En BOLETÍN SEMANAL

Lo que la Escritura nos enseña de la esencia de Dios, infinita y espiritual, no solamente vale para destruir los desvaríos del vulgo, sino también para confundir las sutilezas de la filosofía profana. Le pareció a un escritor antiguo que se expresaba con toda propiedad el decir que Dios es todo cuanto vemos y también lo que no vemos. Al hablar así se imaginó que la divinidad está desparramada por todo el mundo. Es cierto que Dios, para mantenernos en la sobriedad, no habla con detalles de su esencia; sin embargo, con los dos títulos que hemos nombrado – Jehová y Elohim – abate todos los desvaríos que los hombres se imaginan y reprime el atrevimiento del entendimiento humano.

Ciertamente que lo infinito de su esencia debe amedrentarnos, de tal manera que no presumamos de medirlo con nuestros sentidos; y su Naturaleza espiritual nos impide que veamos en Él nada carnal o terrenal. Y ésta es la causa por la que muchas veces indica que su morada es el cielo. Porque, si bien por ser infinito llena también toda la tierra, sin embargo, viendo que nuestro entendimiento, según es de torpe, se queda siempre abajo, con mucha razón, para despertarnos de nuestra pereza e indolencia, nos eleva sobre el mundo, con lo cual cae por tierra el error de los maniqueos, que admitiendo dos principios hicieron al diablo casi igual que Dios. Pues esto era deshacer la unidad de Dios y limitar su infinitud. Y por lo que hace a los textos de la Escritura con los que se atrevieron a confirmar su opinión, en ello han dejado ver que su ignorancia igualaba en magnitud al intolerable desatino de su error.

Igualmente quedan refutados los antropomorfistas, los cuales se imaginaron a Dios como un ser corpóreo, porque la Escritura muchas veces le atribuye boca, orejas, ojos, manos y pies. Pues, ¿qué hombre con un poco de entendimiento no comprende que Dios, por así decirlo, balbucea al hablar con nosotros, como hace la nodriza con sus niños para igualarse a ellos? Por lo tanto, tales maneras de hablar no manifiestan en absoluto cómo es Dios en sí, sino que se acomodan a nuestra rudeza, para darnos algún conocimiento de Él; y esto la Escritura no puede hacerlo sin ponerse a nuestro nivel y, por lo tanto, muy por debajo de la Majestad de Dios.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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