En BOLETÍN SEMANAL

Así como la experiencia muestra que hay una semilla de la religión plantada en todos por una secreta inspiración de Dios, así también, por otra parte, con gran dificultad se hallará uno entre ciento que la conserve en su corazón para hacerla fructificar; pero no se hallará ni uno solo en quien madure y llegue a la perfección. Porque sea que unos se desvanezcan en sus supersticiones, o que otros a sabiendas maliciosamente se aparten de Dios, todos degeneran y se alejan del verdadero conocimiento de Dios. De aquí viene que no se halle en el mundo ninguna verdadera piedad.

En cuanto a lo que he dicho, que algunos por error caen en la superstición, yo no creo que su ignorancia los excuse de pecado, porque la ceguera que ellos tienen, casi siempre está acompañada de vana presunción y orgullo. Su vanidad, juntamente con su soberbia, se muestra en que los miserables hombres no se elevan sobre sí mismos, como sería razonable, para buscar a Dios, sino que todo lo quieren medir conforme a la capacidad de su juicio carnal, y no preocupándose, verdaderamente y de hecho, de buscarlo, así que no hacen con su curiosidad nada más que dar vueltas a vanas especulaciones.

Por esta causa no lo entienden tal cual Él se nos ofrece, sino que lo imaginan como en su temeridad se lo han fabricado. Estando abierto este abismo, a cualquier parte que se muevan necesariamente acabarán en un despeñadero. Porque todo cuanto de ahí en adelante emprendan para honrarle y servirle, no les será tenido en cuenta, porque no es a Dios a quien honran, sino a lo que ellos en su cabeza han imaginado.

San Pablo (Rom. 1:22) expresamente condena esta maldad diciendo que los hombres, profesando ser sabios, se hicieron necios. Y poco antes había dicho que se habían desvanecido en sus razonamientos, mas, a fin de que nada les excusase de su culpa, luego dice que con razón han sido cegados, porque no contentándose con ser sobrios y modestos, sino arrogándose más de lo que les convenía voluntariamente y a sabiendas, se han procurado las tinieblas; asimismo por su perversidad y arrogancia se han hecho insensatos. De donde se sigue que no es excusable su locura, la cual no solamente procede de una vana curiosidad, sino también de un apetito desordenado de saber más de lo que es menester, uniendo a esto una falsa confianza.

 

Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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