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Al final del Sermón del Monte se nos dice que cuando Jesús terminó de hablar «la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt. 7:28-29). Podríamos pensar que tendrían que haber sido impresionados por el contenido de sus palabras, o por la necesidad de arrepentimiento, o por alguna cosa similar. Pero se nos dice que la gente comparó a Cristo con los escribas, quienes eran los maestros más importantes en esa época y, concluyeron diciendo que, enseñaba con una autoridad que los escribas no poseían.

Otra característica de relevancia de la enseñanza de Cristo es lo que podríamos llamar la centralidad de su Persona. El tema de su enseñanza es Él mismo. Ya en el comienzo del Sermón del Monte, en sus primeras palabras, Jesús presupone que quienes le están escuchando, sufrirían no meramente por causa de la verdad o por alguna otra causa sino «por mi causa» (Mt. 5:11). Más adelante en su Sermón dice: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir» (Mt. 5:.17): En otras palabras, se estaba identificando con el Mesías de quien el Antiguo Testamento hablaba.

En la última sección, nos advierte sobre el peligro que encierra el dejar de atenderlo a Él, peligro que puede conducir a la persona involucrada al juicio. Concluye así: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca» (Mt. 7:24-25). Estas afirmaciones, y muchas otras a lo largo de los evangelios, destacan a Jesús por encima de todos los demás maestros religiosos. Como ha señalado John R. W. Stott: «Ellos se borran a sí mismos; Él se coloca en el centro de su enseñanza. Ellos no se señalaban a sí mismos; decían: «Esta es la verdad como nosotros la entendemos; seguidla’. Jesús decía: “Yo soy la verdad; seguidme»‘.

El cuarto evangelista, Juan, era consciente de este aspecto de la enseñanza de Cristo cuando comenzó a escribir su evangelio. En las páginas iniciales utiliza una palabra con referencia a Cristo que sugiere, tanto para los judíos como para los griegos, que Cristo mismo era el punto central de la revelación de Dios a los hombres. El término es Logos, que significa «palabra», o «verbo», entendido en un sentido más amplio que el uso común de nuestra lengua.

Esto se indica en el versículo 1, donde Juan dice: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios», y en el versículo 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad». ¿Qué habría significado dicho término para un lector judío contemporáneo al evangelio de Juan? Los primeros versículos de su libro, incluyendo el término Logos, habrían hecho que un judío recordara las primeras palabras del Antiguo Testamento donde se nos dice que en el principio Dios habló y que como resultado de esa acción todas las cosas vinieron a la existencia. En otras palabras, Jesús habría sido inmediatamente asociado con el poder creativo de Dios y con la revelación que Dios hace de sí mismo en la Creación. Podemos sentir como podría haber afectado esta afirmación si nos imaginamos a nosotros mismos leyendo un libro que comienza con una clara referencia al «curso de los acontecimientos humanos» y en los primeros párrafos aparecen las palabras «derechos inalienables» y «evidentes». Resulta claro que el autor está intentando recordarnos la Declaración de Independencia y los principios fundacionales de la república de los Estados Unidos de América. Pero esto no es todo lo que estas palabras provocarían en un lector judío. Para la mentalidad judía la idea de un «verbo» significaría más que lo que significa para nosotros hoy en día. El motivo es que, para la manera de pensar judía, un verbo era algo concreto, más cercano a lo que hoy llamaríamos un acontecimiento o un hecho.

Nosotros decimos: «las palabras se las lleva el viento». Podemos decir: «Los palos y las piedras me pueden hacer daño, pero las palabras nunca me harán daño». Pero las palabras sí pueden herir, y los judíos sin duda estaban más cerca de la verdad cuando consideraban que una palabra dicha era lo mismo que un hecho realizado. Según su mentalidad, las palabras no debían ser utilizadas con ligereza. Además, conllevaba implicaciones teológicas.

