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Si una persona desea evitar entrar en la tentación, es necesario que conozca los síntomas de una experiencia como ésta.

Cuando ya es demasiado tarde y el pecado ha sido cometido

Quizás pareciera que estamos declarando lo evidente, pero esto necesita ser definido. Cualquier hombre que cae en algún pecado, ha de estar seguro de que llegó a él a través del camino de entrar en la tentación. Todo pecado viene de la tentación, no puede haber pecado sin tentación (Stg. 1:14-15 & Gal. 6:1) Muchas personas cuando son rebasadas por algún pecado, se arrepienten de él y sin embargo fallan al no reconocer que la causa de ello fue la tentación. Si deseas triunfar sobre cualquier pecado, debes considerar qué es lo que te tienta a ese pecado y evitarlo. La tentación es la raíz y el pecado es su fruto amargo: También, muchas personas son conscientes de sus pecados pero no de sus tentaciones. Muchos están disgustados con los frutos amargos pecado, pero no toman ninguna precaución para evitar la raíz venenosa de la tentación. Nunca caerás repentinamente en el pecado sin primero pasar por la tentación.

Casi es seguro que la compañía de ciertas personas te conducirá a pensamientos, palabras o hechos pecaminosos (l Cor.15:33); también es posible que ahora disfrutes de esas compañías y más tarde tengas que lamentar el pecado resultante de esto. Ciertas metas o ambiciones, por ejemplo el amor al dinero (l Tim.6:9), pueden causar un efecto similar y mucha gente podría estar siguiendo esto sin apreciar la tristeza que el pecado les traerá.

La fuerza de la tentación

Las tentaciones pueden tener distintos grados. Cuando una tentación es violenta o se repite de forma continua sin dar reposo al alma, entonces podemos estar seguros de que hemos entrado en tentación. Los deseos pecaminosos de una persona tienen poder para seducir a esa persona sin ninguna tentación ajena (Stg.l:14) pero esto no es lo mismo que entrar en tentación.

Los deseos pecaminosos son como un arroyo en su camino hacia el mar, y la tentación es como un viento poderoso que sopla sobre aquel arroyo. Piensa en este arroyo e imagínate que un bote vacío es puesto en él. Tarde o temprano, según el curso y la velocidad del arroyo, el bote será llevado al mar. De la misma manera, los deseos pecaminosos de una persona, tarde o temprano (sin la gracia preventiva de Dios), le arrastrarán al mar de su ruina eterna. Supongamos que hay vientos fuertes que soplan sobre el bote. Entonces el bote será arrastrado con violencia contra cada roca hasta que se rompa en pedazos y sea tragado por el mar.

Esta ilustración nos da imágenes del hombre pecaminoso. La primera es de un hombre que lenta pero seguramente es llevado al mar de su ruina eterna por el arroyo de sus deseos pecaminosos. La segunda nos muestra al mismo hombre experimentando el viento fuerte de la tentación. Este viento arrastra al hombre de un pecado a otro hasta que tal como en el naufragio del bote, llega a su ruina eterna.

Esta ilustración puede ser vista en muchos ejemplos tomados de las vidas de los creyentes que fueron preservados de la ruina eterna, a pesar de haber entrado en la tentación y caído tristemente para su propia vergüenza. Ezequías siempre tuvo en él la raíz del orgullo (un deseo pecaminoso que le habría condenado si no fuera por la gracia de Dios). Sin embargo, su orgullo no le hizo jactarse de sus tesoros y riquezas hasta que cayó en la tentación cuando vinieron los embajadores del rey de Babilonia. (II Rey. 20:12 – 19) Podemos ver la misma raíz pecaminosa del orgullo en el Rey David. Durante muchos años resistió su deseo pecaminoso de censar al pueblo, pero cayó en este pecado cuando Satanás se levantó y le provocó a hacerlo (II Sam. 24:1-9). Ilustraciones similares pueden ser encontradas en las vidas de Abraham, Jonás y Pedro por mencionar solo algunos. Judas Iscariote nos da un ejemplo espantoso de una persona que nunca fue un creyente verdadero. Judas fue codicioso desde el principio (Jn. 12:6) y sin embargo no trato de satisfacer su deseo pecaminoso hasta que el diablo entro en él.

 Todos tenemos deseos pecaminosos. En ocasiones se presenta la oportunidad de forma agobiante para que estos deseos sean satisfechos. Cuando esto sucede, hemos entrado en tentación.

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Extracto del libro: “La tentación” de John Owen

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