​Hay suficiente evidencia de Dios en una flor de forma tal que tanto un niño como un científico pueden ser conducidos a adorar a Dios. Hay suficiente evidencia en un árbol, en una piedra del arroyo, en un grano de arena, en una huella dactilar, para hacernos glorificar a Dios y serle agradecidos.

Aunque resulte extraño, la persona que no conoce a Dios, en un cierto sentido pero igualmente válido, le reconoce pero reprime ese conocimiento.

Aquí debemos volver a recordar la diferencia entre «ser conscientes» de Dios y verdaderamente «conocer a Dios». Conocer a Dios significa tomar conciencia de nuestra profunda necesidad espiritual y de cómo Dios puede suplir dicha necesidad, para luego confiar en Dios y reverenciarlo. Ser conscientes de Dios es sólo saber que Dios existe y que merece ser obedecido y adorado. Los hombres y las mujeres no conocen, ni obedecen, ni adoran a Dios en forma natural. Sin embargo, son conscientes de Dios.

Esto nos lleva a una de las afirmaciones más importantes que han sido registradas para beneficio de la humanidad y que se encuentra en la carta del apóstol Pablo a la iglesia recién establecida en Roma. Contienen la primera tesis del apóstol en su exposición de la doctrina cristiana.

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible, en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (Ro. 1:18-23)

Vemos aquí tres ideas fundamentales. Primero, la ira de Dios se despliega contra el hombre natural. Segundo, el hombre ha rechazado a Dios deliberadamente. Tercero, este rechazo ha tenido lugar a pesar de la conciencia de Dios que posee todo ser humano de forma natural.


Los dos aspectos de la revelación

Nuestro punto de partida será el tercer punto: la conciencia de Dios que toda persona posee de forma natural. Porque es aquí donde vemos que, aunque nadie conoce a Dios de forma natural, nuestro fracaso en conocer a Dios no es culpa de Dios. Él se ha revelado a Sí mismo en dos aspectos, y todos tenemos esta revelación.

El primer aspecto es la revelación de Dios en la naturaleza. Podemos parafrasear el argumento de Pablo diciendo que todo lo que el hombre natural puede conocer sobre Dios ha sido revelado en la naturaleza. Por supuesto, debemos admitir que este conocimiento es limitado. Pablo lo define diciéndonos que consiste sólo de dos cosas: el eterno poder de Dios y su Deidad. Pero aunque dicho conocimiento es limitado, sí que es suficiente para que nadie pueda usarlo como excusa para no seguir de ahí en adelante buscando a Dios en su plenitud. En un lenguaje contemporáneo la frase «eterno poder» puede entenderse cómo la palabra supremacía, y «deidad» podría ser sustituida por existencia. Pablo nos está diciendo que la evidencia proporcionada por la Creación visible acerca de la naturaleza de un Ser Supremo es amplia y completamente convincente. Dios existe, y los seres humanos lo saben. Este es el argumento. Cuando los hombres y las mujeres se niegan a reconocer y adorar a Dios, tal y como obstinadamente hacen, la culpa no está en la falta de evidencia sino en su determinación irracional y resuelta de no reconocerle.

El Antiguo Testamento nos habla de la clara revelación de Dios en la naturaleza. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras» (Sal 19:1-4). El asunto es que la revelación de Dios en la naturaleza es suficiente para convencer a cualquiera de la existencia y el poder de Dios, si la persona la acepta.

Pero hay un segundo aspecto a tomar en cuenta en la revelación que Dios hace de sí mismo. Podríamos llamarla una revelación interior o, al menos, la capacidad interior de recibirla. Ninguna persona en su estado natural ha llegado realmente a conocer a Dios en el sentido bíblico más cabal. Pero todas las personas tienen la capacidad de recibir la revelación natural.

Pablo se refiere a esta capacidad cuando dice que «lo que de Dios se conoce les es manifiesto» (Ro. 1:19).

Supongamos que venimos conduciendo por una calle y vemos una señalización que dice: «Desvío – girar a la izquierda». Pero ignoramos esa advertencia y continuamos conduciendo. Puede ocurrir que haya un oficial de policía cerca que entonces nos hace detener y nos impone una multa. ¿Qué excusa podríamos tener? Podríamos decir que no vimos la señalización. Pero no afectará al resultado. Mientras estemos conduciendo el automóvil la responsabilidad de ver la señalización y obedecer lo que dice es nuestra. Aún más, seremos responsables si, por haber ignorado la señalización, nos caemos por un barranco destruyéndonos a nosotros y a nuestros pasajeros.

Pablo nos está diciendo, primero, que hay una señalización. Es la revelación de Dios en la naturaleza. Segundo, tenemos «visión». Si elegimos ignorar la señalización, y arriesgarnos a un desastre, la responsabilidad será nuestra. El juicio de Dios (como el del oficial de policía) se debe a que siendo conscientes de Dios nos negamos a reconocerle como Dios, no a que no le hayamos  podido conocerle. Pablo escribe: «de modo que no tienen excusa; pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios» (Ro. 1:20-21).

Pablo no está diciendo que hay suficiente evidencia sobre Dios en la naturaleza de modo que el científico, que detenidamente sondea los misterios de la naturaleza, puede ser consciente de Dios. No está diciendo que la señalización está ahí pero que está oculta, que sólo la podremos ver si miramos detenidamente. Pablo está diciendo que la señalización es bien visible. Es como un anuncio publicitario. No hay nadie, no importa lo tonto o insignificante que sea, que pueda poner como excusa el no haberla visto. Hay suficiente evidencia de Dios en una flor de forma tal que tanto un niño como un científico pueden ser conducidos a adorar a Dios. Hay suficiente evidencia en un árbol, una piedra del arroyo, un grano de arena, o una huella dactilar, para hacernos glorificar a Dios y serle agradecidos. Este es el camino del conocimiento. Pero las personas no lo tomarán. Pondrán a la naturaleza o a partes de la naturaleza en el lugar de Dios y se encontrarán con sus corazones entenebrecidos.

Calvino llega a esta conclusión: «Pero aunque no tenemos la posibilidad natural de alcanzar el conocimiento puro y claro de Dios, no tenemos excusa, ya que la torpeza es nuestra culpa. Y tampoco podemos pretender ser ignorantes sin que nuestra conciencia nos acuse de bajeza e ingratitud».


Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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