En ARTÍCULOS

Apo 3:1 Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto:

No hablamos aquí del Nuevo Testamento. Nada ha contribuido más a falsificar y socavar la fe en la Escritura y la visión fiel respecto a ella que la práctica no-histórica y antinatural de considerar la Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento al mismo tiempo.

El Antiguo Testamento aparece primero; luego vino el Verbo encarnado; y sólo después de ello tenemos la Escritura del Nuevo Testamento. En el estudio de la obra del Espíritu Santo el mismo orden debería observarse. Antes de que hablemos de Su obra en la Encarnación, la inspiración del Nuevo Testamento ni siquiera debe ser mencionada. Y hasta la Encarnación, no existía otra Escritura aparte del Antiguo Testamento.
Ahora, la pregunta es: ¿Cómo ha de trazarse la obra del Espíritu Santo en la construcción de dicha Escritura?

Hemos considerado la pregunta de cómo fue preparada. Por maravillosas obras Dios creó una nueva vida en este mundo; y, con el objeto de hacer que el hombre crea en estas obras, Él habló al hombre ya sea directa o indirectamente, es decir, por los profetas. Pero esto no creó una Sagrada Escritura. Si no se hubiera hecho nada más, nunca habría habido tal Escritura; porque los eventos se desarrollan y pertenecen al pasado; la palabra una vez hablada se desvanece con la emoción en la conciencia.
La Escritura humana es el maravilloso obsequio que Dios otorgó al hombre para perpetuar lo que de otra forma se habría olvidado y perdido absolutamente. La Tradición falsifica el relato. Entre hombres santos esto no sería así. Pero somos hombres pecadores. El pecado es también la causa de nuestra falta de seriedad, y la raíz de todo olvido, descuido, y desconsideración. Estos son los factores, mentiras y descuido, que roban de su valor a la tradición.

Por esta razón Dios dio a nuestra raza el obsequio de la Escritura. Ya sea en cera, en metal, en piedra, en pergamino, en papiro, o en papel, no tiene importancia; pero que Dios habilitó al hombre para encontrar el arte de dejar para la posteridad un pensamiento, una promesa, un evento, independiente de su persona, adjuntándolo a algo material, de manera que pudiera perdurar y ser leído por otros aun después de su muerte, esto es de la mayor importancia.

Para nosotros, los hombres, la lectura y la escritura son formas de hermandad. Comienza con el hablar, que es esencial para la hermandad. Pero el mero hablar lo confina a estrechos límites, mientras que leer y escribir le da un alcance más amplio, extendiéndolo a personas lejanas y a generaciones que aún no nacen. A través de la escritura las generaciones pasadas en realidad viven juntas. Aun ahora nos podemos encontrar con Moisés y David, Isaías y Juan, Platón y Cicerón; podemos escucharlos hablar y recibir sus declaraciones mentales. La Escritura no es entonces una cosa despreciable como lo consideran algunos que son excesivamente espirituales y desprecian la Palabra escrita. Por el contrario, es grande y gloriosa, uno de los poderosos factores mediante el cual Dios mantiene al hombre y a las generaciones en viva comunicación y ejercicio de amor. Su descubrimiento fue una extraordinaria gracia, el obsequio de Dios para el hombre, duplicando sus tesoros y mucho más.

Se ha abusado a menudo de este obsequio, sin embargo, en su uso correcto hay gloria ascendente. ¡Cuánto más glorioso aparece el arte de escribir cuando Dante, Shakespeare, y Schiller escriben su poesía, que cuando un pedagogo compila sus libros de ortografía o el notario público garabatea el arriendo de una casa!

Como la Escritura puede ser usada y caer en el abuso, y puede servir a propósitos bajos o altos, surge la pregunta: “¿Cuál es su fin superior?” Y sin la más mínima vacilación respondemos: “La Sagrada Escritura.” Tal como el hablar y el lenguaje humano son del Espíritu Santo, Él también nos enseña la escritura. Pero mientras que el hombre usa el arte para registrar pensamientos humanos, el Espíritu Santo lo emplea para dar forma fija y duradera a los pensamientos de Dios. Por consiguiente, hay un uso humano de ella y uno divino. El más alto y completamente único es aquel en la Sagrada Escritura.

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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