En ARTÍCULOS

Apo 22:18 Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.

Si la Iglesia después de la ascensión de Cristo hubiese estado destinada a vivir sólo una vida, y hubiese estado confinada sólo a la tierra de los judíos, los santos apóstoles podrían haber logrado su cometido con la enseñanza verbal. Pero como tuvo que vivir durante el resto de los siglos, y tuvo que extenderse por el mundo entero, los apóstoles estuvieron obligados a recurrir a la comunicación escrita de la revelación que habían recibido. Si no hubieran escrito, las iglesias de África y la Galia jamás habrían podido recibir información de confianza; y la tradición hubiera perdido su carácter fidedigno hace mucho tiempo. La revelación escrita ha sido, por lo tanto, el medio indispensable mediante el cual la Iglesia, durante su larga y siempre creciente trayectoria, ha sido preservada de la completa degeneración y falsificación.

No obstante, de sus epístolas no se desprende que los apóstoles entendieran claramente esto. Seguramente no esperaban que la Iglesia permaneciera en este mundo por tantos siglos; y casi todas sus epístolas llevan un sello local, como si no estuvieran dirigidas a la Iglesia en general, sino sólo a iglesias particulares. Y sin embargo, aunque ellos no lo entendían, el Señor Jesús lo sabía; así lo había determinado; de ahí que la epístola escrita exclusivamente para la iglesia de Roma estaba dirigida y ordenada por Él, y sin que Pablo lo supiera, estaba destinada a edificar a la Iglesia de todos los tiempos. Por lo tanto, debían hacerse dos cosas para la Iglesia del futuro:

Primero, la imagen de Cristo debía ser recibida por boca de los apóstoles y plasmada en escritura.

Segundo, las cosas respecto de las cuales Jesús había dicho, «No las podéis soportar ahora, pero el Espíritu Santo las declarará a vosotros,» debían quedar registradas. Este es el postulado de todo este asunto. La condición de las iglesias, su larga duración en el futuro, y su crecimiento mundial lo exigían.

Y los hechos demuestran que las medidas se tomaron; pero no inmediatamente. En tanto la Iglesia estuviera confinada a un pequeño círculo, y el recuerdo de Cristo permaneciera fresco y poderoso, la palabra hablada de los apóstoles era suficiente. El decreto del Sínodo de Jerusalén fue quizás el primer documento escrito procedente de ellos. Pero cuando las iglesias empezaron a extenderse al otro lado del mar a Corinto y Roma, y hacia el norte en Éfeso y Galacia, entonces Pablo comenzó a sustituir las enseñanzas verbales por las escritas.

Gradualmente esta labor epistolar se extendió y el ejemplo de Pablo fue seguido. Quizá cada cual escribió en su propio turno. Y a estas epístolas se agregaron las narrativas de la vida, muerte, y resurrección de Cristo y los Hechos de los Apóstoles. Al fin, el Rey ordenó a Juan desde el cielo a escribir en un libro la extraordinaria revelación que se le dio en Patmos. El resultado fue un aumento gradual en el número de escritos apostólicos y no-apostólicos, excediendo con creces aquellos contenidos en el Nuevo Testamento. Al menos las epístolas de Pablo revelan que escribió muchas más de las que actualmente poseemos. Pero aún si él no nos hubiera informado al respecto, el hecho habría quedado suficientemente establecido; porque es improbable que escritores excelentes como Pablo y Juan no hubieran escrito más de una docena de cartas durante sus largas y memorables vidas. Aún en un año deben haber escrito más que eso. La controversia de antaño respecto de la afirmación que ningún escrito apostólico se podría haber perdido fue muy desatinada, y evidenció poco reconocimiento de la vida real.

Es notable que de esta gran masa, una pequeña cantidad de escritos fuera gradualmente separada. Unos pocos fueron recolectados primero, luego algunos más fueron añadidos, y dispuestos en cierto orden. Se precisó bastante tiempo hasta que hubo uniformidad y concordancia; de hecho, algunos escritos no fueron universalmente reconocidos hasta pasados tres siglos. Pero a pesar del tiempo y la controversia, el cribado se llevó a cabo, y el resultado fue que la iglesia distinguió entre esta gran masa de literatura dos partes claramente diferenciadas: por una parte, este grupo ordenado de veintisiete libros; y por otra parte, el remanente de escritos de antiguo origen.

Y cuando se finalizó el proceso de filtrar y separar, Espíritu Santo siendo testigo en las iglesias de que este conjunto de escritos constituía un todo, y de que era, en realidad, el Testamento del Señor Jesús a Su Iglesia, entonces la Iglesia tomó conciencia de que poseía una segunda colección de libros sagrados de igual autoridad que la primera colección entregada a Israel; entonces juntó el Antiguo Testamento con el Nuevo, que unidos forman la Sagrada Escritura, nuestra Biblia, la Palabra de Dios.

.-.-.-.-
Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar