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Rom 1:4 …que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos,..

A medida que Cristo descendía por los diversos pasos de Su humillación hacia la muerte en la cruz, el Espíritu Santo realizaba una obra en Su naturaleza humana.

La interrogante se plantea ahora respecto de si el Espíritu Santo tuvo también una obra en los diversos pasos de la exaltación de Cristo hacia la excelsa gloria, es decir, en Su resurrección, ascensión, dignidad real y segunda venida.

Antes de responder a esta pregunta, debemos considerar en primer lugar la naturaleza de esta obra en la exaltación. Porque es evidente que debe diferir mucho respecto de la de Su humillación. En esta última, Su naturaleza humana sufrió violencia. Sus sufrimientos no sólo antagonizaron Su naturaleza divina, sino también Su naturaleza humana. Sufrir el dolor, el insulto y la burla, ser azotado y crucificado, va en contra de la naturaleza humana. El esfuerzo para resistir tales sufrimientos y para escapar de ellos, resulta completamente natural. El gemido de Cristo en Getsemaní es la expresión natural del sentimiento humano. Él fue cargado con la maldición y la ira de Dios en contra del pecado de la especie. Entonces, la naturaleza humana luchó contra esa carga; y el grito, “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa,” fue un grito de horror sincero y natural que la naturaleza humana no podía reprimir. Y no sólo en Getsemaní; aunque en menor grado, Él experimentó lo mismo a través de toda Su humillación. Su propio desgarramiento no fue una simple pérdida o aflicción, sino un volverse cada vez más y más desposeído; hasta que finalmente no quedó nada de Él, sino sólo un pedazo de tierra donde Él pudiera llorar y una cruz sobre la cual Él pudiera morir. Él renunció a todo lo que el corazón y la carne tanto aprecian, hasta que, sin amigo ni hermano, sin recibir una sola muestra de amor, y en medio de la risa burlona de Sus calumniadores, Él entregó el espíritu. Ciertamente, Jesús pisó solo el lagar.

Siendo Su humillación tan profunda y real, no es de extrañar que el Espíritu Santo socorriera y consolara a Su naturaleza humana, de modo que no fuera aplastada. Porque la obra que le corresponde al Espíritu Santo es hacer posible que la naturaleza humana, mediante los dones de la gracia, pueda mantenerse firme frente a la tentación de pecar producida por la aflicción, y superarla. Él animó a Adán antes de la caída; hoy, Él consuela y apoya a todos los hijos de Dios; y Él hizo lo mismo en la naturaleza humana de Jesús. Lo que es el aire a la naturaleza física del hombre, el Espíritu Santo lo es a su naturaleza espiritual. Sin aire, hay muerte en nuestros cuerpos; sin el Espíritu Santo, hay muerte en nuestras almas. Y como Jesús debía morir, aunque Él era el Hijo, cuando le faltó la respiración ya no pudo vivir de acuerdo a Su naturaleza humana, a pesar de que Él era el Hijo, con la excepción de que el Espíritu Santo habitaba en esa naturaleza. Dado que, de acuerdo al lado espiritual de Su naturaleza humana, Él no estaba muerto tal como nosotros lo estamos, sino que nació en posesión de la vida de Dios; entonces era imposible que Su naturaleza humana existiera por un solo momento sin el Espíritu Santo.

Pero, ¡cuán diferente es lo que ocurre en el estado de Su exaltación! El honor y la gloria no están en contra de la naturaleza humana, sino que la sacian. Ella los codicia y anhela con todas sus fuerzas. De ahí que esta exaltación no creara ningún conflicto en el alma de Jesús. Su naturaleza humana no necesitaba ayuda para soportarla. Entonces, se desprende la pregunta: ¿Qué es, por lo tanto, lo que el Espíritu Santo podría hacer por la naturaleza humana en el estado de gloria?

En cuanto a la resurrección, las Escrituras enseñan en más de una ocasión que estaba conectada a una obra del Espíritu Santo. San Pablo dice (Rom. 1:4) que Jesús fue “declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.” Y San Pedro dice (1 P. 3:18) que Cristo “siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu,” lo que evidentemente se refiere a la resurrección, tal como lo demuestra el contexto: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.” Su muerte apunta hacia la crucifixión; y Su vivificación, que es lo contrario de la última, sin duda se refiere a Su resurrección.

San Pablo, hablando de nuestra resurrección en Rom. 7:11, explica estas declaraciones un tanto desconcertantes afirmando que “si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” Este pasaje dice tres cosas acerca de nuestra resurrección:

En primer lugar, que el Dios Trino nos vivificará.

En segundo lugar, que esto será realizado mediante una obra especial del Espíritu Santo.

En tercer lugar, que será efectuado mediante el Espíritu que mora en nosotros.

San Pablo nos induce a aplicar estas tres cosas a Cristo, pues Él mismo compara Su resurrección con la nuestra; no sólo en lo que respecta al hecho en sí, sino también en relación a la obra mediante la cual se efectuó. Por lo tanto, con referencia a lo último, se debe declarar:

En primer lugar, que el Dios Trino Lo levantó de los muertos; San Pedro lo declaró claramente en el día de Pentecostés: “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte,” San Pablo lo repitió en Ef. 1:20, pasaje en el cual se habla de “Su gran poder” el cual Él operó en Cristo cuando Lo levantó de los muertos.

En segundo lugar, que Dios el Espíritu Santo llevó a cabo una obra singular en la resurrección.

En tercer lugar, que Él realizó esta obra en Cristo desde dentro, habitando en Él: “Que mora en vosotros.”

La naturaleza de esta obra se desprende de la participación que el Espíritu Santo tuvo tanto en la creación de Adán como en nuestro nacimiento. Si el Espíritu enciende y trae a la existencia toda vida, especialmente en el hombre, entonces fue Él quien reavivó la chispa que el pecado y la muerte habían apagado. Él Lo hizo en Jesús; Él así mismo lo hará en nosotros.
La única dificultad restante se encuentra en el tercer punto: “Que mora en vosotros.”

La obra del Espíritu Santo en nuestra creación y, por tanto, en la de la naturaleza humana de Cristo, vino desde fuera; sin embargo en la resurrección, opera desde dentro. Por supuesto que las personas que mueren no siendo templos del Espíritu Santo están excluidas. San Pablo habla exclusivamente de los hombres cuyos corazones son Su templo. Por lo tanto, al representarlo habitando en ellos, San Pablo Lo llama el Espíritu de santidad, mientras que Pedro lo llama el “Espíritu”; esto indica que no se refieren a una obra del Espíritu Santo en oposición al espíritu de Jesús, sino a una en la cual Su espíritu accedió y cooperó. Y esto concuerda con las propias palabras de Cristo, respecto de que en la resurrección Él no tendría un rol pasivo, sino uno activo: “Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” Los apóstoles declaran una y otra vez no sólo que Jesús fue levantado de los muertos, sino que Él se ha levantado. Él así lo había predicho, y los ángeles dijeron: “No está aquí, pues ha resucitado.”

Por tanto, llegamos a la siguiente conclusión: la obra del Espíritu Santo en la resurrección fue diferente de aquella que operó en la humillación; fue similar a la de la creación; y fue realizada desde dentro por el Espíritu que habitó en Él sin medida, quien permaneció con Él a través de Su muerte, y en cuya obra Su propio espíritu estuvo totalmente de acuerdo.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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