En BOLETÍN SEMANAL
  1. Presérvalos de una sociedad impía.

David no sólo aborrecía el pecado en general, sino que detestaba especialmente tenerlo en su casa. “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos” (Sal. 101:7) para que el ejemplo impío y las tinieblas espirituales de personas malas en su medio no se propagara y corrompiera a los moradores. La imitación es natural en los niños: Imitan a sus familiares y amigos. Porque, según el proverbio: “El que vive con un cojo aprenderá a cojear”. (Salomón) nos dice: “No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos, no sea que aprendas sus maneras” (Pr. 22:24-25). Los niños, en especial, corren el peligro de infectarse por las compañías lascivas y corruptas. Muchos chicos de padres consagrados se han corrompido por andar siempre con los hijos malos de vecinos impíos.

  1. Haz que las reprensiones se lleven a cabo en el momento preciso y que sean administradas según la naturaleza y calidad de las ofensas.

Empieza suavemente. Usa todo el poder de convicción posible para atraerlos a los caminos de Dios. Cuéntales las recompensas de la gloria, la dulce comunidad en el cielo; esfuérzate por poner en sus corazones la verdad de que Dios puede llenar sus almas con un gozo imposible de encontrar en el mundo. “A algunos que dudan, convencedlos” (Jud. 22). Pero si esto no da resultado, comienza a incluir expresiones más severas de la ira divina contra el pecado. Así como hay un nexo entre las virtudes, lo hay también entre las malas pasiones. El amor y la ira no son enteramente “sentimientos incompatibles”. No, el amor puede ser el principio y fundamento de la ira, que lanza sus flechas reprochadoras contra el blanco del pecado… Puedes decirle a tu hijo con algo de severidad, que si sigue en su camino pecaminoso, Dios se indignará, y tu también. Luego hazle saber que “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He. 10:31). Ésta es la manera de aplicar el “Airaos, pero no pequéis” como manda el Apóstol (Ef. 4:26). No permitas que sus pasiones, como torrentes incontrolables, se desborden de los límites establecidos por las Escrituras y la razón. Hay una indignación seria y sobria que produce respeto y conduce a una reforma. Pero la que incluye un estrépito horrible y gritos desaforados fluye del pecho de los necios. Sería en vano que quisieras ganar a otros cuando abusas y eres descontrolado. ¿Cómo puede alguien en tal estado razonar con otro en su mismo estado? El que es esclavo de su irascibilidad no puede ofrecer reprensiones nobles. El niño jamás podrá convencerse de que tal indignación proviene del amor cuando lo obligan a aguantar los abusos diarios de un temperamento encolerizado, cuando por parentesco está siempre expuesto a un temperamento dominado por la ira que se tiene que desquitar con alguien… Entonces, administra con prudencia tus reprensiones. Recubre esa píldora amarga con la esperanza de volver a ganarse su favor en cuanto sea corregido.

Considera igualmente la posición y el lugar de tus distintos familiares. A la esposa no hay que reprenderle delante de los hijos y los sirvientes, para no menoscabar su autoridad. El desprecio mostrado hacia la esposa terminará siendo contraproducente para el marido. También, las pequeñas ofensas de los hijos y sirvientes, si no fueron cometidas en público, deben ser reprendidas en privado. Pero, sobre todo, ten cuidado de no reprenderlos más por las ofensas contra ti que por las ofensas contra Dios. Si tienes motivos para indignarte, no empeores las cosas, sino que procura calmarte antes de tomar alguna medida.

No des demasiada importancia a las debilidades. Si todavía no son pecaminosas, reprende con la expresión de tu rostro y no con agresiones amargas. Reserva tus reprensiones públicas y ásperas para las ofensas abiertas y escandalosas, para transgresiones reiteradas que demuestran mucha indiferencia o desprecio y desdeño.

  1. Mantén una práctica constante y vigorosa de los deberes santos en el seno familiar. “Yo y mi casa serviremos a Jehová”, dijo Josué (Jos. 24:15). Moisés mandó a los israelitas que repitieran una y otra vez, en familia y en privado con sus hijos, las leyes y los preceptos que Dios les había dado (Dt. 6:7). Las enseñanzas y exhortaciones de los siervos de Dios en público deben ser constantemente repetidas en casa a los pequeños. Samuel hizo una fiesta en su propia casa después del sacrificio (1 S. 9:12, 22). Job y otros realizaban sacrificios con sus propias familias. El cordero pascual debía ser comido en cada casa en particular (Éx. 12:3, 4). Dios dice que derramará su “enojo sobre los pueblos que no te conocen” (Jer. 10:25).

Mantener estos deberes familiares hace de cada hogar un santuario, un Betel, una casa de Dios. Aquí quiero recomendar que los cristianos no sean demasiado tediosos en su cumplimiento de los deberes de adoración privada. Cuídate de no hacer que los caminos de Dios sean una carga y una cosa desagradable. Si a veces Dios te toca el corazón de un modo especial, no rechaces ni reprimas la inspiración divina, pero en general, esfuérzate por ser conciso y breve. Muchas veces el espíritu está dispuesto cuando la carne es débil (Mt. 26:41). Y a uno le es fácil no distraerse durante un tiempo breve, pero la plática larga da ocasión para distraerse mucho. “Porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras” (Ec. 5:2). Igualmente, es bueno variar los deberes religiosos: A veces cantad y a veces leed, a veces recitad, a veces exhorta, pero haz dos cosas a menudo: Ofrece el sacrificio de las oraciones y haz que los hijos lean cada día alguna porción de las Sagradas Escrituras.

