En BOLETÍN SEMANAL

Así como Satanás, para arrancar de raíz nuestra fe, ha suscitado siempre grandes contiendas y revueltas, ya sea respecto a la esencia divina del Hijo y del Espíritu Santo, ya sea referente a distinción personal; y así como en casi todos los siglos suscitó espíritus impíos, para que molestasen a los doctores ortodoxos, igualmente hoy en día procura remover aquellos antiguos rescoldos para provocar un nuevo fuego. Es necesario, por tanto, responder a los impíos desvaríos de algunos. Hasta ahora mi propósito ha sido principalmente guiar como por la mano a los dóciles y no disputar esto con los amigos de contiendas y con los contumaces. Ahora, en cambio, es preciso defender contra todas las calumnias de los impíos la verdad que pacíficamente hemos enseñado; bien que yo pondré mi afán principalmente en confirmar a los fieles, para que sean dóciles en recibir la Palabra de Dios, a fin de que tengan un punto de apoyo infalible.

Entendamos que, si en los secretos misterios de la Escritura nos conviene ser sobrios y modestos, ciertamente éste de que al presente tratamos no requiere menor modestia y sobriedad; pero es preciso estar muy sobre aviso, para que ni nuestro entendimiento, ni nuestra lengua, pase más adelante de lo que la Palabra de Dios nos ha asignado. Porque, ¿cómo podrá el entendimiento humano comprender, con su débil capacidad, la inmensa esencia de Dios, cuando aún no ha podido determinar con certeza cuál es el cuerpo del sol, aunque cada día lo ve con sus ojos? Asimismo, ¿cómo podrá penetrar por sí solo en la esencia de Dios, puesto que no conoce la suya propia? Por tanto, dejemos a Dios el poder conocerse. Porque sólo Él es, como dice san Hilario, suficiente testigo de sí mismo, y no se conoce más que por sí mismo’. Ahora bien, le dejaremos lo que le compete si le concebimos tal como Él se nos manifiesta; y únicamente podremos enterarnos de ello mediante su Palabra.

Cinco sermones compuso san Crisóstomo contra los anomeos, en los que trata de este argumento, los cuales, sin embargo, no han podido ni reprimir la audacia de los sofistas, ni que hayan dado rienda suelta a cuanto se les ha antojado, pues no se condujeron en esta cuestión con más modestia que lo suelen hacer en otras. Y como quiera que Dios ha maldecido su temeridad, su ejemplo debe servirnos de advertencia, y procurar, para entender bien esta doctrina, ser dóciles más bien que andar con sutilezas; y no nos empeñemos en investigar lo que Dios es sino dentro de su Palabra sacrosanta, ni pensemos nada acerca de Él sino guiados por ella, ni digamos nada que no se halle en la misma. Y si la distinción de Padre, Hijo y Espíritu Santo que se da en Dios, porque es difícil de entender, atormenta y causa escrúpulos a algunos más de lo conveniente, acuérdense de que si nuestro entendimiento se deja llevar de la curiosidad, se mete en un laberinto; y aunque no comprendan este alto misterio, consientan en ser dirigidos por la Sagrada Escritura.

Sobre algunos que niegan la Trinidad

Hacer un catálogo de los errores con que la pureza de nuestra fe, en lo referente a este artículo, ha sido en los siglos pasados combatida, sería cosa muy larga y difícil y sin provecho alguno. La mayoría de los herejes intentaron destruir y hollar la gloria de Dios con desvaríos tan enormes, que tuvieron que darse por satisfechos con conmover y perturbar a los ignorantes. De un pequeño número de engañadores se multiplicaron las sectas que, o bien tendieron a destruir la esencia divina, o bien a confundir la distinción de las Personas. Mas, si aceptamos como verdad lo que hemos probado suficientemente por la Escritura, o sea: que la esencia divina es simple e indivisible, aunque pertenece al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y por otra parte, que el Padre difiere del Hijo en cierta propiedad, y el Hijo del Espíritu Santo, no solamente se les cerrará la puerta a Arrio y a Sabelio, sino también a todos los inventores de errores que les han precedido.

Mas, como quiera que en nuestro tiempo han surgido ciertos espíritus frenéticos, como Servet y otros, que todo lo han perturbado con sus nuevas fantasías, es necesario descubrir en pocas palabras sus engaños.  Para Servet ha resultado tan aborrecible y detestable el nombre de Trinidad, que ha afirmado que son ateos todos los que él llama “trinitarios». No quiero citar las desatinadas palabras que inventó para llenarlos de injurias. El resumen de sus especulaciones es que se dividía a Dios en tres partes, al decir que hay en Él tres Personas subsistentes en la esencia divina, y que esta Trinidad era una fantasía por ser contraria a la unidad de Dios. ÉI quería que las Personas fuesen ciertas ideas exteriores, que no residan realmente en la esencia divina, sino que representen a Dios de una u otra manera; y afirma que al principio no hubo ninguna cosa distinta en Dios, porque entonces lo mismo era el Verbo que el Espíritu; pero que desde que Cristo se manifestó Dios de Dios, se originó también de el otro Dios, o sea, el Espíritu. Y aunque él ilustre a veces sus desvaríos con metáforas, como cuando dice que el verbo eterno de Dios ha sido el Espíritu de Cristo en Dios y el resplandor de su idea; y que el Espíritu ha sido sombra de la divinidad, sin embargo, luego reduce a nada la deidad del Hijo y del Espíritu, afirmando que según la medida que Dios dispensa, hay en uno y en otro cierta porción de Dios, como el mismo Espíritu estando sustancialmente en nosotros, es también una parte de Dios, y esto aun en la madera y en las piedras. En cuanto a lo que murmura de la Persona del Mediador, lo veremos en su lugar correspondiente.

Pero esta monstruosidad de que Persona no es otra cosa que una forma visible de Dios, no necesita larga refutación. Pues, como quiera que san Juan afirma que antes de que el mundo fuese creado, el Verbo era con Dios (Jn. 1:l), con esto lo diferencia de todas las ideas o visiones; pues si entonces y desde toda la eternidad aquel Verbo era Dios, y tenía su propia gloria y claridad en el Padre (Jn. 17:5), evidentemente no podía ser resplandor exterior o figurado, sino que por necesidad se sigue que era una hipóstasis verdadera, que subsistía en Dios. Y aunque no se haga mención del Espíritu más que en la historia de la creación del mundo, sin embargo no se le presenta en aquel lugar como sombra, sino como potencia esencial de Dios, cuando cuenta Moisés que aquella masa confusa de la cual se creó todo el mundo, era por Él sustentada en su Ser (Gn. 1:2). Así que entonces se manifestó que el Espíritu había estado desde toda la eternidad en Dios, puesto que vivificó y conservó esta materia confusa del cielo y de la tierra, hasta que se les dio la hermosura y orden que tienen. Ciertamente que entonces no pudo haber figura o representación de Dios, como sueña Servet. Pero él se ve forzado en otra parte a descubrir más claramente su impiedad, diciendo que Dios, determinando con su razón eterna tener un Hijo visible, se mostró visible de este modo. Porque si esto fuese cierto, Cristo no tendría divinidad más que porque Dios lo constituyó como Hijo por su eterno decreto. Y aún hay más; y es que los fantasmas que pone en lugar de las Personas, de tal manera los trasforma que no duda en imaginarse nuevos accidentes en Dios.

Pero lo más abominable de todo es que revuelve confusamente con todas las criaturas tanto al Hijo como al Espíritu Santo. Porque abiertamente confiesa que en la esencia divina hay partes y participaciones, de las cuales cualquier mínima parte es Dios; y sobre todo dice que los espíritus de los fieles son coeternos y consustanciales con Dios; aunque en otro lugar atribuye deidad sustancial, no solamente a las almas de los hombres, sino también a todas las cosas creadas.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

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