​La mutua relación de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios constituye el motivo central de la ética de Calvino. La base absoluta de la moralidad es Dios, y la norma de la moralidad es una ley de Dios; pero la moralidad en sí misma es completamente humana. El hombre no puede despojarse a sí mismo de su naturaleza moral y de su responsabilidad.

​D.   El fondo antropológico de la ética de Calvino.

1. Calvino no nos dejó una antropología sistemáticamente desarrollada, y lo que menciona como antropología es ampliamente teológico por naturaleza. Sin embargo, sin su antropología, nos encontramos incapaces de entender correctamente su visión de la moralidad.

2. En los pensamientos antropológicos de Calvino la moralidad —o lo ético— encuentra su base y existencia en el hecho de que el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Dios es Dios y el hombre es el hombre; pero su Divinidad está expresada en la semejanza humana. La imagen de Dios consiste en los excepcionales y sobresalientes dones por medio de los cuales El ha adornado al hombre por encima de las demás criaturas, e incluye la total eminencia del hombre, es decir, todo lo que pertenece a la vida espiritual y eterna. Tiene su asiento en el alma, se expresa a sí misma en las facultades y se refleja en el hombre exterior. Es espiritual por naturaleza todo lo que el alma tiene de interior disposición y bondad. Está caracterizado por el verdadero conocimiento (la iluminación del intelecto), la rectitud (la pureza de corazón, la dirección de las disposiciones por el intelecto) y la santidad (la idónea condición de todas las facultades, la recta relación de todos los sentidos entre sí). Esta evidencia de la semejanza de Dios en el hombre es prueba de Su beneficencia: tenemos que discernir esta imagen en cada ser humano y reconocer que le debemos amor y honor, especialmente dentro del recinto de la fe. En virtud de la imagen de Dios, el hombre puede conocer a Dios y elevar su corazón hacia El. La imagen de Dios es normativa para la vida del hombre y por virtud de ella el hombre es un ser moral. El hombre no estuvo, sin embargo, satisfecho de ser la imagen de Dios; deseó ser igual a Dios. La caída oscureció y contaminó la imagen de Dios y la degradó casi anulándola por completo. Sólo un fantasmal parecido (horrenda deformitas) queda de ella. A pesar de esto, por la gracia de Dios, quedan trazos de su imagen que no han sido perdidos y por los cuales el hombre permanece como a hombre, distinguible de las demás criaturas. La imagen de Dios se restaura de nuevo en el hombre por mediación de Jesucristo. La gloria resplandece en la persona del Mediador.

3. El hombre fue creado por Dios como una unidad con cuerpo y alma. El alma (conocida a veces como espíritu) no es parte de Dios; pero es inmortal. Su inmortalidad queda probada por la semejanza de Dios; por la conciencia, por los maravillosos dones del alma y por el conocimiento de las cosas, naturales y espirituales, así como del pasado, presente y futuro. Es la parte más noble del hombre y de más grande valor que el cuerpo. Tiene su propia esencia y es una sustancia incorpórea que reside en el cuerpo como en una casa. El cuerpo humano es mortal; pero es —como los cielos estrellados— una maravillosa obra de Dios, obra de arte, que merece nuestra más profunda admiración. Los cuerpos de los creyentes son templos de Dios y miembros de Cristo; tienen, por tanto, que estar consagrados a Dios. Sin embargo, para el ser humano todo control, incluyendo el del cuerpo, está centrado en el alma. El alma da vida a todas las partes del cuerpo y lo emplea como útil instrumento a su servicio, y en particular hace al nombre un todo capaz de servir a Dios a pesar de lo imperfectamente que ha quedado como resultado del pecado. El alma tiene sus propias funciones separadas de las del cuerpo, aunque actúa a través del cuerpo. No el cuerpo solo, sino también el alma, y no solamente las más bajas concupiscencias y deseos carnales, sino todas las facultades del alma; ciertamente, el hombre entero es impuro y está depravado por el pecado, y todo lo que surja de él, o sea de ellas, tiene que ser considerado como pecado. Por el nuevo nacimiento todas las facultades del alma son renovadas. En la resurrección el hombre se levantará de la muerte como una per¬fecta unidad de cuerpo y alma. Es precisamente en el alma y en sus actividades donde está situada la moralidad humana.

4. El género humano tiene una innata disposición para servir a Dios (semen religionis) y un innato sentido de Dios (sensus divinitatis). Dios desea que el hombre Le conozca y Le sirva y no deja a nadie con insuficiente testimonio de Su ser. El conocimiento que el hombre tiene de sí mismo está inseparablemente unido con el conocimiento de Dios. Dios otorga el don de ser consciente de Sí mismo, por lo que nadie tiene excusa para no servirle y obedecerle a El. Todo individuo, toda nación posee la convicción de que hay un Dios, y posee algún conocimiento de El. La prueba de esto se encuentra incluso en los terrores del impío y en la idolatría pagana. La verdadera fe despierta el amor y consiste en un conocimiento y una disposición del corazón hacia el solo y verdadero Dios de acuerdo con Su Palabra; y tal fe sólo es posible a través de los incomparables méritos de Jesucristo y la misericordiosa influencia del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

5. La conciencia es más que un conocimiento del bien y el mal. Refiere el hombre a Dios y es un testigo que coloca a la persona ante el juicio de Dios. No le permite esconder sus pecados, sino que le persigue hasta que confiesa su culpa. Mediante la influencia de su conciencia el hombre teme el castigo de Dios, que es básicamente espiritual; pero una buena conciencia refleja la rectitud interna del corazón. Los frutos de una buena conciencia —Por ejemplo, la paz y la tranquilidad de la mente— pertenecen al hombre, pero la conciencia en sí misma está dirigida hacia Dios. Está ligada por la ley de Dios y no por las leyes humanas y es libre respecto a materias indiferentes.

6. Calvino —como teólogo, no como filósofo— busca la forma de procurar una simple descripción de las facultades del alma que son necesarias para la construcción de la santidad.  Desea evitar el error de los filósofos que no comprenden el depravado estado del género humano y confunden sus dos divergentes estados. Con esto a la vista, Calvino distingue entre dos facultades del alma: intelecto (verstand) y voluntad. Cree que ningún poder ni función del alma puede existir que no pueda ser agrupado bajo esos dos títulos.

Calvino entiende por intelecto, por así decirlo, todas las funciones que contribuyen a la reunión del conocimiento, entre las cuales están la razón, la deliberación, la emoción y especialmente la diferenciación entre el bien y el mal. Por voluntad, Calvino quiere significar la unidad de todos los esfuerzos, libre albedrío y deseos; pero especialmente la posibilidad de elección, decisión y el seguir la guía del intelecto. El intelecto discrimina y conduce. Como guía controla la voluntad. La voluntad elige, decide y actúa y espera ser juzgada en sus deseos y concupiscencias por el intelecto. El intelecto está adecuado para conducir al género humano a su destino, no sólo para gobernar su vida terrenal, sino capacitándole para ascender hasta Dios. No puede, sin embargo, inmiscuirse en los misterios de Dios. Antes de la caída el intelecto podía distinguir correctamente y la voluntad elegir con rectitud. Por la caída la totalidad del hombre fue corrompida y se convirtió en esclava del pecado. Su iniquidad está situada en las decisiones equivocadas de su voluntad y afecta a toda el alma y se extiende hacia afuera desde el centro de la vida para abarcar la totalidad del ser exterior. El hombre peca voluntariamente contra su mejor conocimiento; un pecador elige inevitablemente siempre lo peor, excepto hasta donde su elección está afectada por la misericordia de Dios. La voluntad queda cautiva de los malos deseos, de forma que no puede seguir tras el bien. La consecuencia de la caída es la corrupción del intelecto, la ignorancia, las distinciones erróneas, la oscuridad espiritual y la ceguera a la revelación de los mandatos de Dios. El hombre es ya incapaz de reconocer lo bueno, excepto hasta donde el misericordioso Espíritu de Dios mantiene el primordial estado. Con referencia a las cuestiones terrenales, el intelecto todavía está investido por Dios con dones prominentes, como claramente se muestra por las acciones de los gentiles y paganos. Pero en los asuntos celestiales, como, por ejemplo, respecto al conocimiento de Dios y a Su reino, incluso el más sagaz pensador es tan ciego como un murciélago. En la caída el hombre no perdió su intelecto y su voluntad, sino ciertamente lo sano de lo uno y lo otro. Hasta donde un hombre en esta condición es todavía capaz de reconocer la verdad y hacer el bien, por muy corrompido que esté por el pecado, es un don de Dios. A pesar de la acción salvadora de Cristo, el hombre permanece en todo como un pecador. La misericordiosa aproximación de la Palabra no despeja completamente la oscuridad del alma; pero conduce a más claras ideas y distinciones y a la clarificación del intelecto, y la merced del nuevo nacimiento y la conversión vuelve de nuevo el corazón y la voluntad hacia Dios, incluso aun estando todavía encadenados por el pecado.

7. El hombre fue creado para la libertad, una libertad enraizada en la omnipotencia de Dios. Para Calvino, la libertad humana yace en la capacidad del intelecto de distinguir claramente, que la voluntad elija bien y que la persona lo haga por su propio esfuerzo y no bajo compulsión para controlar sus deseos y concupiscencias bajo la guía del intelecto. En tal libertad el hombre realiza la voluntad de Dios y procura la rectitud. Tal libre voluntad capacita al hombre para heredar la vida eterna. Tuvo la oportunidad de haber permanecido en esta libertad; pero cayó. Recibió el don de ser capaz de hacerlo si lo hubiese deseado; pero no tuvo la voluntad de realizarlo. En la caída perdió lo sano de su naturaleza y al mismo tiempo el don de la libertad. Y, con todo, el hombre, aunque caído en el pecado, permaneció hombre, retuvo su intelecto y su voluntad y, con ellos, un cierto grado de su libertad original. Aunque su razón está oscurecida, todavía es capaz de saber discriminar. En los asuntos terrenales, como, por ejemplo, en el gobierno del hogar y la tierra, en trabajos manuales y en el arte, el hombre es todavía capaz de elegir de una manera espontánea, es decir, sin presión exterior. De lo que ha diferenciado, es aún capaz de desear lo bueno; pero elige en un estado de falta de rectitud y actúa directamente partiendo de la maldad de su corazón y siguiendo el mal. No es un autómata; pero no siempre es capaz de elegir lo bueno. Habiendo una vez elegido erróneamente, la voluntad quedó desposeída de su sana naturaleza y ha perdido la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Por sus pecados, el pecador se encuentra ahora, frente a Dios, culpable y condenado. Redimido por Cristo, el creyente está capacitado en su conciencia para procurar lo necesario ‘hacia la certeza de la justificación a la vista de Dios y hacia la voluntaria obediencia a la voluntad de Dios y es capaz de utilizar o despreciar esas cosas externas que son por sí indiferentes. El hombre sólo es responsable de su caída, y no Dios. ¿Por qué, pues, no creó Dios al hombre de tal forma que no hubiese podido caer? ¿Por qué no le dotó con la perseverancia de haber permanecido firme? Nosotros no podemos establecer la ley en el lugar de Dios. La respuesta yace escondida dentro de Su santo designio. No obstante todo esto, el hombre no tiene excusa, recibió mucho de Dios como estaba y Dios no le proporcionó una voluntad inquebrantable. Pero Dios extrae, incluso de la caída de Adán, material para Su glorificación, ya que no solamente lo creó sino que pudo recrear al hombre caído para su gloria imperecedera. La elección para la vida eterna no puede producir gente negligente.

E.   La ética general y especial de Calvino.

1. Calvino diferencia entre dos tipos de orden: a) el orden de la creación, y b) el orden de la salvación; y entre dos clases de conocimiento de Dios:
a) el conocimiento del Creador como el solo y verdadero Dios, y
b) el conocimiento de Dios como nuestro Padre y Redentor en Jesucristo. Siguiendo esta subdivisión, es posible distinguir en Calvino y su pensamiento:
a) una religión general, y
b) una especial religión, lo mismo que entre:
a) una ética general, y
b) una ética especial.

