En ARTÍCULOS

“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” Juan 16:13.

¿Cuál es la naturaleza de la obra del Espíritu Santo en la inspiración de los apóstoles? Aparte de las teorías mecánicas y naturales, las cuales son vulgares y profanas, existen otras dos, a saber, la ética y la reformada.

Según la primera, la inspiración de los apóstoles difiere del aliento de los creyentes sólo en grado y no en naturaleza. Los éticos representan este asunto como si, por medio de la encarnación de la Palabra, una nueva esfera de vida fuese creada; la llaman “Dios-hombre.” Aquellos que han recibido la vida de esta esfera más alta son los creyentes; los demás son incrédulos. En estos creyentes, la conciencia es cambiada, iluminada y santificada gradualmente. Por tanto, ellos ven las cosas con una luz diferente, es decir, sus ojos son abiertos para que puedan ver el mundo espiritual del cual los no-creyentes nada ven. Sin embargo, este resultado no es el mismo para todos los creyentes. Los más favorecidos ven más correcta y claramente que los menos favorecidos. Y los más excelentes entre ellos, quienes poseen esta vida divino-humana con más abundancia, y ven las cosas del Reino con la mayor claridad y precisión, son los hombres llamados apóstoles. De ahí que la inspiración de los apóstoles y la iluminación de los creyentes es la misma en principio, mas diferente sólo en grado.

Las iglesias reformadas no pueden estar de acuerdo con esta visión. A su juicio, cualquier esfuerzo por asimilar la inspiración apostólica a la iluminación de los creyentes aniquila en realidad a la primera. Pues ellas sostienen que la inspiración de los apóstoles era totalmente única en naturaleza y en clase, totalmente diferente de lo que la Escritura llama la iluminación de los creyentes. Los apóstoles poseían este don en el más alto nivel, y en este aspecto apoyamos de todo corazón lo que dicen los teólogos éticos. Pero, cuando todo se ha dicho, nos aferramos a que la inspiración apostólica ni siquiera se toca; que yace enteramente fuera de ella; que no está contenida en ella, sino añadida a ella; y que la Iglesia debe reverenciarle como obra del Espíritu Santo extraordinaria, peculiar y única, forjada exclusivamente en los santos apóstoles.

Entonces, ambos lados están de acuerdo en que los santos apóstoles eran nacidos de nuevo, y que fueron iluminados en un grado peculiarmente alto. No obstante, mientras los teóricos éticos sostienen que esta iluminación extraordinaria incluye inspiración, los reformados afirman que la iluminación en su más alto grado no tiene nada que ver con la inspiración; pues esta última fue única en su especie, sin igual, dada sólo a los apóstoles; jamás a otros creyentes.

La diferencia entre los dos puntos de vista es obvia. Según el punto de vista ético, las epístolas son escritos de hombres muy dignos, piadosos y santificados; los brillantes discursos de creyentes altamente iluminados. Y aún así, habiendo dicho eso, ellos son falibles después de todo; pueden tener el noventa por cierto de la verdad bien expresada y correctamente definida; mas la posibilidad de que el diez por ciento restante esté lleno de errores y faltas aún existe. Aunque puede haber una o más epístolas infalibles, ¿qué provecho sacamos, si no sabemos cuál es cual? De hecho, no tenemos certeza alguna en cuanto a esto. Y por esta razón se acepta que en verdad los apóstoles cometieron errores.

De ahí que las iglesias reformadas no puedan aceptar esta fascinante representación. Las conciencias de los creyentes siempre protestarán en contra de ella. Lo que esperamos en los “santos apóstoles” es esta mismísima certeza, fiabilidad, y decisión. Al leer su testimonio, queremos confiar en él. Esta certeza ha sido la fortaleza de la Iglesia en todas las edades. Sólo esta convicción le ha dado descanso. Con todas estas teorías que suenan tan hermosas, las cuales desvisten a la palabra apostólica de su infalibilidad, la Iglesia de hoy siente instintivamente que se le está usurpando la fiabilidad a su Palabra, a su Biblia.

Así se muestran los santos apóstoles en sus escritos, y no de otra forma. San Juan, el más amado entre los doce, testifica que el Señor Jesús le dio a los apóstoles una promesa excepcional, diciendo, “Él os guiará a toda la verdad,” (Juan 16:13) una palabra que no puede aplicarse a otros, sino exclusivamente a los apóstoles. Y otra vez: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26) Esta promesa no es para todos, sino sólo para los apóstoles, la cual les asegura un don evidentemente distinto que el de la iluminación. De hecho, esta promesa no era sino la dotación permanente del don recibido sólo temporalmente cuando salieron en su primera misión a Israel: “Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” (Mat. 10:20)
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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