¿Qué ocurre cuando Dios habla? ..que las cosas ocurren de inmediato. «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Gn. 1:3). Dios también dijo: «Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo qué la envié» (Is. 55:11).

Por este motivo, los judíos estarían más preparados que nosotros para pensar en el «Verbo» de Dios como en algo que podía ser visto y tocado, y no les resultaría extraño aprender, como dijo el autor de la epístola a los Hebreos escribiendo en primer lugar a los lectores judíos, que: «En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo» (Heb. 1:2). ¿Qué podría haber significado la palabra logos a un lector griego o gentil? Para el griego la respuesta la encontraremos no en la religión sino en la filosofía.

Hace aproximadamente dos mil seiscientos años, en el siglo VI a.C. un filósofo llamado Heráclito vivió en la ciudad de Éfeso. Fue el hombre que dijo que era imposible nadar dos veces en el mismo río. Quería decir que toda la vida es un transcurrir. Por lo tanto, si bien uno puede entrar al río una vez, salir, y luego volver a entrar una segunda vez, cuando entremos en esta segunda ocasión, el agua del río ya habrá fluido y estaremos entrando en un río distinto. Para Heráclito y los filósofos que le siguieron, toda vida se asemejaba a esto. Pero se preguntaban, si esto es así, ¿cómo es posible que todo lo que existe no esté en un estado de perpetuo caos? Heráclito contestaba que la vida no es un caos porque los cambios que observamos no son cambios al azar. Es un cambio en orden. Esto significa que debe existir alguna «razón» o «palabra» divina que lo controla. Esto es el Logos, la palabra que Juan utiliza en los versículos iniciales de su evangelio. Sin embargo, logos también significaba algo más para Heráclito.

Una vez que había descubierto que el principio controlador de la materia era el logos divino, estaba a sólo un paso de aplicar dicho concepto a todos los acontecimientos de la historia y al orden que gobierna la mente de los seres humanos. Para Heráclito el logos era, ni más ni menos, que la mente de Dios que todo lo controla. Cuando Juan escribió su evangelio, las ideas de Heráclito ya tenían unos setecientos años. Pero sus ideas habían sido tan formativas del pensamiento griego que habían sobrevivido no sólo en la filosofía de Heráclito sino también en la filosofía de Platón y de Sócrates, de los estoicos y de muchos otros filósofos que se basaban en ellas. Además, eran el tema de conversación de muchas personas. Los griegos sabían todo sobre el logos. Para ellos el logos era la mente creativa y controladora de Dios; que sustentaba el universo. Fue realmente un destello de genio divino que hizo que Juan utilizara esta palabra, que era tan significativa tanto para los judíos como para los griegos. «Escuchad vosotros, los griegos, esto mismo que tanto os ha preocupado, que ha ocupado vuestro pensamiento filosófico, y de lo que tanto habéis escrito durante tantos siglos “el Logos de Dios”, esta palabra, este poder controlador del universo y de la mente del hombre, ha venido a la tierra como hombre, y lo hemos visto, lleno de gracia y de verdad».

Se dice que cierta vez Platón se dirigió a un pequeño grupo de filósofos y estudiantes que se habían congregado a su alrededor, durante la era dorada de Atenas, y les dijo: «Podría suceder que algún día viniera de parte de Dios una Palabra, un Logos, que nos revelara todos los misterios y aclarara todas las cosas». Juan está diciendo: «Efectivamente Platón, el Logos ha venido; ahora Dios nos ha sido revelado perfectamente».

Este es el ministerio profético de Jesucristo. Tiene autoridad, y está envuelto en su propia Persona de manera tal que cuando miramos a Jesús no vemos a un simple hombre, sino al Dios-hombre que nos revela a Dios. En estos tiempos Jesús lleva a cabo su ministerio por medio del Espíritu Santo quien nos comunica la persona de Cristo a nuestras mentes y nuestros corazones mediante las Escrituras y así provee para nuestra salvación y nuestra santificación.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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