 La religión general y la ética general conciernen al hombre como tal; en otras palabras, él, el hombre, de acuerdo con la Sagrada Escritura, habría desarrollado, en su condición creada, todo ello en un estado de rectitud. La religión especial y la ética especial conciernen a la persona elegida y re-generada. La religión especial y la ética especial añaden, por virtud de la elección, algo especial a la religión general y a la ética general, respectivamente. Por esta razón la religión especial y la ética pueden no ser generalizadas: no se aplican a todos los hombres. La norma de ética especial necesita en su particularidad ser distinguida de la norma general que se aplica a todo el mundo. La vida pública como tal puede no estar sujeta a las normas de la comunidad de los santos.

La religión general (y la ética) tienen que ser distinguidas de la religión natural (naturalismo); esta última es pagana. Ambos, nuestro conocimiento del orden de la salvación (y de aquí el conocimiento de lo que hemos llamado religión y ética especial) y el orden de la creación (y de aquí el conocimiento de lo que hemos llamado religión y ética general) son, de acuerdo con Calvino, asequibles por la Palabra de Dios. Como ya se ha aclarado, Calvino no niega la revelación de Dios en «natura», pero sostiene que esto puede ser comprendido correctamente sólo a la luz de la Palabra de Dios.

En las diferentes subdivisiones de su estudio, ya considerado anteriormente, hemos diferenciado implícitamente entre «general» y «especial». Puede añadirse a esto que sólo a la luz de la distinción entre religión general y especial y ética estamos en condiciones de comprender correctamente la distinción de Calvino entre la iglesia y el estado y su idea de sus mutuas relaciones.

2. La ética general tiene referencia con la naturaleza del hombre como fue creado, a saber, muy bueno, y así ofrece normas para el hombre en general; ello nos permite ver al hombre en su original y normal relación hacia Dios. Ello responde a la pesquisa sobre la voluntad de Dios con relación a la totalidad de la vida del hombre. La respuesta de Calvino a esto es que precisamos llegar a conocer la voluntad de Dios por Su ley, que es la norma para toda la vida. Su principal propósito es que deberíamos honrar a nuestro Creador y Padre, a quien debemos toda reverencia, amor, temor y obediencia. La ley nos enseña a reconocer nuestra propia impotencia e injusticia y requiere que deberíamos procurar el hallar la rectitud. Requiere, de una parte, la sencillez de corazón hacia Dios, y por otra una honorable forma de vida y correcta actitud hacia los hombres. En su más profundo sentido, está expresada en el doble mandamiento de amor de Cristo. Calvino demostró esto especialmente en su explicación de los Diez Mandamientos. Procede desde el punto de vista de que en cada mandamiento se sobreentiende más de lo que se expresa con palabras directamente. Tenemos que comprender el oculto sentido en que se debe sobrentender cada mandamiento. En cada mandamiento yace oculta una prohibición y en cada prohibición un mandamiento. La primera tabla de la Ley se refiere al servicio de Dios y la segunda a nuestra conducta hacia los hombres. Esta segunda tabla tiene que ser comprendida en su relación con la primera. Las amenazas y promesas de los mandamientos están en conformidad con la rectitud y el amor de Dios, y por Su majestad El nos llama a la obediencia. Es sólo mediante la Palabra de Dios que podemos aprender correctamente a conocer Su voluntad.

En su ética general, Calvino discute, entre otras cosas, los distintos aunque relacionados oficios de la iglesia y del estado; el hecho de que ambos —el gobierno y los sujetos del estado— están ligados por la Ley de Dios como norma de justicia y la obligatoria obediencia de los ciudadanos a la autoridad política.

3. La ética especial sitúa la moralidad en una nueva relación a la Ley de Dios (sin disiparla) a la luz de la gracia de la revelación del Evangelio. El Evangelio no se opone a la Ley, sino que establece todas las promesas de la Ley y añade realidad a las sombras. El pacto que Dios estableció con Israel es sustancial-mente el mismo que El establece con nosotros, y la diferencia entre los dos radica sólo en la manera de su ministerio. La religión especial discurre rectamente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y llega a su más perfecta revelación en la persona del Mediador. Necesitamos partir de la igualdad del Antiguo y del Nuevo Testamento, aunque las Escrituras hagan diferencia entre ellos, describiendo al Antiguo, entre otras cosas, como un pacto de servicio y al Nuevo como un pacto de libertad, y aunque antes de la venida de Cristo, Dios eligió una nación con quien El preservara su pacto de misericordia, desde la llegada de Cristo ya no hay ni judío ni griego, sino solamente Cristo en todos.

