LA ORACIÓN ESPONTANEA
Texto: «Entonces oré al Dios de los cielos.»
Nehemías 2:4
Además, nos brindan bendiciones celestiales. Las oraciones hechas instantáneamente, como en el caso de Eliezer, el siervo de Abraham, como en el caso de Jacob, cuando dijo ya cerca de la muerte, «tu salvación esperé, oh Jehová»; oraciones como la que Moisés ofreció cuando no leemos que él haya orado, y sin embargo, Dios le dice: «¿Por qué clamas a mí?»
Oraciones como las que frecuentemente presentaba David son las que tienen éxito delante del Altísimo. Por lo tanto, abundad en ellas, porque Dios quiere estimular su uso y le agrada responderlas.
Y así podría seguir recomendando la oración imprevista, instantánea, pero diré una sola cosa más en su favor. Creo que es muy apropiada para algunas personas de un temperamento peculiar que no podrían orar por largo tiempo para salvar la vida. Sus mentes son rápidas y ágiles. Queridos amigos, el tiempo no es un elemento en el negocio. Dios no nos oye debido a la extensión de nuestras oraciones, sino por la sinceridad de ellas. La oración no se mide por metros ni se pesa por kilos. Es su poder y fuerza, la verdad y realidad de ella, la intensidad y energía de ella lo que vale. Si eres de una mente tan pequeña tan ligera que no puedes usar muchas palabras, o no puedes pensar tan largo rato una cosa, debiera ser para tu consuelo el saber que la oración espontánea es aceptable. Y podría ser, querido amigo, que estás en una condición física en que no puedes orar de otro modo. Un dolor de cabeza como el que afecta frecuentemente la mayor parte de su vida a algunas personas -estado del cuerpo que el médico puede explicarte- podría impedir que la mente se concentre por largo rato sobre un tema. Entonces resulta refrescante poder dirigirse a Dios una y otra vez, cincuenta o cien veces en el día, en oraciones breves, rápidas, estando el alma en todo su fervor. Este es un estilo bendito de oración.
Ahora concluiré mencionando solo algunas de las oraciones cuando creo que deberíamos recurrir a la práctica de la oración espontánea. El Sr. Rowland Hill era un hombre notable por su piedad, pero cuando en Woton-under-Edge pregunté por su estudio, aunque presioné por tener una respuesta, no obtuve una respuesta satisfactoria. Finalmente el buen ministro dijo: «El hecho es que nunca tuvo uno. El Sr. Hill tenía por costumbre estudiar en el jardín, en la sala, en la cama, en las calles, en los bosques, en cualquier lugar.» «Pero, ¿Dónde se retiraba a orar?» Dijeron que suponían que era en su cuarto, pero que siempre estaba orando que no importaba dónde estuviera, el buen hombre siempre estaba orando. Parecía como si toda su vida, aunque la pasó en medio de sus semejantes haciendo el bien, la pasó en oración perpetua. Se sabía que había estado en la calle Blackfriar, con sus manos atrás, mirando una vidriera, y si se ponía atención pronto se podía percibir que estaba derramando su alma delante de Dios. Había llegado a estar en un estado constante de oración. Creo que es la mejor condición en que un hombre puede estar cuando está orando siempre, orando sin cesar, siempre acercándose a Dios con sus oraciones espontáneas.
Pero si he de daros una selección de momentos adecuados, debo mencionar momentos como estos. Cuando quiera que tengas una gran alegría, grita: «Señor, convierte esto en una verdadera bendición para mí.» No exclamas como los demás: «Soy un tipo con suerte,» sino, «Señor, dame más gracia y más gratitud, ahora que has multiplicado tus favores.» Cuando tienes entre manos una empresa ardorosa o un asunto pesado, no lo toques hasta que de tu alma haya una dificultad, y te sientes muy perplejo, cuando los negocios llegan a una encrucijada, o a una confusión que no puedes de¬sentrañar u ordenar, ora. No es necesario que ocupes un minuto, pero es maravilloso darse cuenta cuantos nudos se puedan soltar después de una palabra de oración.
¿Los niños te resultan particularmente molestos, buena mujer? ¿Te parece que tu paciencia casi se ha agotado debido a las preocupaciones y las hostilidades? Es el momento de una oración instantánea. Los manejarás en forma más adecuada y soportarás sus malos comportamientos en forma más tranquila. En todo caso, tu propia mente estará menos perturbada. ¿Piensas que hay una tentación frente a ti? ¿Comienzas a sospechar que alguien está poniéndote asechanzas? Hay que orar: «Llévame por un camino llano a causa de mis enemigos.» ¿Estás trabajando en el banco, en un taller, en un almacén, donde tus oídos son asaltados por conversaciones obscenas, y blasfemias vergonzosas? Es tiem¬po de una breve oración. ¿Has notado que un pecado te asedia? Que te mueva a la oración. Estas cosas debieran recordarte que debes orar. Creo que el diablo no dejaría que la gente jurase tanto si el pueblo cristiano orara cada vez que oyeran un juramento. Entonces se daría cuenta que no les conviene. Las blasfemias de ellos se verían un tanto acalladas si provocaran súplicas por parte de los creyentes.
¿Sientes que tu corazón se está saliendo de los límites? ¿Empieza a fascinarte el pecado? Es tiempo de orar con un clamor ardiente, sincero y apasionado: «Señor, ayúdame.» ¿Viste algo con tu ojo, y ese ojo está infectando tu corazón? ¿Te sientes como si tu pie fuera a resbalar, y tus pasos estuvieron próximos a deslizarse?» Es tiempo de orar: «Señor, sostenme con tu diestra.» ¿Ha ocurrido algo completamente inesperado? ¿Te ha tratado mal un amigo? Entonces, como David, di: «Señor, entorpece ahora el consejo de Ahitofel.» Ora en el momento. ¿Estás ansioso por hacer algún bien? Asegúrate de orar al respecto. ¿Quieres hablar a aquel joven esta noche, cuando salgas del Tabernáculo, acerca de su alma? Primero ora, hermano. ¿Quieres dirigirte a los miembros de tu clase y escribirles una carta sobre su bienestar espiritual esta semana? Ora sobre cada línea, hermano. Siempre es bueno que la oración siga fluyendo mientras estás hablando de Cristo. Siempre encuentro que puedo predicar mejor si oro mientras estoy predicando.
Y la mente es muy notable en sus actividades. Puede estar orando mientras se está estudiando. Puede estar mirando a Dios mientras conversamos con otro hombre. Puede estar con una mano levantada hacia Dios para recibir las provisiones de Dios, mientras la otra está entregando las mismas provisiones que a Él le ha agradado dar. Ora mien¬tras vivas. Ora cuando tengas gran dolor. Mientras más grande es la herida, más urgente e importante debiera ser tu clamor delante de Dios. Y cuando las sombras de la muerte te rodean, y extraños sentimientos te sofocan o te llene de escalofríos, y claramente te dicen que está cercano el final de tu jornada, entonces ora. ¡Oh, ese es tiempo de orar breve y fervientemente! Oraciones breves y vigorosas como éstas: «No escondas tu rostro de mí, oh Señor;» o ésta, «No te alejas de mí, oh Dios,» serán adecuadas para ti. «Señor Jesús recibe mi espíritu,» fueron las emotivas palabras de Esteban cuando estuvo a la puerta de su fin; y «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu,» fueron las palabras de tu Maestro mismo, pronunciadas en el momento antes de inclinar su cabeza y entregar su espíritu. Tú bien puedes tomar el mismo tono e imitarle.
Estos pensamientos están tan exclusivamente dirigidos a los hermanos santos y fieles en Cristo que os sentiréis inclinados a preguntar: «¿No hay algo que se pueda decir al inconverso?» Bien, todo lo que ellos han oído decir lo pueden usar en su propio beneficio. Pero, permitidme que me dirija a vosotros, mis queridos amigos, tan deliberadamente como me sea posible. Aunque no seáis salvos, no debéis decir: «Yo no puedo orar.» Pero, si la oración es tan fácil, ¿qué excusa podéis tener para descuidarla? No requiere un espacio de tiempo medible. Oraciones como estas serán oídas por Dios y todos vosotros tenéis la capacidad y la oportunidad de pensarlas y expresarlas, si solamente tenéis esa fe elemental en Dios que cree que «le hay y que es galardonador de los que le buscan.» Creo que Cornelio se encontraba así tan lejos cuando el ángel le amonestó a que mandase a buscar a Pedro, el cual le predicó la paz por medio de Cristo para la conversión de su alma. ¿Hay en el Tabernáculo esta noche un hombre o mujer, un ser tan extraño que nunca ora? ¿Cómo os amonestaré? Podría tomar un pasaje de un poeta actual, vivo, que aunque no ha contribuido con nada a nuestros himnarios, ha canturreado una nota tan a propósito con mi objetivo, y tan agradable a mi oído, que deseo citarlo: La oración obra más cosas que las que el mundo pueda soñar. Así que eleva tu voz como una fuente que fluye día y noche sin cesar.
No sospecho que haya aquí alguna criatura que nunca ora, porque la gente ora generalmente a uno u otro ser. El hombre que nunca ora a Dios las oraciones que debiera, ora a Dios las oraciones que no debiera hacer. Es terrible que un hombre le pida a Dios que lo condene; sin embargo, hay personas que lo hacen. Supón que te oye: El es un Dios que oye la oración. Me dirijo a un profano blasfemo, y me gustaría que esto quedara muy claro para él. Si Dios te hiciera caso, si tus ojos fueran cegados y tu lengua quedara inmóvil y tú mudo mientras pronuncias una salvaje imprecación, podrías soportar el juicio repentino sobre tu impío hablar? Si algunas de tus oraciones te fueran respondidas en ti mismo, y algo de lo que has ofrecido, en tu pasión, para tu esposa y para tu hijo se cumplieran dañándolos y distrayéndote, ¡qué terrible sería! Bueno, Dios responde la oración, y uno de estos días él podría responder tus oraciones para tu vergüenza y confusión perpetua. Ahora, antes que dejes tu asiento, ¿no sería bueno que oraras? Dile: «Señor, ten misericordia de mí; Señor sálvame; Señor, cambia mi corazón; Señor, dame que pueda creer en Cristo; Señor, dame interés ahora en la preciosa sangre de Jesús; Señor, sálvame ahora.» ¿No queréis, cada uno de vosotros, hacer una oración como esa? Que el Espíritu Santo te guíe a hacerlo, y si una vez comienzas a orar en la forma correcta, no tengo miedo que vayas a abandonar alguna vez, porque hay algo que sostiene firme, al alma en la verdadera oración. Las oraciones fingidas, ¿qué tienen de bueno? Pero las súplicas verdaderas del corazón, el alma que conversa con Dios, una vez que comienza nunca termina. Tendrás que orar hasta que cambies la oración por la alabanza, y pases del trono de la gracia abajo, al trono de Dios arriba.
Quiera Dios bendeciros a todos, a todos vosotros; todos los que sois mis amados en Cristo, y cuya salvación anhelo. Que Dios bendiga a todos y cada uno, por amor de nuestro querido Redentor. Amén.
C.H. Spurgeon