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“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida.”— Juan 3:36.

Cuando se discute acerca de la fe salvadora, la fe general no puede aportarnos la más mínima ayuda. Para entender lo que es la “fe,” debemos volvernos en una dirección completamente diferente, y responder a la pregunta: “¿Cuál es la idea radical universal y el significado original de la fe que tienen las naciones?”

Y entonces nos encontramos con el singular fenómeno de que en todas las naciones y en todos los tiempos, la fe es una expresión que en algunos momentos denota algo incierto, y en otros, algo muy cierto.

Se puede decir: “Yo creo que el reloj dio las tres, pero no estoy seguro,” o “yo creo que sus iniciales son H.T., pero no estoy seguro,” o “yo creo que usted puede tomar un pasaje directamente a San Petersburgo, pero sería conveniente que antes lo averiguara.” En cada una de estas frases, las cuales pueden ser traducidas literalmente a todos los idiomas civilizados, “creer” significa una mera suposición, algo menor que un conocimiento real, una confesión de incertidumbre.

Pero cuando digo, “yo creo en el perdón de los pecados,” o “yo creo en la inmortalidad del alma,” o por último, “yo creo en la integridad incuestionable de aquel estadista,” “creer” no implica duda o incertidumbre acerca de estas cosas, sino que significa la más fuerte convicción acerca de ellas.

De esto se desprende que toda definición de la existencia de la fe debe estar equivocada; lo cual no explica cómo, a partir de una única y misma idea radical, se puede derivar un uso de la misma palabra, que resulta dual y diametralmente opuesto.

Para esta dificultad no puede existir sino una sola solución, es decir, la diferencia en la naturaleza de las cosas con respecto al grado de certeza que se desea; de modo que, con referencia a cierta clase de cosas, la más alta seguridad se obtiene mediante la fe, y, con referencia a otra, no se obtiene a través de ella.

Esta diferencia se presenta debido al hecho de que existen cosas visibles e invisibles, y que la certeza respecto de las cosas visibles se obtiene mediante el conocimiento y no a través de la fe; mientras que la certeza en lo que respecta a las cosas invisibles, se obtiene exclusivamente por medio de la fe. Cuando un hombre dice respecto de las cosas visibles, “yo creo,” y no, “yo sé,” nos causa la impresión de que no está seguro; pero al decir acerca de las cosas invisibles “yo creo,” nos da la idea de seguridad.

Se debe señalar aquí, que las expresiones “visible” e “invisible” no deberían ser tomadas en un sentido demasiado limitado; por cosas visibles se debe entender todas las cosas que pueden ser percibidas por medio de los sentidos, como en las Escrituras; y por cosas invisibles, las cosas que no pueden ser percibidas de ese modo. Por tanto, las cosas que pertenecen a la vida oculta de una persona, deben en última instancia, basarse en la fe. Sólo sus acciones pertenecen a las cosas visibles. La certeza, en lo que respecta a estas, puede ser obtenida mediante la percepción de los sentidos. Pero no así la certeza respecto a su personalidad interior, sus pensamientos, sus afectos y su sinceridad, su carácter y su fiabilidad, y todo lo relacionado a su vida interior; la seguridad en relación con todo esto, se puede alcanzar solamente por medio de la fe.

Si fuéramos a adentrarnos más profundamente en este asunto, deberíamos sostener que toda certeza, incluso aquella sobre las cosas visibles, se basa únicamente en la fe; y deberíamos establecer las siguientes suposiciones: Cuando usted dice que vio a un hombre en el agua y lo oyó gritar pidiendo ayuda, su conocimiento se basa, en primer lugar, en su creencia de que usted no lo soñó, sino que se encontraba completamente despierto y que usted no lo imaginó, sino que realmente lo vio; en segundo lugar, se basa sobre su firme convicción de que como usted vio y oyó algo, debe existir una realidad correspondiente que ocasiona ese ver y oír; en tercer lugar, sobre su convicción de que al ver algo, por ejemplo, la forma de un hombre, sus sentidos le permiten obtener una impresión correcta de esa forma.

Y, procediendo de esta manera, se podría demostrar que al final, toda certeza en lo que respecta a las cosas visibles, así como respecto de las cosas que son invisibles, se basa en última instancia no en la percepción, sino en la fe. Para mi ser es imposible obtener cualquier conocimiento sobre las cosas externas a mí mismo sin que exista un cierto vínculo de fe, el cual me une a estas cosas. Yo siempre debo creer, ya sea en mi propia identidad, es decir, que soy yo mismo; o en la claridad de mi conciencia; o en la percepción de mis sentidos; o en la realidad de las cosas externas a mi ser; o en el axioma del cual yo derivo.

Por lo tanto, se puede afirmar sin la más mínima exageración, que ningún hombre podrá jamás decir: “yo sé esto o aquello,” sin que sea posible demostrarle que su conocimiento, en un sentido más profundo y basado en un análisis más estrecho, depende, en lo que a su certeza se refiere, únicamente de la fe.

Pero preferimos no considerar esta concepción más profunda del asunto, porque más bien confunde y no logra explicar la existencia de la fe; pues se debería recordar que en la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo siempre usa las palabras tal como ellas se presentan en el modo de hablar de la vida cotidiana, simplemente porque de lo contrario, los hijos del Reino no podrían entenderlas. Y, en la vida cotidiana, la gente no hace esa distinción más estrecha, sino que dice, en el caso de amor al que se refiere: “yo sé que hay un hombre en el agua, porque vi su cabeza y le oí gritar.” Mientras que, por otra parte, en el modo de hablar cotidiano se dice: “Si no me cree, no puedo hablar con usted,” indicando el hecho de que, en relación a una persona, la fe es el único medio a través del cual se puede obtener certeza.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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