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Pablo nos da ciertos detalles acerca de los enemigos que toman las armas contra el creyente. Cuando dice que “no son sangre ni carne”, no debemos interpretarlo como una negativa absoluta.
Primero, consideremos lo que quiere decir “sangre y carne”.

Adversarios menores del cristiano: “sangre y carne”

  1. Las corrupciones interiores son “sangre y carne” porque se propagan en nosotros por generación natural. Así se dice que Adán engendró un hijo a su semejanza: pecaminoso como él, tanto como mortal. El mejor cristiano de la tierra pasa esta naturaleza corrupta y pecaminosa a su propio hijo, igual que un judío circunciso engendra a un hijo incircunciso y un
    grano de trigo, al sembrarlo, brota de nuevo con tallo y hojas.

También podemos llamar “carne” a nuestras corrupciones internas por las actuaciones de nuestra naturaleza sin regenerar, que es carnal. Los pensamientos de la mente corrupta son incapaces de percibir las cosas de Dios. Todos sus deseos, delicias, cuidados y temores abarcan el mundo presente y, por tanto, son carnales. Igual que el sol esconde el cielo que hay por encima de él y revela lo que hay por debajo, así la razón carnal deja a la criatura en tinieblas en cuanto a las verdades espirituales, a la vez que alumbra excelentemente su conocimiento carnal. Cada especie tiene una dieta adecuada: el león no come hierba, ni el caballo carne. Igualmente, el alimento del corazón carnal es veneno para el de la gracia; y lo que es sabroso para el corazón de la gracia le resulta odioso al carnal.

Según esta interpretación de “sangre y carne”, Pablo no dice que la guerra haya terminado entre las dos naturalezas: la antigua y la nueva. Sabes por experiencia que no es así. El Espíritu se opone a la carne, y la carne al Espíritu, a lo largo de la vida cristiana. De no haber demonios, aún así tendrías las manos ocupadas resistiendo las corrupciones de tu propio corazón. Lo que Pablo quiere que observes es que tu antigua naturaleza es solo un soldado raso en la guerra contra tu nueva naturaleza. Satanás acude a la batalla como aliado de la carne y lanza un ataque generalizado. Es el general que ordena tus inclinaciones pecaminosas, las hace actuar sin misericordia, y las envía en un frente unido contra el poder de Dios en tu vida.
Compáralo con la siguiente situación…

Supongamos que mientras un rey lucha por aplacar a sus propios súbditos rebeldes, se unen a ellos tropas superiores de otro país y toman el mando. Entonces el rey ya no lucha principalmente contra sus súbditos, sino contra un poder extranjero. Esta es la analogía espiritual: cuando el cristiano está luchando contra sus corrupciones internas, Satanás une su fuerza al residuo de la antigua naturaleza y asume el mando. Se puede decir que nuestro pecado es el motor, y Satanás el conductor.

Saber esto debe hacernos a todos más diligentes en cuanto a desarmar a nuestros deseos, porque estarán más que dispuestos a declarar su lealtad a Satanás cuando venga para tentarnos. Nuestra propia virtud desnuda no da la talla en estas circunstancias, ya que se trata de dos contra uno. Pero si nos aferramos a Dios pidiendo sabiduría y fuerza, entonces podremos enfrentarnos con fuerza a esta serpiente y su jauría.

  1. Los seres humanos son “sangre y carne”
    “Porque no tenemos lucha contra sangre ni carne…”; esto es, no peleamos contra otros hombres. Jesús dijo: “Palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne…” (Lc. 24:39). Según esta interpretación, observa primero el desdén con el cual el Espíritu Santo habla del hombre y, luego, dónde recae el acento de la lucha del cristiano: no en resistir a sangre y carne, sino en combatir a los principados y potestades en el mundo espiritual invisible.

Primero, observa que el Espíritu reduce al hombre a sangre y carne. El hombre tiene un alma nacida del Cielo, lo que lo hace pariente de los ángeles; más aún, descendencia de Dios. Pero esto se pasa por alto en silencio, como si Dios no reclamara lo que está manchado por el pecado y ya no se parece a la criatura original. El alma, aunque de origen divino, se halla tan sumergida en la sensualidad que no merece otro nombre que el de carne para expresar su debilidad. Es la palabra utilizada por el Espíritu Santo para expresar la impotencia de una criatura. Por ejemplo: “hombres son, y no Dios; y sus caballos carne…” (Is. 31:3). Al contrario, cuando Dios quiere subrayar el poder y la fuerza de algo, lo contrasta con la carne: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas…” (2 Cor. 10:4). ¡Esto debería humillarte! La carne en la que tanto te glorías está a un paso de la corrupción inmunda. Tu alma redimida es la sal que te conserva, que evita que apestes. ¿Estás orgulloso de tu belleza? ¡Es vanidad de vanidades! ¿Cuánto tardará el tiempo en hacer surcos en tu cara, o la enfermedad en cambiarte la piel hasta que tus amantes no quieran mirarte siquiera?

¿Te jactas de la fuerza? Tu brazo es carne que se atrofia cuando lo extiendes. Pronto la sangre caliente se helará en tus venas. El tuétano se te secará en los huesos, se encogerán tus tendones, y tus piernas se encorvarán bajo el peso de tu débil cuerpo.

Tal vez sea la inteligencia lo que más aprecias: la misma tumba que cubra tu cuerpo enterrará toda la sabiduría de tu carne. Tus buenas ideas acabarán en nada. Solo aquellos pensamientos que sean emanaciones santas del alma tendrán sentido más allá de la tumba.

Tal vez no esperas que te sostengan tu belleza, tu fuerza o tu sabiduría; puede que tengas la esperanza puesta en tu rango y alcurnia. Seas quien seas, eres un plebeyo hasta que nazcas de nuevo. La sangre que corre por tus venas es la misma que la del mendigo callejero (Hch. 17:26). Entramos y salimos del mundo todos iguales; así como nadie está hecho de una tierra más fina, tampoco se desintegra para formar un polvo más noble.

Siendo así la composición de toda carne, ¿por qué confiar en ningún hombre? No confíes en los príncipes: no pueden mantener su propia corona en la cabeza, ni la cabeza sobre los hombros. Tampoco confíes en los sabios, cuyas ideas tan a menudo se les vuelven en contra. La sabiduría carnal puede predecir lo que quiera, pero Dios es el que hace girar la rueda y saca adelante su providencia. Tampoco te fíes excesivamente de los dirigentes espirituales: también son humanos, y no infalibles. El error de un cristiano te puede hacer errar, y aunque él se arrepienta, puede que tú sigas adelante y te pierdas. No te fíes de ningún hombre: ni siquiera de ti mismo. Proverbios 28:26 dice: “El que confía en su propio corazón es necio”.

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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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