Como Mediador, Cristo ha ganado para nosotros la gracia de Dios, el perdón de los pecados y la salvación. Sus acciones salvadoras son aplicadas a nuestras almas por la mediación secreta del Espíritu Santo en nuestros corazones. Por la fe, el seguro conocimiento de la piedad de Dios en Jesucristo nos aprovecha de Sus beneficios, y la acción de nuestra adopción como hijos de Dios pertenece al Espíritu Santo. La justificación por la fe es, por tanto, no un mérito, sino el inmerecido don de la gracia de Dios. Quienquiera que se gloríe en los méritos de las obras disipa tanto la alabanza de Dios, que otorga la justicia, como la certidumbre de la salvación. La salvación del que tiene fe está basada solamente en la electiva buena voluntad de Dios.

Las doctrinas que tienen una relación con lo anteriormente citado, lo mismo que ciertas otras,  son consideradas por Calvino en detalle. Son una y otra vez puestas en su relación con la vida cristiana, es decir, en relación con la ética de Calvino. No es posible ilustrar esto aquí en detalle y nos limitaremos a lo que Calvino enseñó concerniente al arrepentimiento y a la propia negación, dos sujetos a los que él dedica una especial atención.

La principal sustancia del Evangelio consiste en el arrepentimiento y el perdón de los pecados. El arrepentimiento, un don especial de Dios que es inseparable de la fe y de la misericordia de Dios, es una entrega del corazón, un volverse hacia Dios y un cambio en el alma. Surge del temor de Dios y nos lleva a la confesión y a detestar nuestros pecados. Por el arrepentimiento podemos obtener el acceso a Cristo, ser semejantes a El en Su muerte y obtener la comunión con El. Nos libera del servicio del pecado y nos vuelve humildes. Consiste, por una parte, en la destrucción de la carne y el alejamiento del pecado, y de otra, en el avivamiento del espíritu, mediante el cual se obtienen los frutos de la rectitud, la misericordia y la fe, junto con la devoción a Dios, el amor a nuestro prójimo, la santidad y la pureza de toda nuestra vida.

La principal sustancia de la vida cristiana es el negarse a sí mismo. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios. El tiene que guiar nuestro intelecto y nuestro corazón. Tenemos que negarnos a nosotros mismos y seguir a Dios obedientemente con todo nuestro corazón, buscando, no nuestro bienestar, sino los objetivos que estén de acuerdo con la voluntad de Dios. Deberíamos colocar aparte nuestros cuerpos como un vivo y santo sacrificio aceptable a Dios. El nos ha dado a Cristo (que nos lava de nuestros pecados) como nuestro ejemplo, para que podamos tomar su semejanza en nuestras vidas. A todo lo largo de nuestras vidas hemos de tratar con Dios. Con la propia negación, hemos de vivir en una forma santa, ejerciendo la continencia, la justicia y la piedad; hemos de luchar contra el orgullo, contra el amor que por naturaleza deseamos para nosotros mismos, y contra la envidia, la pugnacidad, la arrogancia y demás vicios así; y para honrar a los demás, hemos de esforzarnos en pro de la bondad, la gentileza, la amistad y la generosidad. Hemos de procurar el bien de nuestro prójimo, no escatimando en hacer el bien, ser pacientes y no irritables y esforzarnos por la caridad en todas las cosas. Nunca hemos de confiar en nosotros mismos, aceptar la persecución, ejercitar la humildad y por amor a Dios llevar nuestra cruz, aceptando todas las cosas sumisamente de Su mano, incluso el castigo y los sufrimientos.

En conclusión, es de notar que Calvino también discute la vida cristiana (su ética especial) en su relación con la vida de la iglesia, los oficios eclesiásticos y la disciplina y los sacramentos.

4. La ética especial y general de Calvino forma una unidad que sitúa la vida entera del cristiano al servicio del Dios trino y uno y que requiere que en nuestras vidas personales seamos sobrios, justos respecto a nuestro prójimo y devotos hacia Dios,  una unidad que incluye tanto la vida de la iglesia y la vida del hogar, el estado y la sociedad.

Extracto del libro: “Calvino, profeta contemporáneo”.  Artículo escrito por H. G. Stoker

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