  1. Procura por todos los medios que todos participen de las ordenanzas públicas porque allí Dios está presente de un modo más especial. Hace que el lugar de sus pies sea glorioso. Aunque el mandato de Dios era que sólo los varones fueran a las fiestas solemnes en Silo, Elcana llevaba a toda su familia al sacrificio anual (1 S. 1:21). Quería que su esposa, hijos y siervos estuvieran “en la casa de Jehová” para “contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Sal. 27:4). También Cornelio, cuando Pedro llegó a Cesaréa para predicar por mandato de Dios, llamó a todos sus familiares y conocidos para escuchar el sermón (Hch. 10:24)… Recuerda examinarlos para ver si prestaron atención como lo hizo Jesús cuando predicó su famoso sermón junto al mar. Les preguntó a sus discípulos: “¿Habéis entendido todas estas cosas?” (Mt. 13:51). Cuando ya estaban solos les explicó más en detalle las cosas que había enseñado (Mr. 4:34).
  2. Si lo antedicho no da resultado, sino que los que están a su cargo siguen pecando, tendrán que recurrir a la corrección paternal. Ahora bien, las reprensiones tienen que depender de la edad, el temperamento, carácter y las diversas cualidades y tipos de ofensas de cada uno. Otorga tu perdón por faltas leves en cuanto muestren arrepentimiento y pesar. Tienen que considerar si las faltas de ellos proceden de su imprudencia y debilidad, en qué circunstancias y como resultado de qué provocaciones o tentaciones. Observen si parecen estar realmente arrepentidos y verdaderamente humillados… En estos y otros casos similares, deben los padres tener mucho cuidado y prudencia. El castigo merecido es una parte de la justicia familiar y hay que tener cuidado de que, por eximirlos de castigo, ellos y sus amigos se endurezcan en sus pecados y se pongan obstinados y rebeldes en contra de los mandamientos de Dios. “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Pr. 13:24; 23:14). Ésta es una orden y un mandato de Dios. “Tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos” (He. 12:9).

Algunos padres y maestros se conducen más como bestias embravecidas que como seres humanos: Disfrutan de corregir tiránicamente. Pueden dejar que sus hijos digan groserías, mentiras y que roben, y cometan cualquier otro pecado sin corregirlos para nada, pero si no hacen lo que ellos quieren que hagan, caen sobre ellos y los despedazan como bestias salvajes. ¡Sepan que en el Día del Juicio, estos rendirán cuenta de sus acciones viles! ¡Ay, mejor hazle ver que estás indignado por lo hecho contra Dios y no contra ti! Tienes que sentir mucha compasión por sus almas y un amor santo mezclado con su ira contra el pecado… Ten cuidado, se imparcial y reúnete con ambas partes cuando hay quejas mutuas. Pero si estás convencidos de que ninguna otra cosa fuera de la corrección daría resultado, sigue el mandato de Dios: “Corrige a tu hijo, y te dará descanso” (Pr. 29:17)… Pero evita toda corrección violenta y apasionada. El que ataca cuando arde su pasión, se arriesga demasiado a sobrepasar los límites de la moderación… Ten cuidado, no sea que por demasiados castigos físicos tu hijo termine sintiéndose envilecido ante sus propios ojos (Dt. 25:3).

  1. Si los medios ya mencionados son eficaces por bendición divina, entonces elogia a tus hijos y anímalos, pero no demasiado. Al igual que los magistrados, los padres a veces tienen que elogiar a los que hacen el bien (Ro. 13:3). Nuestro Señor a veces se acerca y dice: “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:21). Entonces, cuando los resultados son prometedores y los que están a su cargo demuestran ser responsables, tienes que alentarlos demostrando tu aprobación… Pero no demasiado porque los barquitos no pueden aguantar grandes velámenes. Muchas veces, el exceso de elogios genera orgullo y arrogancia y, a veces, altanería y exceso de confianza.
  2. ¿Comienzan ellos a mejorar y prosperar en su obediencia y empiezan a aceptar con buena actitud tus preceptos? Entonces, conquístalos todavía más con recompensas según sus diversas capacidades y su posición. Dios se complace en atraernos a los caminos de santidad con la promesa de una recompensa: “Es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). A medida que van creciendo, dales recompensas que son las apropiadas para su edad. En algunos casos, han probado ser muy motivadoras, al menos en lo que se refiere a la obra externa de la piedad en los pequeños… Recuerde que cuando el hijo pródigo de la parábola volvió a su hogar para vivir una vida nueva, el padre hizo matar el becerro gordo, le hizo poner el mejor vestido, poner un anillo en su mano y calzado en sus pies (Lc. 15:22).
    —Tomado de Puritan Sermons 1659-1689. Being the Morning Exercises at Cripplegate (Sermones puritanos 1659-1689. Estando en los ejercicios matutinos en Cripplegate), Tomo 1, Richard Owen Roberts Publicadores.

Samuel Lee (1627-1691): Pastor puritano congregacional en St. Botolph, Bishopsgate; nacido en Londres, Inglaterra.
No hay mejor definición de un verdadero cristiano que decir que es un hombre piadoso que anda en el temor del Señor. Esa es invariablemente la descripción bíblica del pueblo de Dios; es, sin lugar a dudas, el punto donde tenemos que empezar porque es el centro y el alma de toda verdad.
— David Martyn Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar