No solo es perfecta la armadura, sino que Dios hace que cada pieza sea perfecta y completa en sí misma. Por esta razón, el cristiano debe mantener su armadura lista para ser usada, reluciente… No solo debe buscar todas las virtudes, sino crecer y madurar en cada una en particular, hasta alcanzar la perfección misma. Como hay que añadir a la fe virtud, también hay que añadir fe a la fe. Las virtudes son preciosas como la plata; mientras más se utilizan, más brillan.
“Sed […] perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt. 5:48). Y purifícate, como Dios es puro. Ahí tenemos el modelo a imitar; no es que podamos igualar la pureza y perfección de Dios, sino que debemos proseguir hacia esa meta.
Por ejemplo, si tu paciencia gime bajo una carga pequeña, puedes estar seguro de que una mayor te tiraría de espaldas. Entonces, empieza enseguida a ejercitar y aumentar tu paciencia para tener fuerza espiritual cuando la carga aumente.
Nuestros dones: ¿Por qué perfeccionarlos?
He aquí algunas razones por las que debes madurar en los dones que son tuyos en Cristo.
- Porque nuestros dones pueden deteriorarse.
En un ejército en servicio activo, las armas frecuentemente se rompen o dañan. Uno tiene el yelmo abollado, otro la espada doblada, otro el escudo roto. A menudo hace falta reemplazar el material. En una tentación puede que te arranquen el yelmo de la esperanza, en otra que te aplasten la paciencia o el amor. Te hará falta una armería cercana para reponer las pérdidas cuanto antes, porque es más probable que Satanás te ataque cuando menos preparado estés para afrontar la carga.
Jesús le dijo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos…” (Lc. 22:31). El diablo sabía que los discípulos estaban débiles en ese momento. Cristo, el capitán, les iba a ser quitado del regimiento. Estaban descontentos, discutiendo entre sí quién tendría mejor asiento en el Cielo; y la fe más fuerte, que el Espíritu les había de dar, no había llegado aún. Entonces Cristo les envió a Jerusalén a esperar la llegada de su Espíritu (Hch. 1:4). Así sabemos a quien pedir suministros cuando nuestras virtudes se debilitan.
2. Porque Satanás sigue perfeccionando su ira y astucia.
Se le llama “la serpiente antigua” por una buena razón: sutil por naturaleza, es siempre más astuto; iracundo por naturaleza, siempre está más furioso. Como un toro, mientras más se le irrita, más se enfurece. Y considerando el poco tiempo que le queda, los que tenemos que lidiarlo debemos entrar en la plaza bien equipados.
3. Porque cumplimos con el propósito de Dios cuando crecemos en gracia.
El fin de la obra de Dios es perfeccionar a los cristianos en virtud y consolaciones. Él cuida con sabiduría de nuestra alma. Cuando utiliza las aflicciones para podarla, solo lo hace con objeto de limpiarnos, a fin de que llevemos más y mejor fruto (Jn. 15:2). La misma tribulación que da resultados amargos en el alma árida del malvado, se utiliza para producir los dulces frutos del Espíritu en la fértil alma del cristiano.
¿Por qué insiste Dios tanto en perfeccionar a los cristianos? ¡Para preparar una novia sin mancha para su Hijo y cumplir su grandioso plan! Él ha provisto a la Iglesia de todos los instrumentos y dones necesarios “a fin de perfeccionar a los santos […] para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:12). Si dejamos de avanzar a pesar de su provisión, anulamos el consejo de Dios. Por tanto, el apóstol amonesta a los cristianos judíos por su pobre rendimiento en la escuela de Cristo: “Debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios” (Heb. 5:12).
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall