​Para el calvinista, los hechos de la revelación y la revelación especial tal y como se encuentra en las Sagradas Escrituras, son los hechos fundamentales que le proveen al creyente de la presuposición de toda su cultura.

​Debe afirmarse inequívocamente que dado que el cristianismo es una religión histórica no es indiferente a los hechos de la ciencia y de la cultura. El creyente y estudioso calvinista no halla reposo en una existencia compartimentada; busca la integración en la educación y en la vida. Nunca ha permitido la validez de la teoría de la verdad en dos niveles, en la cual lo que es cierto en cuanto a la religión puede no ser cierto científicamente. Su integridad intelectual no le permiten ir de la mano con la máscara liberal que niega la resurrección de Jesús de la tumba como un hecho físico y biológico mientras insiste en celebrar la Pascua de Resurrección con la Iglesia de Dios, espiritualizando el significado de la resurrección. En realidad, la resurrección de Jesús es una cuestión de hecho, un hecho sobrenatural, es decir, un milagro. ¡En este punto uno no puede escabullirse o equivocarse con impunidad! Pues uno no puede definir honestamente el milagro sin relación a la ley natural. La definición clásica de C. W. Hodge de que un milagro es un evento en el mundo exterior forjado por el poder inmediato de Dios va a este punto. El Dr. Machen solía decir a sus estudiantes que un milagro presuponía tanto la existencia del Dios del teísmo como el orden regular de la naturaleza, involucrando las doctrinas de la Creación y de la Providencia.

En un Universo casual un milagro sería una contradicción, y en consecuencia el modernista reduce el milagro a un evento casual en un Universo dominado por la casualidad. La Biblia, para el calvinista, tiene tanto autoridad histórica como normativa. Cree, antes de nada, que la Biblia es veraz en sus declaraciones de hechos; dice la verdad en los asuntos que registra acerca de Dios y su relación con este mundo y con los hombres. Ciertamente registra los hechos de la Redención del hombre, que constituye la historia de los tratos de Dios con su pueblo del pacto. La totalidad de la arqueología y de las evidencias bíblicas debiesen ser organizadas para confirmar este punto. Eso es claramente imposible dentro del limitado enfoque de este libro, pero los eruditos bíblicos ortodoxos han vindicado el carácter histórico de la Biblia.

El calvinista, junto con el apóstol Pablo, asume su posición sobre el carácter histórico del cristianismo, el que solo puede ser determinado a partir de la Escritura. Pues Pablo afirmó con respecto a la resurrección de Jesús que “si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe; estáis todavía en vuestros pecados. Luego, aquellos que han dormido en Cristo, han perecido. Si tenemos esperanza en Cristo solamente para los asuntos de esta vida, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (I Cor. 15:17-19). Esto es contradicho directamente no solo por los críticos extremos sino también por los evolucionistas convencidos como el Prof. Albright en su brillante obra «De la Edad de Piedra al cristianismo». Su posición es la del empirismo racional al tratar con los problemas históricos. Para él el aspecto sobrenatural del Pentateuco constituye un obstáculo para aceptar su veracidad histórica. Esta es la presuposición básica del Naturalismo evolucionista, que niega la intervención de Dios en los asuntos de los hombres y del cosmos. Con respecto a los milagros del Nuevo Testamento, dice: 
“Aquí el historiador no tiene derecho a negar lo que no puede refutar. Tiene un perfecto derecho para revelar los claros ejemplos de charlatanería, de credulidad o de folklore, pero en presencia de misterios auténticos su responsabilidad es detenerse y no intentar cruzar el umbral hacia un mundo donde no tiene el derecho de ser ciudadano“.

Con respecto a la cuestión del suceso de un milagro el Dr. Albright es un agnóstico confeso, dado que los milagros pertenecen presumiblemente a un mundo donde el científico no tiene ciudadanía; no puede ni afirmar ni negar su carácter basado en los hechos sobre la base de su ciencia. Pero junto con el doctor Allis bien podemos hacernos la pregunta: “¿Cómo puede el historiador develar milagros espurios, si el dominio total de lo sobrenatural se encuentra fuera de su esfera? La inconsistencia de esta posición se muestra también por el rol ridículo que le asigna al historiador. El historiador puede estudiar las coronas en el diente molar del gorila y compararlas con los dientes del pithecanthropus erectus con la visión de tender un puente en la brecha que se encuentra entre el hombre y los animales inferiores. Estas cosas se encuentran dentro de la esfera del historiador. Pero “el historiador no puede controlar los detalles del nacimiento y resurrección de Jesús y por tanto no tiene derecho a emitir un juicio acerca de su historicidad”. ¿Qué podría ser más trágicamente patético, si esto fuese cierto? Los restos escasos del hombre de Java son evidencia histórica. Prueban que vivió y murió; y el evolucionista nos dice que murió hace 500.000 años. Pero la tumba vacía y los ángeles y las apariciones después de la resurrección y la ascensión desde el Monte de los Olivos, que establecen la verdad de las maravillosas palabras de Jesús que fueron dichas en la tumba de Lázaro, “Yo soy la resurrección y la vida” no son históricas. El historiador no puede tratar con ellas.

Repetimos, ¿qué podría ser más patético? ¿Qué fiasco más grande que este podemos concebir? Los eventos más grandes y más trascendentales en la historia humana, si son ciertos, se declaran como no históricos. El historiador puede discutir la cuestión de si Sargón fue el hijo de Tiglat-pileser. Pero no puede discutir la cuestión de si Jesús nació de una virgen. Puede investigar la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso; puede investigar la cuestión de si Frederick Barbarossa está durmiendo en alguna caverna en las montañas y tiene aún que despertarse para liberar a los Germanos en su hora de peligro. Pero el asunto muchísimo más importante de si Jesús de Nazareth fue declarado el Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos, esta cuestión la debe dejar sin contestar. Qué rol más humillante le asigna esto al historiador. ¡Los actos supremos de la historia no son históricos!”.

Esta cita más bien extensa ilustra la presuposición anti-escritural de hombre como Albright al interpretar los hechos de la revelación. El Dr. Allis lo llama patético, pero la Biblia, que es la Palabra de Dios, habla de tal procedimiento por el cual Dios es negado como locura. Para el calvinista los hechos de la revelación, la revelación especial tal y como se encuentra en las Sagradas Escrituras, son los hechos fundamentales que le proveen al creyente la presuposición de toda su cultura.

Esta presuposición de fe será discutida más plenamente en el siguiente capítulo, pero, sin la revelación objetiva de Dios la cual es una interpretación autoritativa del mundo creado, el hombre estaría en oscuridad e ignorancia con respecto a su verdadero destino y al significado de la historia.

Sin embargo, es adecuada aquí una palabra de precaución.
Los liberales podrían acusar a los conservadores de ser literalistas hasta el punto del absurdo. Pero hay principios para la adecuada interpretación de la Escritura, reconocidos por eruditos de renombre, que fueron introducidos por Calvino y sus seguidores. Simplemente porque los conservadores creen que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios no significa que ya no sean capaces de distinguir el estilo de la poesía, el simbolismo en la profecía, o el uso de las figuras del lenguaje.

Hay una gran diferencia, por ejemplo, en la simple prosa del informe al cruzar el Mar Rojo en el capítulo catorce del Éxodo y su descripción poética en el siguiente capítulo. En el primer capítulo se dice que Dios hizo volver atrás las aguas con un fuerte viento del este, mientras que el siguiente capítulo habla de Dios juntando las aguas en montones con el soplo de su aliento. Esto es imagen poética, porque Dios no tiene orificios nasales o apariencia corpórea. La prosa sencilla, didáctica, del Señor Jesús al enseñar a sus discípulos con respecto a la segunda venida difiere grandemente del simbolismo de Apocalipsis veinte, donde la serpiente es descrita como siendo atada por un ángel que lleva una cadena. Ahora, tanto ángeles como demonios son criaturas espirituales y la serpiente deslizante que es atada con una cadena es una imagen. Esto es lenguaje pictórico que ningún erudito bíblico sobrio interpreta literalmente. Sin embargo, el sentido llano es que Dios le dice a su Iglesia, para su consuelo, que las furias de Satanás se hallan bajo su control (véase el libro de Job). Es más, cuando el liberal de la vieja o de la nueva escuela quiere en realidad usar la Biblia para sustentar un punto de ética, por ejemplo, toma la Biblia literalmente, sea que acepte o rechace su autoridad como la Palabra de Dios.

Pero, después de haber dicho todo esto, debe enfrentarse el hecho de que algunos de los hechos de la revelación no tienen significado normativo, aun cuando son históricamente dignos de fiar. Creemos que la Biblia relata correctamente los pecados de los santos, las palabras del diablo, y nos proporciona un registro de las leyes civiles y ceremoniales que prevalecían en la teocracia. Nos cuenta que Jacob, David y Salomón practicaron la poligamia. Pero eso no es normativo para nuestras vidas. La Biblia enseña claramente el carácter monógamo del matrimonio. Aunque mucho de la legislación de la ley y una buena parte de los profetas atañe a la economía de Israel, eso no quiere decir que la totalidad del Antiguo Testamento esté fuera de aplicación para el creyente del Nuevo Testamento. Cristo aceptó la autoridad de la Ley, los Profetas y los Salmos, citándolos indistintamente como la Palabra de Dios, la cual no puede ser quebrantada. Sin embargo, aunque Cristo no abrogó la Ley, está claro a partir de los escritos de Pablo y de la epístola a los Hebreos que el sistema sacrificial de la Antigua Dispensación, el tiempo de las sombras, ya ha pasado. Pero la perdurable ley moral y los principios religiosos del Antiguo Testamento son aplicados por los escritores del Nuevo Testamento.

Un ejemplo de tal principio perdurable puede deducirse del mensaje de Jehová a Josafat, rey de Judá, quien había hecho una alianza con el malvado Acab. El profeta de Jehová se dirigió al rey a su regreso a Jerusalén con estas palabras, “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová?” (II Crón. 19:2). Otro ejemplo se halla en los Salmos imprecatorios, en los que la forma es claramente aplicable solo a la antigua dispensación, pero la sustancia es esencial a la totalidad del mensaje bíblico. Pues la Biblia es totalmente consistente cuando nos llama a la gran batalla espiritual entre las tinieblas y la luz, la simiente de la Serpiente y la de la Mujer, el mundo y la Iglesia. Sin embargo, en la Antigua Dispensación Samuel cortó a Agag en pedazos en la presencia del Señor (I Sam. 15:33) y Elías mató a los profetas de Baal por la Palabra de Jehová (I Reyes 18:36), en obediencia a la ley de Moisés, que prescribía la pena de muerte para los idólatras. Pero cuando Cristo vino al mundo le dijo a Pedro que envainara la espada. Él le respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo, pero que todos aquellos que fuesen de la verdad escucharían su voz; por tanto, le dio a sus seguidores la Espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. La descripción de Pablo de la armadura de Dios, aunque describe la armadura física, no obstante es espiritual en contenido puesto que el guerrero de Dios lucha con la verdad, la fe, la salvación, el Evangelio y la Palabra de Dios (Efe. 6:10-16).

Por lo tanto, la batalla ya no es física, contra carne y sangre como en el caso de David, quien peleó contra paganos incircuncisos, sino que es espiritual, “contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12). “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta” (II Cor. 10:3-6).

Ahora bien, la sustancia de los Salmos imprecatorios es el gozo del pueblo de Dios por la derrota de los enemigos de Dios, y su odio contra los que hacen maldad. Y aquellos que desaprueban la terminología guerrera al hablar de la relación del cristiano para con el mundo están en peligro de perder de vista la gran batalla que existe entre los dos reinos. 

Entonces, este es el resumen que los calvinistas sostienen, que la Biblia es la Palabra de Dios y digna de confianza como un registro de eventos. Además, es la interpretación autoritativa de la realidad, del mundo creado, del hombre y su destino, y del significado de la historia. Y la Palabra de Dios es la única revelación del camino de la salvación del pecado a través de la muerte vicaria y expiatoria de Cristo. Es normativa para la fe y para la conducta. Contiene tanto el mandato cultural para la humanidad como el mandato misionero para la Iglesia. No compromete al creyente a la teoría pre-Copérnica del sistema solar, porque cuando la Biblia habla del sol como saliendo y poniéndose, habla en lenguaje ordinario el cual es usado aún por los modernos más sofisticados, pero todos reconocen que esto no se supone que es científicamente exacto. La Biblia es principalmente un libro religioso, pero, como se dio a entender antes, esto no hace que sus pronunciamientos en la esfera de la ciencia sean superfluos. Sus verdades no son irrelevantes a los descubrimientos de la ciencia, ya que toda verdad es una. Es la tarea cultural (religiosa) del hombre, como portador de la imagen de Dios, armonizar las verdades separadas de las ciencias, de manera que el hombre como profeta pueda pensar los pensamientos de Dios a la manera de Él, y como sacerdote pueda adorar la Sabiduría del Creador, y como rey el hombre pueda reproducir a cultura que refleje la gloria de Dios.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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