Juan 14:16-18  Y yo rogaré al Padre,  y os dará otro Consolador,  para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad,  al cual el mundo no puede recibir,  porque no le ve,  ni le conoce;  pero vosotros le conocéis,  porque mora con vosotros,  y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos;  vendré a vosotros.

Una de las indicaciones más claras sobre la plena divinidad del Espíritu Santo la encontramos de labios de Jesús cuando prometió enviar al Espíritu a sus discípulos y lo define como el «otro Consolador» (Jn. 14:16). En este pasaje la palabra clave es “otro”. En el griego hay dos palabras distintas que se utilizan para otro. Tenemos a “allos”, que es la palabra utilizada aquí (que significa «otro igual al primero»), y tenemos a “heteros” (que significa «completamente diferente»), de donde proviene el término heterodoxo. Como la palabra en este pasaje es “allos” y no “heteros”, Jesús está diciendo que enviará a sus discípulos una Persona que es como Él es, o sea, alguien que es plenamente divino. ¿Quién es el primer Consolador? Jesús. Jesús había sido la fuerza y el consuelo para sus discípulos durante los años de su ministerio entre ellos. Ahora se va, y en su lugar va a enviar un segundo Consolador que es igual a Él. Será otra Persona divina viviendo con ellos y (en este caso) en ellos.

Pero, por supuesto, no es esta la única evidencia sobre esta doctrina tan importante. Podemos agrupar la evidencia sobre la divinidad del Espíritu Santo en las siguientes categorías:

1. Los atributos divinos del Espíritu Santo.
La expresión Espíritu Santo en sí misma ya es un ejemplo evidente, ya que la palabra “Santo” denota la esencia misma de la naturaleza de Dios. Él es el «Santo Padre» (Jn. 17:11), y Jesús es «el Santo de Dios» (Jn. 6:69; comparar con Mr. 1:24). Del Espíritu de Dios se nos dice que es omnisciente (Jn. 16:12-13; 1 Co. 2:10-11), omnipotente (Lev. 1:35), y omnipresente (Sal. 139:7-10).

2. Las obras de Dios son atribuidas al Espíritu Santo. El Espíritu estuvo activo en la obra de la creación (ver Job 33:4). Fue el Espíritu quien impartió las Escrituras (ver 2 P 1:21).  Él es también quien lleva a cabo el nuevo nacimiento…(ver Jn. 3:6). Es el agente de la resurrección (ver Rom. 8:11).

3. La igualdad del Espíritu Santo con Dios el Padre y Dios el Hijo. Las bendiciones y las fórmulas trinitarias ya citadas son un ejemplo de esto.

4. El Nombre de Dios que se le otorga indirectamente.
El ejemplo más claro lo encontramos en Hechos 5:3-4 donde Pedro le dice a Ananías: «Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?… No has mentido a los hombres, sino a Dios».

Otros ejemplos lo constituyen aquellos pasajes del Antiguo Testamento citados en el Nuevo Testamento donde, por un lado, se nos dice que es Dios quien habla, y por otro lado, se nos dice que es el Espíritu Santo quien habla. Isaías 6:8-10 comienza diciendo: «Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?»

En Hechos 28:25-27 cuando se cita este pasaje de Isaías dice: «Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres…»

Ya he mostrado la importancia práctica que tiene el que reconozcamos que el Espíritu Santo es una Persona. Ahora pregunto: ¿Importa que sepamos que es Dios? Sí, importa. Si sabemos que es Dios y constantemente reconocemos su deidad, podremos reconocer y depender de su obra. J. I. Packer pregunta:

¿Honramos al Espíritu Santo reconociendo y dependiendo de su obra? ¿O lo desairamos, ignorándolo y por lo tanto deshonrándolo, no sólo al Espíritu, sino al Señor que lo envió? En nuestra fe: ¿reconocemos la autoridad de la Biblia, el Antiguo Testamento profético y el Nuevo Testamento apostólico que Él inspiró? ¿La leemos y la escuchamos con la reverencia y la receptividad que corresponden a la Palabra de Dios? Si no lo hacemos, estamos deshonrando al Espíritu Santo. En nuestra vida: ¿nos guiamos por la autoridad de la Biblia, y vivimos de acuerdo a la Biblia, no importa lo que los hombres digan en contra de ella, reconociendo que la Palabra de Dios no puede ser otra cosa que la verdad, y que lo que Dios dice es lo que quiere decir y lo que cumplirá? Si no lo hacemos, estamos deshonrando al Espíritu Santo, quien nos dio la Biblia. En nuestro testimonio: ¿recordamos que sólo el Espíritu Santo, por su testimonio, puede validar nuestro testimonio, y esperamos que lo haga, y confiamos en que lo hará, y mostramos la realidad de nuestra confianza de la misma manera que lo hizo Pablo, evitando las tretas de la inteligencia humana? Si no lo hacemos, estamos deshonrando al Espíritu Santo. ¿Podemos dudar de que el actual vacío que vemos en la vida de la iglesia es el juicio de Dios por la manera en que hemos deshonrado al Espíritu Santo? Y en ese caso, ¿qué esperanza podemos tener que la situación se revierta hasta que no aprendamos en nuestro pensamiento, en nuestras oraciones y en nuestra práctica a honrar al Espíritu Santo?

La Personalidad y la Deidad del Espíritu Santo son enseñanzas prácticas, porque por medio de la actividad de este Ser divino el evangelio de la salvación en Jesucristo se hace comprensible para nosotros y puede transformar nuestras vidas. El Espíritu es la clave para una religión personal vital y verdadera.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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