lenguaje del cristianismo, como todos sus Apologistas afirman. Cristo, el Hijo de Dios, no es solamente Enmanuel, lo último en teofanía, él es también el Profeta, la personificación de la profecía y la Verdad personificada; pero él es, además, la consumación del principio del milagro; él es el milagro supremo en Persona, Dios encarnado. Ahora, todo esto es negado, si no expresamente, aun así por implicación, en la presuposición de la ciencia y la filosofía no cristianas. Pues al negar la doctrina de la creación asume la ultimidad del universo; al negarle a Dios el poder de la dirección personal sobre las leyes de la naturaleza, constituye estas leyes como últimas; al negar la autoridad de la Palabra de revelación como la verdadera interpretación de la existencia del hombre y el significado del universo, proclama la autonomía de la mente del hombre y hace del hombre el referente final de interpretación.

Al asumir el hecho bruto, esto es, la idea de que ningún hecho tiene significado hasta que es interpretado por la mente del hombre, se niega a Dios como el intérprete final y creador de los hechos. Ahora, el calvinismo contiende que Dios por su consejo eterno da significado a todas las cosas, y que el cristiano, por fe en la revelación de Dios, recibe y entiende ese significado, el cual debe ser expresado en su cultura. Pablo describe la falta de significado de la cultura no-Cristiana cuando dice que es necedad a la vista de Dios porque el hombre por su sabiduría no conoció a Dios (I Cor. 1:21). La misma posibilidad de comunicación significativa en la cultura en un mundo corrupto por el pecado se halla sobre la noción de la verdad de la presuposición cristiana de que Dios es creador del cielo y de la tierra, y que Cristo es el Redentor y Reconciliador de todas las cosas.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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